Entregar el alma

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“NO, NO, NO, NO”, gritaba desesperada la mente de Giselle. Se habían alejado del edificio entre saltos y tropezones hacia las regiones más marginadas de la zona céntrica de la ciudad. Allí los cuerpos abundaban arrojados en las calles, desde los que se refugiaban del viento en los pórticos abrazados a su hambre hasta los que se desmayaban en los callejones para perderse en la inconsciencia. Eran sólo tres siluetas más campeando la miseria, invisibles para los transeúntes que pateaban las calles con prisas; camuflados entre el hambre y la violencia, ¿quién notaría la sangre en sus ropas? ¿Quién vería la desolación en sus miradas?

Habían encontrado las pistas que buscaban, habían perdido mucho más a cambio de ellas. Liam sostenía a un inerte Arthur, sus miembros colgaban flácidos a los lados, su mirada desengañada se aferraba con tesón a la vida; no sabía que habría al otro lado, ¿cómo asegurarle que el otro mundo no sería tan arbitrario y absurdo como este? 

Giselle se aproximó a él y sostuvo firmemente su costado, las manos subiendo y bajando con la respiración espasmódica del muchacho, hasta que las palmas se le empaparon de sangre, y ésta comenzó a regarse por el asqueroso pavimento; cada exhalación parecía ser la última. No había nada que hacer, el ancho boquete en la carne y las costillas expuestas al aire eran un cabal testimonio de la fragilidad del ser humano; así de sencillo era romperlo, destrozarlo en mil pedazos, no se necesitaba mucho para arrancarle la vida. Intentar detener la hemorragia era tan inútil como contener las lágrimas, Giselle supo en ese momento que todo había sido inútil, que Arthur estaba condenado desde el principio, había sido una estúpida al creer que podría salvarlo y regalarle el final feliz que se merecía.

La sangre se acumulaba, espesa y oscura, debajo de las tres figuras recogidas en el suelo, indiferente a lo que acontecía a su alrededor. Liam percibió su olor metálico en todos sus matices, sintió que casi podía saborearla, y le repugnó la sola idea de probarla. Recordó que en la mañana esa misma sangre le había sido ofrecida con total soltura, se preguntó qué habría pasado si la hubiera aceptado, se torturó imaginando lo que podría haber sido si tan solo hubiera decidido diferente. Observó su rostro, y reconoció el terror en su mirada; él también lo había experimentado, esa terrible incertidumbre, el miedo a lo desconocido que llega con la muerte. Apoyó la garra sobre su mejilla, los labios le temblaban ligeramente.

—Sé que duele —le dijo—. Pasará rápido, ya casi estás ahí.

Giselle lloraba desconsolada la brutalidad de una muerte tan inútil; deseaba poder acunar ese alma junto a su pecho, calmar sus dolores y entregarla, pacífica y adormecida, en los amorosos brazos de Lucy, sabiendo que tendrían la eternidad para sostenerse el uno al otro e intercambiar una mirada más profunda que el infinito.

—Lucy te espera —agregó Liam suavemente—. La verás de nuevo, estarás con ella.

Giselle vio la tenue sonrisa formarse en los labios de Arthur, y sonrió a su vez. Ella lo había pensado, y Liam no le había dado tiempo a intentarlo, calmó a Arthur con las mismas palabras que ella hubiera usado y lo entregó a la muerte con una sonrisa en el rostro, como cualquiera hubiera deseado irse. Consideró su propio recorrido: en una situación similar, lo único que logró calmar su espíritu fue la presencia de Liam; y, si él había sorteado los horrorosos laberintos de la muerte para volver a su lado, había sido siguiendo las notas de su clara voz como si fueran chispazos de luz en la oscuridad. No era difícil encontrar el paralelismo entre ambas historias, el entrelazamiento de sus destinos parecía inevitable.

Ciertamente, conformaban un cuadro extraño a plena luz del sol, arrodillados en un enorme charco de sangre, heridos y sonriéndole entre lágrimas a un cadáver destrozado. Semejaba más que nunca un muñeco de trapo, sus ojillos se cerraban en un sueño perenne, resultaba tan liviano ahora que Liam podría jurar que Arthur había abandonado su cuerpo, y de paso había dejado atrás todos los padecimientos y sinsabores que su suerte había desplegado ante él en tan corto espacio de tiempo.

Mi sangre en tus venas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora