Capítulo 09

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Tres meses y diez días para que el mundo se acabe:

Ya habían pasado unas cuentas semanas desde que se supo la fatídica noticia, y algunos no sabían como reaccionar ante ella.

El ejemplo perfecto fue Jill, la hermana de Liz. Ella simplemente se comenzó a mover por inercia, al igual que su padre. Ellos eran muy similares, y eso hacía que Liz, pese a que había luchado contra esos pensamientos, se sienta muchas veces excluida de su familia.

Muchas veces deseó poder tener la relación que tenían Jill y su padre. Tan real, natural... que sólo bastaban unas cuantas miradas para saber qué le ocurría a cada uno.

Eso hizo que Liz se sintiera muchas veces ajena.

Pero la verdad que, eso ocurría porque ella era muy parecida a su madre en cuanto carácter. Así como su hermana y su padre compartían esa facilidad innata, ella lo hacía con su madre.

Y no quería hacerlo.

Se negaba a terminar actuando como ella. Y por eso, inconscientemente, lo hacía.

Su madre era abierta, expresiva. Era similar a una bomba inestable, con una explosión inevitable.

Por otro lado, cuando su amiga Alice se había enterado de la noticia, la había llamado dos veces. La primera, para saber si Liz también estaba al corriente de lo sucedido; y la segunda, para quedar a pasar tiempo juntas antes de que el mundo se acabe. Algo que se fue, como siempre que se trataba de Alice, posponiendo a causa de sus visitas a Logan.

Porque pese a que habían pasado tres años desde que habían empezado a salir, ellos seguían juntos y enamorados.

Sinceramente, Liz desconocía como habría reaccionado Logan... quizás llorando junto con Alice, más preocupado por saber que en tres meses y diez días tendrían que terminar su relación y no tanto por el hecho de que todos moriremos. Si, seguramente habrá sucedido eso.

Y Liz... bueno. Liz derrochaba el poco y valioso tiempo que aún tenía autocompadeciendose en la oscuridad de su cuarto.

Pero la visita de Lucas había terminado con ello. Le había puesto un final a su interminable melancolía. La furia que sentía hacía ella misma, la había sacado de su profunda inmersión.

Había arruinado su amistad, eso era un hecho.

¿Por qué hacía esas cosas? ¿Por qué era así...? Tan como... como su madre.

Ese día, salió a la calle enojada y frustrada consigo misma, sin fijarse en su atuendo ni en su despeinado cabello y fue hasta la casa que tanto conocía. Y tocó la puerta que tantos recuerdos le traía. Recuerdos de Liz, de la mano de su papá esperando a que esa señora rubia y de ojos azules, tan profundos como el mar, le abra.

Cuando Carol abrió la puerta, Liz se dio cuenta del precio del tiempo en ella. Ahora su rubio cabello estaba casi blanco por las canas que ya no se preocupaba en tapar, y tenía arrugas en sus ojos de tanto sonreír.

Carol abrió los ojos en sorpresa. La había reconocido al instante. Ahora era ya una adulta, no esa niña de cinco años que esperaba en la puerta de su casa, con su padre de la mano.

Había algo en Liz que no había cambiado en todos esos años:

Su melancólica mirada.

- ¡Liz, tanto tiempo! ¡Cómo has crecido! Estás hermosa. Toda una adulta.

- Hola Carol- dijo abrazándola, como cuando era niña.

Sus ojos se llenaron de lágrimas en cuanto recordó su perfume de rosas y la sensación de unos brazos seguros.

- ¿Cómo has estado? ¿Tus padres, bien?

- Si- se secó las lágrimas lo más rápido que pudo-. Lamento no haber venido con un turno o algo por el estilo, si aún lo siguen haciendo- Liz forzó una sonrisa en modo de disculpa y Carol rió, ya acostumbrada a las lágrimas ajenas.

- Si, lo seguimos haciendo, pero tranquila, no te preocupes. Siempre habrá tiempo para ti. Y últimamente no tenemos tantos clientes, con todo esto de que el mundo se acaba, muchos dejaron la terapia. No la vieron más necesaria.

Liz asintió.

Era coherente que la hayan dejado. Y desconcertante que ella quiere empezarla justo ahora.

Liz se sintió pequeña, una vez más. Venir aquí era revolver todo su pasado una vez más.

Pero quizás ahora sí estaba preparada.

Le contó todo lo que había ocurrido en todos los años que no habían hablado. Le habló sobre Lucas y la situación que había llevado a Liz a volver con Carol. Sobre su familia, las maneras en la que todos reaccionaron. Les contó sobre Alice y Logan.

Le habló de sus inseguridades.

Liz se abrió con Carol, como si no lo hubiera hecho nunca.

- ¿Y por qué crees que es tan terrible para ti parecerte a tu mamá? Después de todo, los hijos son una extensión de sus padres.

Pero Carol sabía por qué Liz odiaba parecerse a ella. Ya lo habían hablado millones de veces, aún cuando era tan pequeña como para entender lo que ocurría.

- Ya sabes por qué.

- A veces es necesario enfrentarnos al pasado con palabras. Llamarlo por su nombre. Reconocer el problema es el inicio.

Liz pensó en que todo esto no tenía nada que ver con el problema que ella había llevado ante Carol.

Ella buscaba no ser tan impulsiva ni deprimente, que quizás, la derive a un especialista para que le recete los antidepresivos que solía tomar.

Ella había venido por Lucas, para ver si Carol la podía orientar para recuperar su amistad. También para que ella se pueda sentir a gusto consigo misma.

No por su madre y todo lo que había pasado mucho antes de tener memoria como para recordarlo.

Ese regresó enfadada, pesando en que no habían progresado nada. Que había sido inútil volver a tratarse con Carol.

Pero en realidad, ese fue un comienzo para Liz.

Quizás, antes de que se acabe el mundo, lograría gustarse a ella antes de gustarle a Lucas.

Antes de que el mundo se acabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora