Capítulo VIII

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-Así está mejor , sé un buen chico y no le sucederá nada a tu querida amiga.

El pelinegro se acercó de nuevo y desató las manos del rubio, el chico gruñó. El pelinegro ajustó el grillete en el tobillo y lo ató al suyo. -De esta manera iremos a donde mismo. – realizó dos nudos a la cuerda que cuelga del último eslabón de la cadena, recortando un poco la extensión del lazo. -¿sabes a dónde iremos por ahora? – la araña pregunta. Cierra los ojos cuando los orbes rojizos lo ofuscan dadivosamente. -Estamos en búsqueda de un exorcista nen, si no puedo hacer que retires las condiciones de mí por tu propia mano, lo haré a mi manera.

El rubio lo atraviesa con una expresión furiosa. Trata de incorporarse, lo consigue, sin embargo, su cuerpo se tambalea ligeramente, hace un esfuerzo enorme por mantenerse de pie. El pelinegro entrecierra sus ojos oscuros. -Bueno, tengo pan y frutos secos. También agua potable en mi saco, puedes tomar lo que desees. – señala la dirección en que se localiza. El chico se resiste a reconocer su ofrecimiento. -te advierto una cosa, el camino que seguiremos será extenuante, es mejor que te concentres en recuperar energías, mañana comenzaremos el éxodo a primera hora. No durarás mucho si no te alimentas e hidratas debidamente. – los ojos de la araña parecen brillar más lúgubres ahora. - te arrastraré de la cuerda si caes inconsciente en algún momento. – sus hombros se alzan levemente, seguido a eso se relaja, desplomando su cuerpo sobre la árida tierra bajo sus pies, no sin antes atraer un pequeño morral de piel que ajusta como almohada. Su mano derecha entra al bolsillo de su abrigo, le sonríe al Kurta segundos antes de entrecerrar sus ojos para descansar sus párpados. "No intentes nada, recuerda que tengo el móvil." Probablemente quiso comunicar.

Kurapika se siente devastado, emocionalmente a sabiendas que Senritsu es su prisionera. Por otro lado, la condición física no es la mejor, en realidad siente un hambre que jamás había experimentado con anterioridad, especialmente la urgencia por beber agua fresca es la mayor pulsión de su ser.

El rubio se acerca al saco del hombre aceptando que no tiene otra opción, hará lo que la araña sugirió, sería un problema, además de vergonzoso si se desvaneciera a causa de la fatiga o debilidad corporal, es justo compensar la energía perdida, además, requiere que su cabeza sea capaz de centrarse, no admitirá la sumisión prontamente. El pelinegro continúa reposando cómodamente. Sabe que el chico acató la solicitud, puede estar satisfecho.


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Como Lucilfer lo anunció, habían partido por la mañana, demasiado temprano. Caminaron una larga distancia, en general no hubo pausas en el camino, excepto para descargar necesidades primarias, reponer agua o alimentos. El estar en medio de la nada, alejados de cualquier carretera o vía vehicular útil, los obligó a tomar el imperecedero sendero a pie. -Está bien, si caminamos otra media hora, podremos llegar a un pequeño poblado, ahí tomaremos el transporte que nos trasladará a la ciudad más cercana.

El rubio sisea, examina el camino con aburrimiento, desde que el pelinegro retiró la cinta y las ataduras se limitó a cruzar palabra con la araña, hablar era innecesario, claro, con excepción de las situaciones forzosas que lo requirieron, de todos modos, habían sido mínimas. El sol hace que los dos se bañen en su propio sudor, se está poniendo el astro rey en el ocaso y al parecer, el rutinario fenómeno, ha hecho que la calurosa onda de ardor se ciña sobre sus cuerpos, aún en aquellas partes melifluamente protegidas por la ropa. El rubio frunce el ceño al sentir una menuda punzada en su estómago, al tanto de unos minutos, siente otro piquete molesto. La ropa y el cabello que se ciñe y pegotea en su dermis produce una sensación bastante incómoda, sus manos se encargan de separar la tela de su cuerpo húmedo una y otra vez, sin obtener ningún resultado positivo. El pelinegro también siente esta batalla mortal, pero es un poco más práctico, retira las ropas que le hacen pasar el mal momento. Ahora sin camisa se siente aliviado. Mira al rubio con la intención de incitarlo a hacer lo mismo, pero este eleva una ceja, desaprobando la referencia del concepto.

El infierno de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora