Capítulo XII

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Kurapika está recargado contra la pared sin modificar su posición de vigía, mirando hacia un punto inexacto de la siniestra habitación.

Kuroro suspira cambiando de página el libro que está leyendo por séptima vez, después de todo, no hay otra cosa mejor en la que pueda ocupar su tiempo. Por otro lado, su prisionero no propiciaría una charla con él. Un intento por dialogar con él sería un desafortunado e improductivo gasto de saliva.

No obstante, minutos más tarde y, tras un suspiro de aburrimiento, el pelinegro eleva la voz —tres días más y viajaremos a una peculiar región de Padokia — Kurapika eleva la vista sin emocionalidad, aunque con esto no precisamente está mirando a la contraparte —en cierta área marginada de la república existen personas verdaderamente ambiciosas. Allí nos esperan un par de licitadores — concluye como si fuera la tarde perfecta que se tiñe de sepia para tomar una taza de té.

La habitación se queda en silencio, al no haber interacción mutua, Kuroro retoma su lectura mientras el otro cierra los ojos, posiblemente repensando cualquier cosa.

Las horas avanzan y los segundos son eternos. Posiblemente, en algún lugar, los granos de arena atascaron el reloj.

El hombre de orbes oscuros como el manto de la noche finalmente cierra su libro —¿Necesitas asearte o algo? — pregunta sintiendo la amarronada vista del rubio sobre su cuerpo que está recubierto con ese peculiar abrigo negro de piel.

—¿Ahora pretenderás ser amable conmigo? — sisea apartando su rostro y escondiendo su contorno facial del enemigo.

El azabache se coloca de pie y ya está acercándose desinteresadamente hacia el otro — no es amabilidad, sólo presto atención a las necesidades físicas cotidianas de una persona, es todo — dice recibiendo un gruñido inconforme de parte del chico.

Finalmente, Kuroro se coloca frente al rubio, sentado con las piernas cruzadas. Ahora le mira imperturbable e inmóvil —desde hace rato me he preguntado lo siguiente: ¿qué sería de nosotros si te hubiese conocido en otras circunstancias? — musita absorto en las palabras de tal cuestionamiento.

Una mirada fulminante de parte del rubio antes de que su lengua afilada dialogue — lo que dices es una fantasía estúpida, maldito loco.

Kuroro sonríe con gratificación. Como era de esperarse, Kurapika no está siendo amistoso, sin embargo, ya está participando en la conversación, eso para él es un efectivo ganar-ganar.

—Quizá tengas razón — murmura — mi origen como bandido y asesino siempre será el mismo. Por ese motivo... — pausó deliberadamente para estudiar detalladamente el mohín en el rostro fastidiado del chico — jamás conseguiré actuar de otra manera. Supongo que soy todo lo opuesto a ti.

Kurapika eleva sus ojos para enfrentar con ellos el semblante ecuánime de la araña — eres un asesino a sangre fría. Jamás te perdonaré haber acabado con la vida de toda una tribu — termina de decir esto para agachar el rostro y mirar sus propias manos que tiemblan por la ira acumulándose en su cuerpo.

—Y de no haberlo hecho, no estaríamos en este lugar— concluyó un tanto irónico el azabache de ojos obsidiana.

—¡Maldito! — el rubio se abalanza sobre el hombre de cabello oscuro y tatuaje de cruz, dispuesto a golpearle la cara con el puño. La cadena en su tobillo cruje por el movimiento, recordándole su restricción, además de no pasar por alto el dispositivo alrededor de su garganta. Kuroro con nen o no, actualmente tiene la ventaja — infeliz... debes estar satisfecho por haberme secuestrado.

—Lo mismo digo — el azabache apoya su mano derecha en el marco de la puerta para luego avistar al rubio por el rabillo del ojo — ¿no fuiste tú quien emprendió el juego del secuestrador? — la araña traspasa la puerta y desaparece del campo visual de su presa, quien alcanza a escuchar su voz grave y distante — mientras regreso tómate el tiempo necesario para recapacitar lo que dije.

El infierno de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora