Las horas se arrastraban en la fría madrugada, el sonido del agua se oía cada vez más cercano; no debía de estar muy lejos de su destino.
Liam barrió con su mirada el desolado lugar: tierra hasta donde alcanzara la vista. Árboles raquíticos se levantaban aquí y allá, con una irregularidad desesperante; flores escuálidas, de colores apagados, apenas levantaban la cabeza del suelo, demasiadas lluvias las habían abatido, lavándoles la vitalidad y el frescor, quizás también la ternura.
A medida que se fue acercando al punto señalado el hedor se hizo más intenso, la tierra se hizo más húmeda; y un nuevo sonido se sumó al murmullo del agua: el desagradable rumor que puede producir un animal carnívoro al masticar su presa, crecía como un coro, multiplicándose en una letanía monótona y asfixiante.
El cielo se encontraba totalmente oscuro, de un eléctrico color azabache; no se oía ningún pájaro curiosear por allí, Liam se vio a sí mismo solo entre la tierra y el cielo, se sintió el ser más solitario y desamparado sobre el planeta; habían pasado muchos años desde la última vez que se había sentido así. La atmósfera era hipnótica y sobrecogedora; daba la impresión de que una porción del tiempo hubiera quedado congelada en ese lugar, de que ese trozo de la realidad se hubiera dañado, como si hubiera sido introducida en litros de alquitrán y aún goteara, pegajoso y repugnante. Nada estaba objetivamente mal, simplemente algo no cuadraba allí, como si fuera la ilustración de un libro para niños diseñada por un psicópata. Si el mismísimo Lucifer en persona se presentara allí en ese momento, Liam no se hubiera sorprendido; mas tampoco lo hubiera hecho si el aparecido fuera el hada de los dientes. A ese punto, de ese lugar tan extraño, podía esperar cualquier cosa.
Caminaba con calma, atento al más mínimo movimiento, cuando percibió algo por el rabillo del ojo. Un bulto se encontraba tirado en el suelo a un lado de un carcomido roble, el cadáver de algún pobre desafortunado; hacía tiempo que había perdido toda forma humana, parecía más bien una bolsa de tela rellena con carne molida. Varios pares de dientes se alimentaban con voracidad, arrancando trozos de carne, tragando sin masticar, dejando escapar de entre sus mandíbulas ese desagradable murmurar. Liam tuvo que acercarse un poco más antes de que pudiera notar lo que se le había pasado por alto en primer lugar, algo tan sencillo como la talla de esas criaturas: eran tan pequeños que nuestro héroe tardó un momento en procesar lo que estaba contemplando.
La respuesta al enigma era sencilla, y le llegó a la mente con la rapidez de un rayo, haciéndolo tambalear con su crudeza. Él mismo se había enfrentado semanas atrás al pastor de una iglesia; la iglesia de un pueblo donde la desaparición de niños se había convertido en un acontecimiento habitual. Los niños no pueden simplemente desaparecer, todos esos niños debían de estar en algún lado; y por lo visto, creyendo que se dirigía al sitio de reunión de una manada de calculadores vampiros, cayó en el depósito de cadáveres de la iglesia, donde niños sin vida eran arrojados; y donde, la mayoría de los casos, eran reanimados tiempo después, movidos por el hambre y la gula.
Lo único que había impedido que esos mutilados cadáveres sin alma se pudrieran bajo los sucios rayos del sol, o que fueran devorados por los pájaros carroñeros, era su increíble fuerza de voluntad, sus inmensas ganas de vivir. Los ojos vacíos evidenciaban la ausencia total de conciencia, toda falta de planes o motivaciones para sus acciones; agilidad y precisión en cada movimiento efectuado combinadas con un ansia animal que derivaba en frenesí y descontrol. No trabajaban en equipo de manera voluntaria, mas no interferían en los manejos de sus pares, era como si no pudieran percibir nada más allá de sí mismos y sus desmedidas ansias de comer. Ya no eran humanos, pero tampoco eran vampiros, no por completo; se necesitaba una mayor maduración para ello.
Liam efectuó un ligero movimiento; un pequeño oído habrá debido percibir algo, o quizás fue una pequeña nariz; porque en la inmensidad de la noche un par de ojos color de sangre brillaron en la oscuridad y se fijaron en el desconocido que se mantenía alejado, parado en actitud desafiante. Sin un segundo de vacilación la asquerosa criatura se arrojó con desespero en dirección a la nueva presa que tan voluntariamente se ofrecía en aquel inhóspito sitio; corrió a una velocidad agobiante, dando saltos exagerados y cayendo de manera desordenada con las cuatro extremidades apoyadas sobre el suelo, los afilados colmillos a la vista, su mandíbula todavía embadurnada de sangre rancia y carroña.
Con los reflejos que traen los años de práctica, Liam sacó su pistola y disparó justo entre los ojos. La criatura cayó con un ruido seco, y se quedó inmóvil sobre la fangosa hierba. El estruendo apenas tuvo tiempo para apagarse, el desagradable sonido a masticación —constante hasta entonces— se detuvo de súbito y varias docenas de luces rojas se hicieron visibles en un atento silencio, mil veces más aterrador que cualquier sonido.
La respiración de Liam se cortó, escuchó los latidos de sus propio corazón en sus oídos, sintió como si el tiempo se hubiera detenido mientras la feroz horda se acercaba velozmente, y cada vez se sumaban más, surgiendo aquí y allá como si se materializaran de la nada. Sus bocas dejaban escapar chasquidos de impaciencia, sus gargantas emitían un murmullo tan parecido a un ronroneo que podía llevar a la locura. Los primeros en llegar fueron recibidos con sendos disparos en la cabeza, la concentrada mano gatillando con precisión. Los cuerpos caían con una regularidad tal que sus golpes contra la tierra casi recordaban al rumor monótono de la lluvia.
Pronto, la Desert Eagle no fue suficiente; esas cosas atacaban en un caos iracundo que convocaba a la desesperación. En un arranque de furia ciega, Liam propinó una fuerte patada a la pestilente nube de seres que ya lo rodeaba mientras recargaba el arma; y, al volver a apoyar la bota en el suelo, notó que uno de esos monstruos se había aferrado a la punta con el agarre de una garrapata.
Liam actuó por impulso y, en un arrebato de impotencia, golpeó el talón de su bota con fuerza. La reluciente cuchilla de plata se desplegó en un movimiento limpio, casi elegante, y se manchó de un negro grasiento al atravesar el pecho de la criatura, saliendo por su espalda. Un gañido de dolor, y eso fue todo. Allí estaba la clave, y Liam la atrapó con presteza. Golpeó el talón de la otra bota y, ahora con dos filosas cuchillas de plata en su poder, repartió patadas a su alrededor hasta que los muslos comenzaron a arderle.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido, la cabeza estaba a punto de partírsele y ya no sentía las pantorrillas. A pesar de encontrarse en el centro de un círculo formado por cadáveres, más y más de esas criaturas seguían llegando en una caterva interminable. Se lamentó una y mil veces de haber ido a ese sitio en primer lugar, y deseó que en donde sea que Giselle estuviera, se mantuviera a salvo. Sus fuerzas ya lo abandonaban, mas no iba a sucumbir ante esa turba; debía encontrar la manera de salir de allí.
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Mi sangre en tus venas [Completa]
VampirosEn un mundo donde los vampiros hacen estragos, todavía existen personas que intentan destruir (o al menos controlar) la maldad. Pero ¿qué pasa cuando esa maldad se filtra en su interior, transformándolos por dentro, alterando su existencia para siem...