Preludio.

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La sala de espera estaba casi vacía cuando llegaron. Quizá a consecuencia de la hora o tal vez porque desde el servicio que se ofrecía hasta el mismo nombre del hospital, Paso al Infierno, daba la desconfianza suficiente a los pobladores para no ir. Pese a esto, después de dar sus datos a la recepcionista, una amable enfermera los dirigió hasta el consultorio del doctor que los atendió.

La consulta fue breve, puesto que las lesiones de Kyle no eran graves. El doctor le recetó un antiinflamatorio y reposar el brazo, nada que le impidiera seguir con su día a día. No obstante, el resultado no hizo cambiar de idea a Craig, quien lo acompañó de regreso a casa, aun cuando insistió en que no era necesario.

Terminaron ingresando juntos a la residencia Broflovski, cortesía de Kyle frente a la desconcertada mirada de Sheila, quien se apresuró en cerrar la puerta detrás de ellos.

—Kyle, hijo, ¿cómo estás?, ¿dónde estabas? Stanley me contó lo que te pasó en el entrenamiento.

De un respingo, el pelirrojo volteó a verla.

—¿Cómo que Stan te dijo?

—¡Ay, no te he dicho que Stanley está aquí! Vino a ver cómo estás.

Su madre lo tomó por los hombros en un intento por llevarlo a la cocina, pero el menor se detuvo en la sala. Marsh salió de la cocina observando a las tres personas frente a él.

—¿Qué carajo haces aquí?

Recriminó el judío en un tono que hizo resaltar su resentimiento. El otro sólo frunció el entrecejo levemente antes de hablar.

—Ya te lo dijo tu madre... —amargo, miró a Craig antes de volver la vista hacia su mejor amigo—, y veo que estás muy bien.

Kyle levantó la voz, obstinado en su réplica:

—En perfectas condiciones. Gracias. Ahora vete.

Sheila y Craig permanecieron en silencio a espaldas de éste, mirando y escuchando la pequeña discusión que mantenían los (ex) súper mejores amigos, por lo menos hasta que Stan se acercó al pelirrojo, jalándolo de la chaqueta de manera violenta. Sheila jadeó asustada, tapándose la cara con ambas manos, Tucker se interpuso entre ambos para evitar cualquier percance.

—Vete, Marsh.

El mencionado le dio una mirada furiosa antes de protestar.

—¡Tú ni siquiera deberías estar aquí!

—Vine con Kyle.

La firmeza y seguridad de sus palabras le hicieron caer en cuenta de que era el intruso en la situación. Pensó rápidamente en que lo mejor que podía hacer era disculparse por el altercado y regresar en otro momento, cuando los ánimos se hubiesen calmado. Sin embargo, optó por la segunda opción que cruzó su cabeza, huyendo sin ofrecer disculpas ni explicaciones.

En la mansión Black, Clyde recorría los pasillos a vueltas, tratando de recordar en dónde se ubicaba el gimnasio que rara vez frecuentaba. Tardó unos cuantos minutos en encontrarlo y al entrar, sus ojos se centraron en el marcado torso desnudo rociado de sudor de Tolkien, quien recién terminaba su rutina de ejercicios vespertina.

—¡Clyde! No sabía que vendrías. ¿Al fin te decidiste a usar el gimnasio?

Preguntó al verlo con una toalla alrededor del cuello. La mirada del castaño fue de izquierda a derecha y viceversa, buscando las palabras que perdió en algún momento inadvertido.

—No... Vine a buscarte y tu madre me dijo que te trajera esto —habló entre tartamudeos discretos, lanzándole la toalla.

—Bueno. Gracias, amigo.

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