Capítulo 3. Cita de verdad

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El día estaba particularmente nublado cuando Daniel decidió enfocar su vista en el gran ventanal de su oficina, apreciando a las personas pasar en las concurridas calles de la ciudad a paso apresurado para llegar a sus destinos.

No podía negar que su mente le jugaba malas pasadas, empezando que desde hace días no podía borrar los sucesos en su cita improvisada con Leah. Y cuán catastrófica había salido.

Sabía que le costaba abrirse a las personas, puesto que temía mostrar sus mayores inseguridades y prefería aislarse de todos, inclusive de sus padres y de sus mejores amigos; Por lo que, consideró ilógico su impulso por invitarle un café al saber los posibles escenarios que podrían pasar durante aquella cita.

Su falta de palabra hizo del momento incómodo y frustrante, y las pocas palabras que conseguía decir eran en un tono golpeado y casi cabreado, pero se había acostumbrado a ese tono que le era imposible poner uno menos intimidante. 

Se sentía como un hombre de las cavernas tratando de descubrir con el mundo externo.

Habían terminado sus termos  de café y despedido de forma rígida, que cualquiera que los hubiera visto pensaría que estuvieron obligados a verse. Pero él no se sentía de esa forma, se sentía atraído por la brillante vibra de aquella joven que conoció en un día lluvioso y que le hablaba a objetivos sin vida. 

Bufó por el rumbo de sus pensamientos y cuando pensaba apartarse logró ver un deslumbrante paraguas que se le hacía conocido. Y es que cargar con él por tantos días y verlo con adoración como si fuera un objeto sagrado para buscar a la chica que roba su racionalidad, realmente lo había dejado mal y se había aprendido cada detalle del objeto como si tuviera alguna pista oculta.

Su vista recorrió el trayecto que emprendía aquella persona con el paraguas; Fue cuando se detuvo en la esquina y se inclinó para ver tránsito de la avenida, cuando Daniel reconoció aquel rostro con el cual soñaba despierto.

—Daniel, ¿Estás listo para ir a comer o...?—La voz de su amigo fue un leve murmullo para cuando salió deprisa de su oficina y lo dejó hablando solo.

El elevador parecía demasiado lento para su prisa, por lo que decidió bajar el tramo de escaleras con la mayor rapidez posible y abrió las puertas de vidrio con algo de brusquedad pero su único propósito era alcanzarla. 

Salió del edificio y se disculpó con las personas con las cuales chocaba por accidente, llevándose varias maldiciones y quejas en su contra pero solo se concentró en llegar a la esquina donde la vio pero al llegar donde se suponía que debería de estar, no encontró a nadie.

Miró a la cera de enfrente, a los costados e inclusive se volteó por donde había venido en busca del peculiar paraguas, pero no había vista de ninguno. ¿Y si había sido producto de su imaginación? ¿Acaso estaba llegando a esos extremos como para imaginar que pasaba por ahí?

Pero por el rabillo del ojo notó una peculiar silueta teniendo problemas con su paraguas y sonrió ante el reconocimiento.

—¿Necesitas ayuda?—Cuestionó al acercarse y percatarse que no había podido encontrarla porque se encontraba detrás de unos los pilares que sostenía el edificio vecino al suyo.

—Oh, no, yo estoy bi...—La palabra murió entre sus labios al levantar la vista y encontrarse con la persona que menos imaginaba.—Daniel.

—Creo que sigues teniendo problemas con esa cosa.—Una sonrisa temblaba entre sus labios pero desvió la vista hacía el piso para ocultarla.

—Bueno, que podría esperar debido que la compré a un tercio del precio que suelen costar.—Esbozó una mueca en su rostro y cuando se giró para encontrar un bote de basura, tiró el paraguas.—Bien, debí de deshacerme de él, no, tacha eso, jamás debí de comprarlo.

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