Capítulo 14: Miedos incontrolables

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París, 18 de enero. 10:38h

Lo peor que me podía ocurrir estando de resaca era soportar los gritos de Nuria por teléfono. Y, cómo no, lo peor terminó sucediendo. Estábamos en una videollamada. Ni siquiera había desayunado y lucía unas ojeras tan grandes como la catedral de Notre Dame. Catedral, por cierto, que íbamos a visitar ese mismo día de no ser porque...

-¿Cómo que le has dicho que no? ¡¡Que te quedan dos días, Sam!! ¡¡Estás en París, chata!! ¡¡En París!! ¡¡No puedes quedarte encerrada!!

-Pero tengo derecho a estar mal aunque esté aquí, ¿no? No lo puedo evitar...

Resopló y se acomodó el moño que se había deshecho después de su último aspaviento, tan exagerado como ella misma. Nuria estaba envuelta en un albornoz de color morado y se estaba tomando un café en una taza que yo misma le había regalado hacía unos cuantos años. La taza tenía un mensaje, uno muy... ¿cabrón? Nadie te quiere se podía leer en una letra mayúscula y en negrita de color blanco sobre un fondo tan negro como el futuro que divisaba para Flavio y para mí. Era una broma interna entre las dos por aquel entonces. Nuria nunca había tenido pareja y yo pisaba de nuevo la soltería después de un buen tiempo del otro lado, así que nos gustaba recalcar lo solas que estábamos en el ámbito amoroso.

Pero aquella mañana ese nadie te quiere escrito en mayúscula me molestó como nunca.

-Escúchame una cosa: te vas a levantar de esa cama, te vas a dar una buena ducha para que te espabiles y vas a dejar ese cuchitril para seguir disfrutando del viaje. ¿Me lo prometes?

-Estoy mal, Nuria. Y quiero estarlo... ¡Déjame en paz, coño! -rezongué. -¡Y tira esa taza!

La miró con el ceño fruncido. La sujetaba entre sus manos, calentándolas.

-¿Por qué? Si sigo más sola que la una...

-¿A ti no te gustaba el profesor de Educación Física? -intenté desviar el tema de conversación.

-¿No te lo he contado? -se carcajeó. -Es gay, lo pillé a la salida del cole de la manita con su novio. ¡Tengo un ojo!

-No jodas...

-Sí, hija, sí... Tengo un historial amoroso que da pena. No como tú, ejem, que tienes a un tal Flavio muertito por tus huesos. Vete a la Notre Dame y cásate con él de paso. Qué pasó anoche, ¿eh? ¿Por qué estás así?

Suspiré.

París. 17 de enero 22:49h

Elisa se encargó de hacer que nuestro abrazo no fuera interminable, por supuesto. Al volver, las luces del local habían abandonado sus tonalidades frías y oscuras por halos rojizos que volaban de una esquina a la otra sin parar, iluminando toda la sala. Sonaba, en esta ocasión, una salsa y la multitud se movía con menos sensualidad que antes, pero sin permitir que un centímetro los separara de su acompañante. Bailaban por parejas, se dejaban mecer por unos ritmos latinos que parecían atravesarles las extremidades, impidiéndoles descansar siquiera un momento. Era alucinante cómo se movían, de una manera tan profesional e intensa que me hizo entender de nuevo que ese no era mi lugar en el mundo. ¿Qué coño estaba pintando yo ahí?

Y, en medio de la pista, La Venus de Willendorf daba vueltas y vueltas, acompasada por los movimientos dominantes de un hombre alto y corpulento. Él llevaba el liderazgo del baile y la movía a consciencia siguiendo el compás de la canción. Pero aquel hombre no era Flavio. Lo busqué, entonces, con la mirada por todo el lugar, esquivando a la gente que se interponía a mi paso, aunque en realidad yo fuera el obstáculo para ellos, porque no bailaba, porque solo lo deseaba encontrar a él.

Atardecer en nuestra ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora