Crimen.

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La minifalda negra y el top asuso con estampado de piel de tigre que delineaban el cuerpo sexy de la mujer frente a ella le hicieron pensar que quizá usar su vestido de vuelo color esmeralda no había sido la opción más inteligente para indagar en el concurrido bar nocturno. Al menos la chamarra de mezclilla le facilitó perderse entre los demás personajes variopintos que llenaban el lugar.

El análisis de la muestra de sangre que tomó el médico forense que acudió a su llamado el otro día arrojaría resultados en noventa y seis horas a partir de su colecta en el laboratorio, lo que quería decir que obtendría el análisis a la mañana siguiente, el 17 de marzo. Pero, al contrario de su colega, Barbara no pudo contener mucho más su necesidad de conocer una respuesta pronta y certera. Por eso decidió infiltrarse en el bar en donde las máculas de sangre les indicaron una primera pista para su nuevo caso de investigación.

Su primer caso como detective.

Sus tenis blancos fueron recto hacia la barra de bebidas, ajena al tránsito sin cuidado de las personas en el ambiente áspero y desinhibido en el que no supo manejarse. El rock no era lo suyo, prefería el jazz y el R&B. Pese a sus gustos personales, le pareció que la música de la banda que tocaba esa noche no era para nada desagradable.

—No vienes muy a menudo por aquí, ¿cierto?

Un hombre delgado y alto a su derecha le ofreció una bebida efervescente que encendió todas sus alarmas de autocuidado al instante.

—No voy a tomar eso —su semblante duro y su tono serio.

—¡Bien! Yo sólo pensé que eras... dulce.

El joven hombre retrocedió encogiendo la cabeza como una tortuga, más trastocado por su apatía que molesto o asustado. Se retiró con las manos en alto, rodeándola con sus ojos azules como si hiciera un recorte de su imagen, olvidando la bebida que le ofreció y la suya propia sobre la barra. Lacey no le quitó la mirada de encima hasta que desapareció entre la gente, siendo entonces su oportunidad de tomar «su vaso» para olfatear el contenido. Olía a refresco de cítricos... Culpa de su profesión tener esa actitud de desconfianza frente al mundo.

¿Qué significaba parecer dulce de todos modos? Se sentó en el taburete delante de la barra y las bebidas dejadas, apoyando los codos y la cara entre sus manos. Su misión secreta se derrumbó rápidamente, pues su mente fue corriendo tras los recuerdos de su primer día como parte del cuerpo de policía de Nueva York:

Deprimente.

No hacía falta darle muchas vueltas ni entrar en detalles. Desde el primer minuto y hasta ese entonces, si no era ignorada por sus compañeros, su opinión era menospreciada por ser la de una mujer. La otra cara de la moneda era el acoso sexual que había tenido que afrontar una cantidad de veces que consideraba ridículas por ser muchísimas. Y nunca logró denunciar a nadie siendo ella misma parte de la policía. Realmente su trabajo era indisfrutable.

Regresar a casa no sería la solución a su desesperanza; en ella le esperaba únicamente Muffin, su gato. Macho, también, y por si fuera poco sólo la buscaba por comida cuando tenía hambre.

Se sentía total y completamente fracasada a sus veinticinco años de vida.

—¿Desea tomar algo más, señorita? —el bartender rompió su burbuja de pesimismo, con los ojos fijos en los dos vasos llenos.

—No, ya me iba —se levantó, arrimándole las bebidas para deshacerse de ellas.

De una media vuelta emprendió su camino a la puerta por donde entró antes, topándose de manera repentina con un hombre que la interceptó antes de poder salir.

El asesino del carro rosa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora