Choco-chips

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¡Qué clase tan más aburrida!

Realmente, las tres clases lo fueron.

Ya lo sabía todo.

Lo había aprendido en Tailandia, los hombres que trabajan para mi padre eran muy buenos enseñando, aprendí lo que tenía que ver con el campo electrónico, desde lo más básico; como armar y desarmar una celda fotoeléctrica, hasta casi armar una bomba.

Hubiera podido a no ser por lo que estaba pasando.

—Pss, pss —un siseó sonó cerca de mí —tú, la del flequillo.

Volteé a ver, y a un lado de mí, encontré a una chica pelirroja, entregándome un libro.

Era el mío, al parecer se me había caído, y de tan distraída que estaba no me percaté.

—¿Eres nueva, cierto? —preguntó la tipa.

—Ajá —comenté sin mucha importancia —gracias —dije mientras tomaba mi libro de sus manos.

—Soy Minnie, un gusto.

Qué nombre tan más raro.

—¿Eres la novia de Mickey Mouse? —dije burlona.

—Sí, algo así —respondió riendo —ahora, por estar distraída te quedaste sin pareja para el proyecto —explicó, la chica de ojos grandes —. Pero tienes suerte porque yo estoy libre.

Pensé que se había ofendido por mi mal chiste, a veces abro la boca y no pienso lo que digo. Me arrepiento cuando ya lo escupí.

Pero no, a juzgar por su buena actitud y su gran sonrisa, se lo tomó bien.

—Diré que sí, solo porque te tengo lástima —dije bromista — No porque no haya alguien más disponible.

Creo que tenía una amiga nueva.

—Soy Lalisa —me presenté.

—Qué nombre tan más estúpido —comentó burlona.

Qué bien me caía.

Seguí hablando con Minnie hasta que la clase terminó, le ofrecí a que almorzara conmigo, pero me dijo que ella aún tenía una clase por cubrir.

Al parecer nuestros horarios eran distintos.

Caminé por el campus, era gigantesco, y el color azul predominaba, debías caminar demasiado para pasar de un edificio a otro. Todo estaba lleno de aulas y salones audiovisuales, y por lo poco que vi en mi edificio, había por lo menos tres salones con el equipamiento de electrónica necesario para trabajar.

Y durante el recorrido de un edificio a otro habían por lo menos, tres cafeterías.

Y yo con hambre.

Decidí acercarme a una, que por lo visto compartía con el edificio de medicina.

Me adentré a los mostradores, y unas donas glaseadas me hacían ojitos, así que las pedí. El clima lo ameritaba, estaba demasiado helado y según vi, un frente frio se asomaba en el sur de Corea.

Mis manos estaban congeladas, y mi nariz también, así que pedí igualmente un chocolate caliente.

—Manoban —la misma voz con la que hablé ayer por la noche apareció.

Dumpling —saludé alegremente.

—¿Por qué me llamas así? —murmuró.

—Es lindo.

Me recuerda a un pequeño y diminuto dumpling.

Se miraba muy graciosa con la chamarra que le doblaba el grosor, y su gorro morado, era una mezcla entre chistoso y adorable, sus labios se veían un poco secos y partidos, su nariz y mejillas se encontraban algo rojas por el frio.

Ella mienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora