El carro rosa.

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De acuerdo con las declaraciones de los testigos entrevistados por mi compañero Keith, fue de un «carro de color rosa» de donde «bajaron el cuerpo» de Rebecca Clarkson, la trabajadora sexual que fue asesinada y tirada a la orilla de la Autovía Franklin D. Roosevelt el día de hoy por la madrugada. Aunque no se dieron especificaciones sobre el modelo o la matrícula del mismo, la policía ya fue alertada del peculiar color de dicho automóvil.

La ingrata nota concluyó y la linda presentadora del noticiero televisado pasó al tema siguiente con una sonrisa que proyectaba su emoción y la emoción de América entera por la tradicional decoración de huevos para la Pascua, a pesar de que faltaban alrededor de dos semanas para ello.

Duff levantó la barbilla y se quitó el cigarro de la boca luego de darle una gran calada.

—Es gracioso que informen tres días después como si acabara de suceder —comentó, entorpeciendo su vista con el humo que salía de su boca frente al televisor.

—Sí. Qué otras noticias no han sido igual.

Steven le secundó, sentado en el piso frente a él, recargando la espalda en el armazón del sofá entre sus piernas.

—Quizá lo hacen para engañar al asesino —teorizó Slash del otro lado de la habitación, con las manos ocupadas en el mechero y la cuchara.

—¿Cómo lo van a engañar si él sabe cuándo la mató?

Los ojos verde oscuro de Axl desenfocaron la duda de Adler, trasladándose para reposar filosos en la cara del chico con el que compartía sofá.

—Oye, Chris, ¿tú no manejabas un carro rosa en Los Ángeles?

Interrogó sin piedad, dándole un trago bien medido a su refresco, pues era un hecho que los semblantes inclementes de los demás juzgarían hasta el más mínimo de los gestos del mencionado.

—Eh, sí, claro. Lo vendí el año pasado —respondió, custodiado por los ojos atentos del grupo.

—Interesante —el baterista se rascó la barbilla.

—Ahora que lo dices, sí, lo es —prosiguió Weber—. Saqué un poco de ventaja en el trato. Le vendí el carro al tipo más caro de lo que realmente valía. El hombre no tenía ni idea.

—Estará buscando venganza, entonces —infirió Izzy, frío como un bloque de hielo.

Christopher le sostuvo la mirada un segundo antes de que las carcajadas explotaran.

—Ojalá que no —anheló con los ojos bien abiertos, innegablemente asustado.

—Oigan, yo compré un auto el año pasado.

La manera en que Duff lo dijo, fuera de tiempo y ligeramente confundido sólo hizo que las risas reventaran una vez más dentro de la habitación, sosegadas parcialmente al momento de dar cabida a la repartición de las dichosas dosis. Para ese momento, Weber ya se había convertido en un testigo frecuente de la rutina de heroína que implicaba cualquier actividad grupal.

Incluso él aceptaba el ofrecimiento, no siendo esta ocasión la excepción, aunque quedó dividido esa tarde entre los tres chicos que absorbieron la droga como esponjas de baño y los otros dos que se negaron a consumir, excluyéndose uno al lado del otro con la melodía manifestándose en el ritmo de sus cuerpos a través de pisadas rítmicas, manos palmeando muslos, las cuerdas de una guitarra acústica y el silbido pulcro del vocalista.

Su armonía era innegable, como si juntos se escudaran en una burbuja invisible que impedía que el exterior o alguien ajeno a los dos se colara dentro. Un interior que únicamente ellos dos conocían, en donde comprendían sus encantos y desencantos; lo que los unía y también aquello que los separaba; siendo complementos perfectos de personalidades totalmente opuestas.

El asesino del carro rosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora