París. 20 de enero. 08:15h.
-¿No ha quedado nada arriba?
-No.
Justo a las ocho en punto de la mañana la habitación del hotel quedaba vacía. Vacía de mí, quiero decir, que yo no soy de las que roban las almohadas o las toallas de los hoteles. Quince minutos más tarde, mis bolsos ya estaban en el coche junto a las pertenencias de Flavio, que eran menos que las mías, a pesar de que a la que habían asaltado durante el viaje no era a otra más que a mí. Si el maletero estaba a reventar, era por culpa de Marion. Gran parte de la ropa que me había regalado la terminaría compartiendo con Nuria y con mi hermana, estaba clarísimo. Había un vestido veraniego monísimo que desde que lo vi supe que sería para Nuria. Era de colores tan alegres como ella, llevaba su esencia en cada detalle de la tela, sobre todo, en los volantes del escote, que rompían con el estatismo del atuendo como cuando ella irrumpía en los días más aburridos para arrasar con ellos. Si Nuria fuese un vestido, sería ese sin lugar a duda. Decía mucho de mí que entregarle aquella prenda fuera una de las pocas motivaciones que me producía volver a casa...
Flavio intentaba distribuir el espacio para que cupiera todo sin ningún problema y, mientras lo veía peleándose con los bultos, tuve la sensación de haber vivido esa estampa con anterioridad.
Y sí. Así había empezado aquella aventura. ¿Lo recuerdas?
-Déjame ayudarte.
-Me estoy cagando en Marion, ¿lo sabes?
Tenía las gafas en la punta de la nariz y resoplaba como si estuviera haciendo el mayor de los esfuerzos. Pelo alborotado, barba incipiente y pantalones pitillo con rasgaduras en las rodillas. A diferencia de aquella vez, no estábamos en Alicante y tampoco nos esperaban unos días maravillosos en otro país. Ahora tocaba volver, y mi pecho estaba más apelotonado de melancolía que aquel pobre maletero de bolsos con ropa de lo más espléndida.
-Es que tienes un maletero un poquitín estrecho.
-Ya, será el maletero y no tus trastos...
-Pero pon algunos en la parte trasera. Trae, dame ese.
-Que no, que esto lo encajo yo como que me llamo Flavio...
El Augusto se quedó en la punta de mi lengua con ganas de salir, pero supe tragármelo a tiempo. Aún me costaba creer que ese fuera su segundo nombre... Pero es que me costaba creerlo todo. Me costaba creer que estuviéramos a punto de iniciar el trayecto de vuelta juntos y, sobre todo, que ese juntos abarcara más que una simple compañía de viaje. Así habíamos empezado, como compañeros de aventura, y, aunque no sabía exactamente en qué término la habíamos concluido, era absurdo considerar que continuábamos en el mismo punto. Algo había pasado. Algo tan fuerte que me daba vértigo retornar a la vida de antes por si no había un hueco para nosotros dos.
Cerró el maletero; lo hizo con rabia, y mucho sudor. Sorprendentemente, ese día, cuando ya nos íbamos, el sol parecía hacer acto de presencia por París...
-¡Ea! -se sacudió el pantalón. -Siempre he sido un genio jugando al Tetris. ¿Vamos?
Me abroché el cinturón y, segundos más tarde, el coche se ponía en movimiento. Me costaba creer que todo se hubiera acabado. Jamás iba a poder reponerme de un viaje como aquel, tan avivador para mí, que no vivía. Mientras dejábamos atrás aquel rincón que siempre encontraba al abrir la ventana de la habitación para mantener el primer contacto del día, no pude evitar emocionarme. Cuando marchas de un lugar es irremediable preguntarse cuándo será la próxima vez. ¿La habría? Esa duda resplandecía a través del brillo de mis ojos, que contemplaban todo lo que a gran velocidad iba desapareciendo de mi vista.
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Atardecer en nuestra ciudad
FanfictionHay personas que son como los atardeceres. Eso asegura Samantha de Flavio, que es como un atardecer, que ilumina, que embellece, que abraza, que ensimisma, que alucina... y que se va. Porque, aunque quisiera lo contrario, ese pequeño espectáculo nat...