Celos.

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Sintió un cosquilleo en los brazos, su cabeza inflada y sus oídos tapados como si estuvieran llenos de agua. Tras un respiro, levantó la mirada de golpe, afrontando la grotesca cara del conejo tamaño humano que lo veía con ojos deshumanizados, profundos, hostiles.

Gritó y se sacudió en afán de huir de los dientes pronunciados de la horrible botarga, pero sus muñecas fueron apretadas en un nudo detrás del respaldo de la silla en donde Chris lo sentó, justo a tiempo para dejarle cautivo, asustado y desesperado bajo su inquietante cuidado.

Detuvo los tirones de su cuerpo al verlo de reojo, paso a paso hasta plantarse delante de él, agachándose con júbilo mirándolo directo a los ojos índigo. Una sonrisa de complacencia y sus manos tiesas le tocaron las piernas, desde los muslos y bajando lento por sus pantorrillas, quitándole una y luego otra de sus botas de piel de víbora. Alzó uno de sus pies desnudos en alabanza, acercándolo a su rostro, acción que el pelirrojo aprovechó para propinarle una patada que mandó al rubio al suelo, quedándose hecho una bolita luego en su asiento.

—¡Eres jodidamente desagradable! —le gritó.

Weber se puso en pie de un salto para apretarle la cara con los dedos de su mano.

—Más vale que no vuelvas a hacer eso.

Tras la fría advertencia, le aventó la cabeza a un lado, sin miramientos.

El oriundo de Lafayette apretó los ojos por el dolor que le causó alrededor de los hombros, volviendo la mirada lentamente hacia el verdugo en la habitación.

—Sabes que Izzy no dejará de buscarme. Vendrán por ti y yo mismo haré que te tragues toda tu mierda.

Weber negó efusivamente, con una diminuta sonrisa.

—La policía no sospecha de mí. Esos detectives son unos idiotas.

—Pero Izzy lo hará porque eres un puto mentiroso —amenazó en un tono agresivo, duro.

—Oh, y Barbara vendrá por ti porque eres un puto loco —se burló, sin inmutarse por la firmeza de su voz.

—¡Vete a la mierda! —el bermejo no lo soporto más y trató de zafarse nuevamente del amarre en sus muñecas, gritando por ayuda.

Chris sacó un paliacate azul del bolsillo trasero de su pantalón para taparle la boca y oh, mierda, ¿acaso era ese el paliacate que se le había perdido semanas atrás? ¿Cuánto tiempo llevaba acosándolo?

—Bill, querido, ¿quieres saber cómo murió Stevie? —con la tela entre los dientes, el mencionado simplemente negó con la cabeza, asustado—. ¿Y Richard? ¿Qué tal Alison, Becky o Adri? Eran tus amiguitas, ¿no? —se acercó a su cara despacio, fijo en sus preciosos ojos azules bien abiertos—. ¿Y qué tal Slash? No crees que realmente se suicidó, ¿o sí?

Rose gritó por tercera ocasión, pero la vibración de sus cuerdas vocales fue amortiguada por el paliacate que le amordazaba. Aún así, fue lo suficiente ruidoso como para poner nervioso al rubio que le tocó el cuello y la boca sobre el paliacate con las palmas abiertas, a tentones desmedidos y con temblores profusos.

—¡Shh! No grites... A los otros les tuve que cortar el cuello porque querían gritar —le recorrió el área mencionada con dos de sus dedos—. No me hagas hacerlo tú también, querido Bill.

...

Duff le contó que nunca le prestó su llave del apartamento a Chris y su hilo de pensamientos tejió la posibilidad de verlo con otros ojos. El incidente del perro de peluche se dio después de su extraña actitud por verlo con Axl en la cama, igual que la mentira que llegó hasta el cuarto de interrogatorio policial respecto a su aventura nocturna con el mismo Axl. Aclarando las cuentas, el asunto entero de asesinatos a personas cercanas se había dado desde su reencuentro con él en el bar del cual desapareció Rebecca.

El asesino del carro rosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora