Vida

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En la aurora del primer día de su muerte, Giselle abrió sus ojos; a pesar de haberse convertido en un animal nocturno disfrutó de la etérea claridad obsequiada por los rayos de luz, y, recostada en las sombras, agradeció al sol con una sonrisa. Liam levantó la vista del libro leído por milésima vez, y se encontró con el brillo escarlata de su mirada. El aliento se le cortó en seco cuando percibió la vitalidad que la inundaba en oleadas, la supo viva y eso valió todas desdichas sufridas; se reclinó sobre ella, a la espera de su respuesta a ese acercamiento.

—Estoy bien —susurró Giselle para tranquilizarlo, aún no podía borrar la sonrisa de su rostro.

—Estás bien —repitió Liam para sí, respirando con alivio.

Su garra se movió con delicadeza en esa caricia que les era familiar a ambos, ella la aceptó con los párpados entornados, respirando lenta y profundamente. Se sintieron atravesados el uno por el otro, en una conexión deslumbrante; conocieron la verdad en su infantil simplicidad: las almas no nacen conectadas, se conectan mediante experiencias en común, se entrelazan a través de la sangre, del dolor y la esperanza.

***

Liam recordaba con pasmosa claridad los primeros días de su transformación, por lo que se desvivió para hacer la de Giselle más cómoda. Durante días, se encargó de preparar la acogedora salita que se alzaba a un lado del cuarto y de camino a la cocina; retiró los trastos que dificultaban el paso, restregó la mullida alfombra, acondicionó uno de los antiguos sillones hasta que quedó como nuevo, repartió los almohadones de forma ordenada sobre él y ubicó a su lado una mesilla de madera sólida sobre la que depositó flores frescas y velas de luz tenue. El esperado día de la resurrección, Giselle se adueñó de la salita como una reina en sus aposentos; en la quieta penumbra veía las huellas del trabajo de Liam por doquier, lo que la hacía todavía más agradable. Él la regaló con pasteles de crema, sándwiches de pollo a la mostaza, hojaldres rellenos de fruta y mermelada, budines embarrados de chocolate fundido y nueces, y empanadas de pescado y huevo. Una mezcla alucinante de manjares plagados de carbohidratos, dulces y salados, que había preparado con tierna dedicación y esperanzada energía; delicias empalagosas y condimentadas que hubieran dinamitado el estómago del más valiente de los mortales, pero que Giselle devoró con excelente apetito.

Liam la observaba desde el asiento frente a ella, admiraba su grácil figura de reacciones rápidas y mirada penetrante; percibía cada movimiento que ella realizara como una extensión de sí mismo, y sabía que ella reconocería como propios cada espasmo de sus músculos, cada irregularidad de su respiración, cada uno de los latidos en sus venas. El universo los había unido y ellos decidieron afianzar esa alianza, compartir cada sonrisa y cada suspiro más allá de sus vidas; se poseían mutuamente en un lazo de confianza que los sobrepasaba, nunca antes dos seres habían convergido a un nivel de perfección semejante, y el conocimiento de ello los embargaba de una felicidad tan abrumadora que los elevaba del suelo y les llenaba los ojos de lágrimas. Estaban listos para enfrentarse a lo que la Eternidad le arrojara, sabían que juntos eran capaces de atravesar a pie la oscuridad, que su luz podría titilar pero jamás apagarse.

Liam esperó a que Giselle se recuperara de la extensa comilona que restablecería sus energías, y se sentó a su lado en el sofá con movimientos lentos y seguros. Ella pasó sus largas piernas por sobre las de él para acurrucarse más cómodamente,  y se recostó sobre su pecho pasando sus brazos por detrás de su cuello; sintió el calor que se desprendía de su cuerpo, compartió la tranquilidad en su respiración mientras él le exponía con voz suave los hallazgos leídos en el viejo tomo redactado en hebreo, y la nueva significación que le había adjudicado.

Al compás de ese relato, Giselle viajó a sus años como pupila, recordó las difíciles pruebas que debieron superar antaño y una risilla irónica se le escapó al pensar que ninguna de ellas le fue de utilidad a la hora de enfrentarse a los peligros reales fuera del claustro. Fueron interminables las noches en las que se exprimió el cerebro y se quemó las pestañas estudiando las palabras sagradas, el orden correcto en que deben realizarse los actos rituales, las antiguas reglas que deben respetarse a toda costa, olvidadas en el momento decisivo. Todas las mañanas en las que el sudor corrió por su frente para caer en gruesas gotas sobre la arena del patio de entrenamiento, el ardor en los músculos, los pulmones sin aire, el rencor que bombeaba en su pecho y motivaba todas sus acciones; las tardes en los entrenamientos con armas, los dedos rojos y hinchados, las heridas de arma blanca, la frustración sentida con cada día en que la venganza no era saboreada. Año tras año le repetían que aún no estaba lista para la pelea, que debía endurecer su corazón, clarificar su mente y apagar el fuego descontrolado de sus pasiones para proceder con decisiones sensatas; y cada año ella repetía con testarudez que era ese mismo fuego el que la llevaría a reclamar la recompensa, que se sentía preparada para enfrentarse a lo que sea, sólo para descubrir más tarde y de la manera más cruda que estaba muy lejos de estar lista, y que la lucha real no se comparaba a nada de lo que se había imaginado en sus ingenuos años de muchacha.

Ahora se limitó a incorporar las palabras susurradas con voz profunda hasta que éstas se agotaron, decantando en un silencio reconfortante. Giselle recorrió con sus dedos las marcadas cicatrices en el cuello de Liam, consciente de que lucía el exacto facsímil de las mismas sobre su propia piel; sintió el estremecimiento ante su contacto y supo que respondía a sentimientos que resonaban, equivalentes, en el interior de su alma. Las cosas habían cambiado de forma irremediable y, después de un viraje tan brusco en su trayectoria, retomaban el rumbo con un caminar diferente. La venganza no era una guía confiable, había sido el motor que los llevara hasta el límite y los dejara varados en medio de la ruta. Si las conclusiones de Liam eran correctas, la victoria los esperaba al alcance de sus manos; sólo debían aguantar un poco más, la fuerza de su voluntad no podía abandonarlos; ya se habían sumergido en la oscuridad, a partir de ahora la chispa que no habían perdido iluminaría como un lucero entre las tinieblas.

Mi sangre en tus venas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora