EXTRA: 14 de febrero

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Abotoné la camisa hasta mi cuello, me miré al espejo y solté el último botón, después el segundo y, tras otra ojeada, decidí volver a abotonarlos

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Abotoné la camisa hasta mi cuello, me miré al espejo y solté el último botón, después el segundo y, tras otra ojeada, decidí volver a abotonarlos.

—Por un botón más o uno menos no tendrás más atención de Mia —dijo Aksel desde mi cama, sin alzar la vista del libro que estaba leyendo—. Dudo que lo note cuando quiera arrancarte la camisa.

Giré sobre mis pies, ignorando su burla.

—¿Qué me queda mejor?

—No tienes donde escoger. Es esa camisa negra o una de tus sudaderas. —Miró la ropa sucia, notando que llevaba una semana sin lavar—. Pues es esa camisa o nada. —Sonrió—. Seguro a Mia le gusta, pero a sus padres en medio de la cena, no tanto.

Me acerqué, pateé su frente y cayó riendo sobre el colchón.

—Deberías haber venido con ella —reproché, volviendo a mirarme al espejo.

—Tenía exámenes, yo no.

—Está manejando sola.

—Ya aprendió. Te sorprendería lo bien que se le da.

—Estrelló el auto contra un poste a la segunda semana de estar en Prakt.

—Eso fue mala suerte, no su culpa. —Chasqueó la lengua—. Fue para no atropellar a una señora.

—¿Estaba borracha?

—No. —Frunció el ceño—. Veníamos de una fiesta y ella no bebió, nosotros sí. —Bufó—. Ese día vomité más que en toda mi vida, jamás lo vuelvo a hacer.

Rodé los ojos y me di por vencido con los botones de la camisa.

—A este paso no te querrán como profesor en ninguna universidad por muchos sobresalientes que tengas.

Volvió a chasquear la lengua.

—Claro que me querrán. —Alzó la cabeza sin levantar el cuerpo de la cama—. Seré el mejor profesor que hayas visto.

—Estoy seguro. —Le di la espalda para encontrar mis zapatos en lo que murmuraba para mi mismo—: Mientras no te enamores de una de tus alumnas, todo bien.

Poco probable que lo hiciera con lo obstinado y recto que era. En un solo semestre sabía que prefería enseñar una vez se graduara a ser artista.

Aksel me arrastró de la habitación con tal de que no siguiera viéndome al espejo. Bajamos en busca de mamá, lista y radiante con su mejor vestido y el cabello arreglado.

En lo que salíamos de la mansión supe que no podría comer. Tenía un nudo en la garganta y los nervios me ganaban.

Una cena familiar por San Valentín no era convencional, solo una excusa para recibirla. La primera vez que Amaia volvía a Soleil desde que partiera en agosto.

No te enamores de Mia © [LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora