Lucha de Gigantes

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Una locura.

Así podía describir Jeongyeon lo sucedido las últimas horas. No se trataba, por cierto, de una buena locura, de esas que te hacen sonreír por días. No, las últimas horas habían sido una tormenta, un huracán. Una mezcla de las peores sensaciones imaginables, pero por sobre todas, estaba el miedo.

Dicen que cuando todo va muy bien, debes preocuparte. La rubia jamás había tomado en cuenta aquello, quizás porque la felicidad le había sido escasa... pero ahora lo entendía. No recordaba haberse sentido tan feliz, tan completa, nunca antes. Tanta felicidad tenía un costo al parecer. Un costo que ella ahora no sabía si podía soportar.

Momo, el señor Andrews –o Bryan, como había pedido que lo llamara–, sus madres, sus amigos e incluso Nayeon le habían asegurado que todo saldría bien. Pero Jeongyeon sabía que mentían, nadie podía asegurarle aquello. ¿Qué significaba que "todo saldría bien", en todo caso? ¿Se referían a ella o a Chaeyoung? Porque Jeongyeon ahora creía que su felicidad quizás no estaba ligada a la de la pequeña y viceversa. Quizás ella sólo le hacía daño a Chaeyoung. Quizás...

Jeongyeon había experimentado esa sensación de necesidad de pertenencia. La había tenido durante toda su vida, pese al amor incondicional de sus madres. Por ello había ansiado tanto aquel reencuentro con Chang-Joon. Aquello no había terminado bien, pero quizás las cosas para Chaeyoung serían distintas, quizás lo mejor era que ella diese un paso al costado...

–Puedes dejar de pensar tonterías –dijo Momo sacando a Jeongyeon de sus cavilaciones.

–No sabes lo que estaba pensando –sostuvo la rubia.

–No necesito leer tu mente, Jeongyeon. Tu rostro lo refleja. Sé que estás dudando, sé que piensas que quizás no eres lo que Chaeyoung necesita, pero estás equivocada –aseguró la pelinegra –. Una mujer que se preocupa por el bienestar de un niño no va por debajo ni planta estupideces en la cabeza de una pequeña... Por cierto, lo peor que puedes hacer es encerrarte en ti misma. Deja de aislar a Nayeon.

–No la estoy aisla... –intentó defenderse Jeongyeon.

–No intentes negarlo. ¿Cuántas veces te ha llamado hoy? ¿Cuántas veces le has contestado? Estoy harta de recibir sus llamadas. Necesito estar centrada en mi trabajo y haciendo de tu secretaria no puedo concentrarme. Lo bueno de tener una pareja es que las cosas malas que te pasan no tienes que enfrentarlas sola. Puedes compartir tus miedos, temores y frustraciones. Esto también es difícil para ella. Nayeon quiere a Chaeyoung; ella es parte de su familia también.

–Lo sé... –susurró la rubia.

–¿Entonces?

–Siento que todo se está derrumbando. Es como si todo hubiese sido un sueño. Quizás... quizás lo próximo que pierda sea a Nay... –sollozó la cantante.

–No has perdido nada aún, Jeong –dijo Momo con delicadeza –. Aunque tenga que dejar de dormir, no permitiré que Chaeyoung se vaya con esa idiota. No te la van a quitar. Y Nayeon... ¡Dios! Esa castaña lame el piso por el que caminas. Salvo que tú le pides que te deje, ella no lo hará.

Jeongyeon se limitó a sonreír, porque la abogada tenía razón. Debía dejar de actuar como una niña.

Momo asintió cuando vio a la rubia tomar su teléfono celular y decidió darle espacio, por lo que se retiró de la sala.

La cantante y actriz revisó los mensajes que su novia le había dejado y volvió a sonreír. Su Nay era lo mejor en aquel momento tan oscuro. Abrió su libreta de contacto y presionó su foto. A los tres timbrazos, la morena contestó.

El extraño caso de Yoo JeongyeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora