3. Golpe de gracia.

64 14 3
                                    

— Me vas a provocar un infarto Peter ¿Cómo se te ocurre seguirme así? — le dije más bien molesta, si hay algo que no aguanto son los sustos.

— Lo siento... — dijo entre risas, aunque enseguida cambió el rostro a uno un poco más irónico —. Siento mucho haber salido con metro y medio de nieve para buscar a una loca desaparecida.

¿A quién llamas loca Godofredo?

— No estoy loca — contrataqué —. Simplemente me gusta el peligro — mentí descaradamente.

— ¿Ah sí? — vaciló y señaló el suelo —. Bien señora amante del peligro, ¿Dónde estás?

— Esa es fácil chico de cuento — comencé a la vez que él se quedaba perplejo por cómo lo había llamado —. Estoy en... — al momento me quedé petrificada, no sabía dónde estaba.

— ¿Y bien? Chica misteriosa...

— No lo sé — admití a la vez que empezaba a notar mis mejillas arder —. Lo siento Peter, ¿podrías ayudarme a llegar a casa?

— Haber déjame que piense — vaciló rascándose la mejilla —. No.

— Volveré por mi propia mano entonces — mentí de nuevo.

Donde iba yo, perdida y sin teléfono, pero eso aún no lo sabía, así que dispuesta a llegar con esta estupidez hasta el final me puse a andar hacia al frente, ya sabéis el dicho, "Todos los caminos llevan a Roma".

Y tal y como están algunos italianos preferiría perderme en Italia que donde estoy.

— Frena, frena, frena, chica misteriosa, si crees que voy a dejar que te vayas andando sola a estas horas vas muy equivocada — dijo sorprendido mientras hacía el intento de agarrarme del brazo —. Bien te acompañaré a casa.

— Gracias chico de cuento.

— ¿A qué viene ese apodo?

— ¿Qué pasa, no puedo ponerte uno?

— Sí claro — asiente —. Es precioso, gracias.

Comenzamos a andar de camino a donde esperaba que fuera mi casa, mientras miles de preguntas me acechaban el cerebro.

¿Cómo me había encontrado?

— ¿En qué piensas chica misteriosa?

— Yo, nada.

Mentira.

— Bueno sí, ¿Cómo sabías donde me encontraba?

El frenó y volvió a deslumbrarme con su preciosa sonrisa, parecía que iba a decirme algo en ese instante, pero comenzamos a andar de nuevo. Si creía que iba a seguirle sin tener alguna prueba de que no me iba a atracar iba muy confundido.

Así que hice lo primero que se me ocurrió, contando obviamente en donde estábamos.

Fingí un esguince, más bien fingí tropezar en un bordillo y para hacerlo más realista me agaché simulando una caída muy mal elaborada, en mi defensa diré que en mi mente quedaba mejor.

— ¿Leah te encuentras bien? — me dijo mientras se agachaba a mi lado —. ¿Te has hecho daño verdad?

— Sí — dije lo más lamentable que pude sonar, aunque en realidad parecía más un gruñido que un quejido.

— Ven — me dijo mientras me tendía su brazo —. Apóyate en mí, vamos a sentarnos — me acompañó a un banco que estaba en un parque cerca de donde estábamos y me ayudó a sentarme, acto seguido se agachó frente a mí y tocó mi tobillo.

— No parece roto — dijo de pronto —. Aunque sí parece una torcedura.

Mi cara era un poema en ese momento, ¿habría sido tan estúpida como para torcerme el tobillo de verdad?

Soltera, ¿un año más?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora