Tarragona. 12 de enero. 17:10h.
Dejamos atrás la Comunidad Valenciana y nos adentramos en Cataluña. Hicimos una pequeña parada en un área de servicio, por suerte, porque mi cabeza necesitaba dejar de ver el paisaje a toda velocidad. Necesitaba estatismo, calma, un mínimo de descanso, y eso que no era yo la que conducía, que tan solo fijaba mis ojos en la ventanilla admirando la carretera, los árboles, el cielo azul despejado, los demás vehículos circulando a ambos lados...
Elisa salió del coche con premura, asegurando que, si no volaba, se meaba encima. Así, literal. Me tuve que reír, y no porque fuera tan poco medida en sus palabras, sino por la imagen de ella correteando hacia el pequeño establecimiento que había en la gasolinera: intentando ser veloz, con cara de urgencia, pero sin avanzar mucho. Era graciosísima y ahora que la veía de pie, de cuerpo entero, pude apreciar cuán moderna era vistiendo también.
Y, ahí, en esa primera parada del viaje, en ese primer instante a solas, juré arrebatarle la maldita máscara a Flavio. Era eso o convivir con el silencio, y aún era demasiado pronto para conformarme con la nada, con la ausencia de ruido entre los dos... Él caminaba de una punta del vehículo a la otra, estirando las piernas después de unas buenas horas sumido en una conducción de lo más extrema. A veces, se llevaba las manos a sus sienes y las masajeaba con insistencia, de esa manera que tanto bien me hubiese hecho a mí, que aún padecía las consecuencias de la resaca. Se quitó las gafas y limpió los cristales con la tela de su camisa veraniega. Entonces, yo también salí del coche.
Me miró, coño, me miró. ¿Cómo era posible que apenas con sus ojos lograra... inquietarme tanto? Sonrojarme tanto, mejor dicho. Hacerme dudar incluso de cómo se respiraba, de cómo se parpadeaba, de hacer lo más vital, lo más involuntario del mundo.
Cerré la puerta y abrí la boca, así, sin pensarlo.
-Te gusta viajar, ¿entonces?
Qué pregunta más idiota, lo sé. Eran los nervios, joder, saberme en el punto de mira de ese chico que guardaba tanto misterio. No sé cómo no salió huyendo de mí en aquel instante. Cualquiera en su sano juicio se hubiera montado en el coche y me hubiera dejado ahí, en esa área de servicio, esperando a que Elisa terminara de hacer pis.
Pero no lo hizo.
-Claro -se colocó las gafas y se apoyó en la puerta del asiento del conductor, con la mirada clavada en el horizonte. -Será la primera vez en París.
-¡La mía también! -exclamé, con ilusión. -Mi sueño... Bueno, el de mi mejor amiga y yo, es desayunar en una cafetería a las orillas del río Sena, con la gran Torre Eiffel de fondo. Siempre lo hemos imaginado, pero muchísimas veces, y nunca se ha podido dar. Ahora la he traicionado un poco, la verdad, yendo yo sola, pero... creo que lo entiende. Me quiere.
Mierda, ahí estaba otra vez, contándole tanto, contándole todo, sin filtro alguno, sin nadie que me gritara que cuidado. En fin... Yo también miraba al horizonte, aferrándome a él como una excusa para no pensar en quién tenía a un lado, pero cuando terminé de hablar desvié la cara y lo descubrí mirándome. Ahora era yo su horizonte. Y él el mío.
-Creo que todos hemos tenido alguna vez ese sueño -me dijo.
-¿Me estás llamando básica?
-No -rio como un niño vergonzoso. -No, solo trataba de empatizar. Te entiendo. Es un sueño que todos hemos tenido, incluso quienes nunca se lo han planteado. Y no, no eres básica por eso. Eres... valiente.
-¿Valiente? -regañé el rostro.
-Valiente, sí. Es el típico sueño utópico que nunca llega a materializarse. Y vas tú y lo haces, y sola, y con dos desconocidos. Muy valiente.
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Atardecer en nuestra ciudad
FanfictionHay personas que son como los atardeceres. Eso asegura Samantha de Flavio, que es como un atardecer, que ilumina, que embellece, que abraza, que ensimisma, que alucina... y que se va. Porque, aunque quisiera lo contrario, ese pequeño espectáculo nat...