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Dazai's pov.

Ranpo me cerró la puerta en la cara sin siquiera despedirme. Era de esperar, teniendo en cuenta que todos se habían ido sin recoger nada y que pronto serían las tres de la mañana.

Tenía a Chuuya en mi espalda y era realmente más ligero de lo que pensaba. Estábamos empapados por la escenita de la piscina y posiblemente alguno terminaría pillando un resfriado. No me molestaba en absoluto, era un excusa perfecta para no asistir a clase y no tener que hacer frente a la vida real.

También podía sentir la respiración del pelirrojo en mi cuello. Me hacía una especie de cosquillas, pero no con molestia o sensación de risa, por lo que no me molestaba tampoco. Al ser ligero, casi podía ir incorporado al completo. Mi único dolor estaba en mis heridas que, por culpa del agua y las vendas mojadas, palpitaban de vez en cuando. No obstante, me sentía tranquilo, sin preocupaciones reales. En principio, me negaba a llevarlo hasta su casa, pero ganando un favor de Atsushi podía significar una ayuda para gastarle bromas a Kunikida. Además, si hubiera sabido antes de esta calma me habría ofrecido a cargar al omega más a menudo.

Subí las escaleras del edificio con más cuidado que cuando caminé. Temía resbalarme y caerme al piso con Chuuya en mi espalda, así que con mucha atención y precisión, subí escalón a escalón. Todavía no entendía por qué no habían puesto un ascensor a un edificio como ese. Aún así, no me importaba mucho porque ni vivía aquí ni tenía muchas intenciones de venir, ni siquiera de visita.

Bajé a Chuuya de mi espalda y le pasé un brazo por mi hombro, con sus pies apoyados sin mucha fuerza en el suelo. Luego, busqué en sus bolsillos las llaves, y terminé guardándome también la piruleta que le había cogido a Ranpo. Abrí la puerta y me invandió un olor hogareño para nada desagradable. No me detuve mucho en la observación de la casa al tener al enano gruñón dormido con la sensación de que en cualquier momento me pegaría por, no sé, haberle llevado hasta aquí.

Pasé por el pasillo donde ya había estado cuando trajimos a Atsushi y fácilmente reconocí que la habitación de Chuuya sería la de al lado. Cuando entré me recorrió por el cuerpo la sensación que jamás podré olvidar, ya que sentí escalofríos hasta en las neuroras. Supongo que es lo que tenía un lugar en el que pasas mucho tiempo, y ese es tu propio olor. Imaginé que mi casa olería a mí mismo y me desagradó un poco la idea, porque usualmente no me doy cuenta de ello.

Dejé lentamente a Chuuya en su cama. Le quité las decoraciones de vampiro con mucho cuidado, como el feo sombrero de copa o el choker que apretaba su garganta. Tuve que hacer muchísimo esfuerzo para no cagarla y despertarlo. Luego, abrí su armario y busqué lo más cómodo que encontré de sus atuendos: un chándal gris y una camisa negra. Aunque sabía que no debía, mi parte racional me decía que necesitaba cambiarse la ropa húmeda cuanto antes. Pero mi parte instintiva me gritaba "te va a matar cuando se entere". Además, sabía respetar la privacidad de los demás. A mí tampoco me gustaría que me desnudasen y vieran mi piel mientras no estoy consciente.

Quería esperar a que Atsushi llegara, así que para hacer tiempo cogí una camisa de Atsushi—porque eran más grandes que las del otro—y unos pantalones decentes. Me metí en el baño para quitarme el frío del cuerpo. Me quité las prendas húmedas y las doblé colocándolas sobre el lavamanos. Me quedé observando si mis vendas sobrevivirían por un rato y terminé asumiendo que debía volver para cambiarlas cuanto antes, para evitar infecciones. Aproveché para mojar con agua caliente mi cara y me puse los pantalones.

Fui a buscar mi móvil a la habitación en la que lo había dejado. Volví a llamar a Atsushi. Esta vez contestó a la primera.

—¿Qué sucedió?—dijo al otro lado del teléfono.

Hechos para estar juntos. [Soukoku/Shin Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora