Reciprocidad.

142 4 3
                                    

Los golpes a la puerta que su oído captó lejana le trajeron de regreso a la conciencia, progresivamente. Si bien estaba despertando de un profundo sueño, su cuerpo no respondió pronto a su propósito de salir de la cama, pues se sentía como si le hubieran hecho beber una botella entera de Night Train únicamente para ser empujado debajo de un camión de mudanzas con el interior de una casa a bordo.

Y cuando abrió los ojos se encontró bajo un techo que no conocía, rodeado de paredes tan blancas y limpias que la luz que se filtraba de las cortinas se distribuía de manera preciosa sobre todas las cosas y sobre sí mismo. Por un segundo sintió estar en el purgatorio; tuvo que tomarse el pulso directo del cuello para reconocer que seguía vivo.

Los toquidos persistentes le ayudaron a convencerse, encontrando su cuerpo desnudo entre las sábanas desordenadas. Buscó con la mirada por todos los rincones, deteniéndose hasta ver su bóxer debajo de la cama. ¿Dónde estaba y qué diablos había pasado?

Salió de la habitación con los pies pesados. La voz de Mick Jagger se deslizó a sus oídos con soltura interpretando Ruby Tuesday desde el reproductor de música a un volumen muy moderado, simplemente amenizando su despertar. La melodía familiar le trajo al recuerdo a Izzy, con quien salió del bar por la madrugada.

Se le ocurrió entonces que podía ser él quien aguardaba tras la puerta, por lo que se abalanzó hacia ella para abrirla. Falsa corazonada. En su lugar, tuvo que encarar al mánager de la banda, Alan Niven. Una sorpresa ligeramente extraña y muy poco grata, a decir verdad.

Alan entró sin permiso, obligándolo a retroceder un paso con esa cara de mierda seria que tenía. Su entrecejo se frunció en automático, consecuencia de la molesta actitud del tipo que se adentró más allá de la sala escudriñando el piso entero, además de que los músculos de sus piernas crisparon resintiendo cualquier cosa que hubiera ocurrido la noche anterior.

—¿Dónde está Izzy?

Le preguntó el fisgón, con algo de consternación en la voz.

Axl se dirigió tranquilamente al reproductor, echándose el cabello hacia atrás con una mano. La canción estaba terminando cuando tocó los botones por encima, sin ejercer presión en ellos, haciéndose a la idea del motivo de su reproducción. Obtuvo una respuesta a los pocos segundos, cuando descubrió que la pista siguiente era la misma. She would never say where she came from... Pausó el CD con una sonrisa en la cara.

Carajo, Izzy era ridículamente romántico.

—¿Axl?

Apenas pudo girar, pues chocó en la media vuelta con el otro plantado justo detrás de su espalda invadiendo su espacio personal. Se alejó con desagrado, retornando a su expresión de ceño fruncido.

—No lo sé. No sé dónde está —contestó de mala gana—. Ni siquiera sé qué hago yo aquí.

—Eso me parece obvio —le miró de pies a cabeza, desdeñoso de su casi total desnudes—. Este apartamento le pertenece a Izzy, lo alquiló hace un par de días.

El entrecejo de Rose se relajó con esa noticia, agachó la mirada para elaborar una conclusión del torbellino de pensamientos que poseyó su mente.

—No está aquí. Seguramente está con los chicos.

En la casa cerca del Parque Tompkins que el mismo Stradlin rentó junto con Saul Hudson para hospedarse en grupo, donde había amanecido cada día desde la salida oficial del Appetite for Destruction hasta la tarde anterior. No tenía idea de qué tan lejos estaba de ella, ya que no conocía la dirección de su paradero actual.

Niven enderezó la postura, cambiando la seriedad en su expresión como si de pronto hubiera recordado algo muy importante que le hizo cambiar de parecer.

El asesino del carro rosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora