Capítulo IV

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El líder del genei ryodan sintió curiosidad después de la última vez que vio al rubio en la habitación, comenzó a rondar a los alrededores de la alcoba, hurgó en los cajones de los muebles, incluso miró en el baño, el guardarropa.

Toma una prenda del rubio, una camisa de traje de entrenamiento blanca con cuello verde, similar a la que arrojó a la ropa sucia.

Al principio no es consciente de lo siguiente, pero el pelinegro llevó la prenda a su nariz, olfatea. Huele a suavizante de ropa, sin duda es un aroma lavanda. Frunce el ceño arrugando también la nariz, pues la lavanda es el olor más desagradable en el mundo para alguien como él. Chasquea la lengua devolviendo las ropas a su lugar. Sinceramente no hay alguna cosa que lo delate como chica, a excepción de otra camisa de ajuste en color gris oscuro. En la ropa interior del rubio, simplemente hay mudas masculinas, nada fuera de lo normal.

El pelinegro de pronto se abofetea mentalmente, ¿qué diablos está haciendo? ¿husmeando entre las pertenencias del Kurta? ¿es eso incorrecto, incluso para un ladrón? Ahora se siente como un bribón indecente.


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Ese mismo día por la noche, no tan tarde, Kurapika regresa a la habitación. Kuroro sentado lo observa. El rubio desanuda la corbata que se había puesto, la deja caer en el piso en un sitio cualquiera. Los zapatos los esparce por otro rincón, cuando comienza a desabotonar la camisa, hace una pausa, parece considerar el acto, es entonces que se escabulle a la privacidad del cuarto de baño.

El pelinegro enarca sus cejas, pero no se siente nada sorprendido. Frota sus ojos cansados de tanto leer el libro de las culturas egipcias. Cuando Kurapika sale, él lo mira con cuidado.

-¿Estás leyendo ese libro? – pregunta el rubio, sin embargo, el pelinegro calla y le dirige una mirada inocua. El Kurta tensa la mandíbula y recuerda, Kuroro no puede hablar.

-Habla. – dice simplemente.

-¿Te das cuenta? Voy a morir por tu cadena si me haces ese tipo de cuestiones cuando me has dado indicaciones diferentes.

El rubio se acerca, dejando de prestar atención a la queja del otro. Toma el libro y saca de él un papel azul que segundos más tarde, guarda en su pantalón. -has lo que acabas de hacer y cambiaré las peticiones. – el Kurta explica y se aleja, sentándose ahora en la cama.

Kuroro lo mira a la expectativa, después de todo no importa si vuelve a hacer algún reclamo, ese chico se mostrará desinteresado en cada cuestión. Por ahora, Kuroro sólo puede pensar en algo... ¿y si realmente es mujer? lo examina mientras el rubio parece estar bastante distraído y atento a su teléfono. Sin disimulo, los ojos del pelinegro se posan en el torso y el pecho del rubio. Mira entretenidamente, no encuentra ningún indicativo, al menos no el que esperaba. Obviamente el chico ya no está usando la prenda compresora, lo sabe porque ha visto que la dejó en el cesto de la ropa utilizada.

Kurapika estuvo mirando el móvil, pero la inquietud surge en él al percibir esos ojos obsidiana estudiándolo, obviamente desconoce la razón. Él cuestiona con brama. -¿qué tanto miras?

Kuroro eleva los ojos a la cara del rubio. Se exalta un poco, aunque rápido se recobra. -no estoy mirando...- él está hablando, sin embargo, antes de proseguir y terminar su contestación, el kurta interrumpe, estipulando una solicitud. -debes ser sincero conmigo. – Kuroro frunce el ceño con irritación, Kurapika sencillamente sonríe con sátira.

"Ese bastardo es un oportunista" Kuroro respinga mentalmente. -te estaba mirando ¿de acuerdo? Eso es todo.

Kurapika no muestra sorpresa, tampoco molestia. -¿exactamente qué es lo que mirabas?

El infierno de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora