"Me incitas a seguir flagelándome, quiero degustar tu sangre, el tormento que humedece y que me obliga a suspirarte más, suspirarte más. Toma mi mente y aniquílame, despójala del infinito."
Kuroro rentó una modesta habitación en un motel relativamente cercano al lugar en el que encontró/capturó al kurta.
El hombre de cabellos negros como la oscuridad del cielo por la noche, utilizó nuevamente el lazo de antes, el fabricado con nen, esto para permanecer cerca del rubio, privilegiadamente con la guardia baja, así no se extenuaría más de lo debido. Últimamente, ha descansado poco y no tiene la misma disposición para mantener la vigilia acostumbrada.
Por otro lado, el joven rubio de dieciocho años, quien sin ceremonias se encuentra recostado sobre la mullida cama que Kuroro le preparó, sueña con una circunstancia, inusual y, probablemente, inconcebible.
Las horas pasaron y el rubio finalmente da indicios de volver a la conciencia.
Tras moverse ligeramente, Kurapika abre los ojos con dificultad y recobra paulatinamente vagos recuerdos de la tarde anterior.
—¿Qué tal la siesta? — el pelinegro cuestionó al rubio con una irónica acentuación.
Instantáneamente, Kurapika se enderezó para sentarse sobre el colchón, no logró ir más lejos, pues, el lazo de nen que lo adhiere al líder de la brigada fantasma le dio una nueva y desagradable bienvenida. Tras adivinar qué sostiene su muñeca derecha, bufa antipáticamente — no sé y ni me interesa por qué o para qué me has retenido. Quiero que me liberes ahora mismo — el rubio exigió y Kuroro enarcó, aunque muy poco, su ceja izquierda.
—Tus deseos serán órdenes, madeimoselle. Pero después de que apruebes el cuestionamiento que preparé para ti — el moreno sonrió confiado y por supuesto que percibió el fastidio del menor, lo descubrió, de hecho, en esa mirada que casi hervía con el escarlata a escasos centímetros de él.
—¡Déjate de babosadas y déjame ir! — el rubio riñó y jaló su brazo atado hacia arriba haciendo que, con el impulso, el líder de las arañas se tambaleara sutilmente y se inclinara ligeramente hacia su dirección.
El pelinegro que ahora adornaba su frente con un lienzo de color gris, el cual portaba con la finalidad de cubrir su habitual tatuaje, no se sintió mínimamente pillado por la reacción del menor. ¿Posiblemente, durante la larga "convivencia" de antes se acostumbraron más de lo deseado a su extraña interacción? Al finalizar con este pensamiento, la cabeza de las arañas sonrió grácilmente y con el carbón obsidiana de sus ojos, miró fijamente al adolescente. Kurapika sencillamente se pasmó y tensó. Pasó saliva y quedó inmóvil en su lugar, al menos lo hizo hasta que Kuroro le mostró una hoja blanca con algo escrito en ella, algo que ciertamente reconoció a primera vista.
—¡Dámelo, no te pertenece! — siseó el menor, quien hace medio segundo había cogido valor luego de su circunstancial tiesura.
El pelinegro evitaría roces innecesarios, conocía perfectamente el inoportuno y explosivo temperamento del menor. Si el kurta se encrespaba más de lo que incluso ya estaba, instauraría una traba más grande y no era una opción. Al instante tendió el papel a manos del kurta, quien sin perder tiempo lo tomó, lo dobló o más bien lo comprimió y lo apretó en la palma de su mano. Una vez se apoderó de la hoja, viró sus ahora escarlatas orbes hacia el mayor. Un corto silencio y después habló con voz firme —¿lo miraste? — demandó saber.
Kuroro incrustó sus propias manos en los bolsillos de su pantalón y contestó apático — si no lo hubiese mirado, ¿cómo lo habría sostenido? — su respuesta fue un inútil intento de evasión. Lo sabía, pero, por alguna razón, no hizo nada para evitarlo.
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El infierno de tus ojos
FanfictionKurapika viaja en búsqueda del líder de las arañas. Con el tiempo ha decidido que es mejor acabar con su vida, un bandido libre siempre será un problema, además, él posee una eterna sed de venganza. Con su corazón todavía rodeado por la cadena de re...