34_Sí existe un nosotros

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Capítulo 34

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Capítulo 34

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Contarle la verdad a Siala fue más sencillo de lo que alguna vez pensé. Quizás era porque no quedaba opción.

Si regresaba a Prakt y decía que nos había encontrado, estaríamos en peligro. Papá nos buscaba y, frente a los conocidos, quedaba como el hombre abandonado que intentaba recuperar a su familia; un papel que, al parecer, interpretaba de la mejor manera.

Siala estuvo horas sin creer lo que escuchaba. Ni con el testimonio de mamá era capaz de aceptar la realidad. Algo normal, mantuvimos tan bien los secretos por las amenazas de Nikolai que resultaba imposible de entender.

En algún momento de la tarde, volvió a ser la Siala que conocía y terminó llorando sobre la mesa de la cocina. Aksel la abrazó y así estuvo por más de una hora, pidiendo perdón y repitiendo lo tanto que nos necesitó.

También la había extrañado y entendía su preocupación. Nos creyó muertos o en peligro, llegó gritando y maldiciendo, pero la verdadera Siala era la que lloraba, no la que hablaba lo primero que se le ocurría cuando estaba enojada.

Se disculpó por mentir frente a Amaia y suplicó que la dejara explicar para ahorrarme problemas. Me negué. La pequeña Mia no toleraría eso, la conocía, nos tiraría la puerta en la cara.

Le pedí que se fuera en paz. No le guardaba rencor por lo que acababa de ocasionar y confiaba en ella. Jamás diría una palabra que nos delatara. Por suerte, nadie sabía de su incursión a Soleil.

De igual forma, no nos sentíamos seguros, si es que alguna vez lo estuvimos. Tocaba ser cuidadosos y, al sentarnos a conversar, la idea de irnos salió a flote.

Era la decisión más inteligente; cambiar de lugar cada cierto tiempo, no dejar huella y continuar hasta que pasaran años suficientes. Lo sabía, pero no concebía la idea.

Me encargué de aplazar la charla y, llegada la noche, Aksel se ocupó de mamá. Aproveché y le escribí un mensaje a Amaia.

No respondió y la ansiedad de mirar el maldito teléfono, esperando, empezaba a carcomerme. Di vueltas por mi habitación hasta terminar mareado. Miré por la ventana, salí a la azotea y traté de captar algún movimiento en su casa.

Nada.

Aguanté lo más que pude. No quería volver a escribir. Mi parte racional decía que le diera espacio, mi instinto era llamarla, tocar su puerta si fuera necesario y gritar hasta que me escuchara.

Saber que debía odiarme era asfixiante y aterrador. Me repetía una y otra vez que podría arreglarse, imaginaba los escenarios donde ella me entendía y volvía a ser como antes.

Cuando empezaba a calmarme, llegaba el miedo. Los escenarios donde no me escuchaba, se iba, me ignoraba y terminábamos peor que al inicio. Seríamos extraños y no podría vivir con eso.

No te enamores de Mia © [LIBRO 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora