Capitulo 5. El cocinero orgulloso.

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Cuando Alec se escuchó que todos debían reunirse para conocer al príncipe Bane, hizo lo que cualquier persona pensante haría.

Correr y esconderse.

Llegó hasta detrás de unos arbustos que habían en el jardín y de ahí no pensaba salir hasta horas después cuando estuviera seguro de que Diana no lo arrastraría a ir a conocer al príncipe.

Ya lo conocía, y no era para nada algo que quisiera repetir. Aunque dentro de él sabía que tendría que hacerlo. Pero mientras tanto, lo evitaría tanto como sea posible.

—¡¿Alec?! ¡Alec!

Los gritos de Diana lo alertaron de su presencia. Cerró los ojos con fuerza mientras se agachaba y así era menos visible.

—¡Alec! ¡¿Estás aquí?!

No :)

A pesar de no haber respuesta, la jefa de cocina caminó por los alrededores en busca del pelinegro. Alec, al ver eso, se tiró de plano en el césped para no ser descubierto.

Giró la cabeza y observó con horror una de las dalias que tenía el arbusto justo enfrente de su rostro. No tardó mucho para sentir la comezón en la nariz y, por último, un estornudo saliendo de él.

Malditas alergias.

Ella y él siempre tenían alergias con las flores, de lo cual los demás siempre se reían.

Obviamente Diana lo encontró al oír su estornudo. Levantó una ceja interrogante al verlo tirado en el piso.

—Yo... me caí —murmuró intentando que sus palabras fueran creíbles.

—¿Te caíste?

—Si.

—Ale...

—¡Achu!

Otro estornudo salió de él al seguir teniendo contacto con el polen de la dalia. Diana le tendió una mano para ayudarlo a levantarlo que Alec, enfurruñado, aceptó.

—¿Entonces te caíste y por eso no pudiste contestarme? —preguntó arrastrándolo hacia el castillo de vuelta.

—Ehh, si.

—Ajá.

Alec decidió que ya no le insistiría en su verdad. Era muy bien sabido para Diana, Helen y algunos pocos más, que no estaba muy conforme con sus gobernantes. No hicieron nada por llevarle la contra, pero eso no quería decir que estaban de acuerdo con sus pensamientos.

Lastimosamente, llegaron a la entrada del castillo en menos de 10 minutos, minutos en los que Diana se la pasó regañandolo porque por su culpa llegaría tarde, y a la vez corriendo.

Rogó a Raziel que ya se hubiera ido Magnus y no tuviera que presentarse. Con desánimo, miró al príncipe y a la señorita Loss de espaldas a ellos.

—¡Llegamos!

Al oír el grito, los magos y Helen, que parecía estar hablando con la señorita Loss, voltearon a verlos. Diana se apresuró a hablar.

—Disculpe la tardanza, su alteza —empezó —. Quería que todos de nosotros lo conociéramos en persona, pero no podía encontrar a dos de ellos.

¿Dos de ellos? ¿Faltaba alguien más? Con la mirada dió un chequeo rápido a las personas en el vestíbulo, preguntándose quién era el faltante.

—Lamentablemente, solo encontré a uno —habló. Su voz sonaba agitada por ir corriendo y encontrarse con el principito ese. —Soy Diana Wrayburn, encargada de la cocina —extendió su mano para estrecharla con Magnus.

Los secretos del castillo BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora