Capítulo VII

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¡Maldito bastardo de la cadena! Había hecho añicos mi voluntad, aunque, ciertamente, para nada va conmigo cualquier arquetipo de generosidad. ¿Cómo se atrevió a rechazar grandiosa oportunidad?

Bien, tengo que idear algún plan lucrativo, necesito reunirme libremente con mis arañas y volver a efectuar todo aquello a lo que estamos tan habituados, a robar, a matar. Me urge encontrar el retorno a mi paradójico entendimiento existencial.


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Kuroro miraba a Kurapika simplemente en silencio, no tenía planeado absolutamente nada. Él no lo demostraba, pero su interior incineraba sus nervios, por más minúsculos que existieran en la profundidad de sus entrañas. Ese bastado encadenado ¿tan arraigada hegemonía creía poseer?

-Ya que no accediste a obtener pacíficamente tu liberación, tendré que forzarte a liberarme de tu nen. – estipula el pelinegro, enviando vibras mortíferas a la columna del rubio cautivo. Sin embargo, no demostró dilatación o vacilación.

La araña bien podía adivinar, esta persona no vanagloria el poder, es un adolescente cegado por el dominio de sus bajos impulsos justicieros, inducido a actuar debido a una inmutable cólera emocional. ¿Qué edad tenía? ¿Entraría en un rango de 16 a 20? Algo por el estilo, seguramente. Bastante radical e intenso, su comportamiento es medianamente adecuado para su actual etapa de desarrollo, bien, es mejor que cuanto antes comience a incursionar.

Kuroro se levantó de su lugar, el rubio advirtió el movimiento, sus pies se arrastraron en el piso, ejerciendo un poco de fricción sobre el suelo recubierto de sacos, sacos polvosos y vacíos. -¿qué debería hacer contigo para que aceptes liberarme? – el líder de la brigada se entretiene a recapacitar. Su mano izquierda ocupa su mentón, la derecha sostiene su codo. El adolescente suspira con decaimiento, suave y pausado por sus fosas nasales. -realmente no se me ocurre alguna idea útil. – Hunde sus párpados con las palmas de las manos, exasperado.


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Aunque dijo que su vida no interesaba, no cree exactamente en esa posibilidad, si hablara en serio, ya lo habría asesinado. ¿Temerá por el nen que actúa luego de la muerte? Aunque, ¿qué tanto podría preocuparse por su colega encadenado? No, no podría importarle, ellos no tienen sentimientos, son arañas.

Ese bastardo ya no está, Kurapika se mueve de un lado a otro, intentando liberar su pie, una mano o la boca, lo más útil sería la última. Sin embargo, todo parece inútil ¿qué clase de adiestramiento recibió para atar procelosamente? El rubio suspira.

Si tan sólo no hubiese bebido por poco toda la botella de agua, no sentiría el dulce y bienaventurado llamado de la naturaleza.

El rubio esperó desazonadamente que el líder de las arañas apareciera, pero ese cabrón se ausentó durante horas. Llegó la noche, apostaba a que era de noche, la estridulación de los grillos subterráneos entrechocaba muy suavemente con sus tímpanos. Otra hora más, en este punto era suficiente, sería vergonzoso y de mal gusto, pero tenía, debía orinar donde estaba.

En fin. El desastre ya estaba hecho. Y tuvo que culpar a ese imbécil inconsciente.


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Cuando Kuroro regresó, su ceño se frunció. – Veo que no te diste el tiempo de llegar al baño. – el hombre se burlaba ¡se burlaba! El rubio torció la boca debajo de la cinta... lo habría hecho de poder gesticular. El pelinegro salió por esa puerta, esa abertura omnipotente por la que se ausentaba una y otra vez. Regresando con una nueva muda inferior, el rubio supo inmediatamente que sería para él. Sinceramente todo esto parecía un juego, un sueño plumoso e intangible. El enemigo actuaba sin trama, con arbitrariedad imperecedera. ¿En realidad es un asesino desalmado? Parece un cómico actor de cintas pretenciosas, taquilleras únicamente por su "recomendación."

El infierno de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora