Capitulo 19

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Dos meses antes de que el mundo se acabe:

Las visitas a Carol poco a poco fueron disminuyendo. Dejaron de ser cada semana y comenzaron a reunirse cuando Liz sentía que se ahogaba en su propia casa o con sus amigos.

Afortunadamente, eso ya casi no ocurría.

La última vez fue después de lo sucedido con Lucas, diez días atrás. Esa vez no hizo falta que Carol hablara mucho, Liz ya lo sabía. Ya sabía que era lo que debía hacer y cómo se sentía.

También hablaron de su relación con Roberta, su madre. Liz quizás aún mantenía expresiones susceptibles cuando se trataba de ella. Hasta la más mínima actitud la hacía reaccionar o pensar de una forma poca agradable, o en su defecto, de una manera que no querría reaccionar.

El día anterior, había encontrado a su madre nuevamente llorando a los pies de su cama, y lamentándose de lo rápido que habían crecido ella y Jill, su hermana. Y simplemente se quedó allí, quieta en su cama, fingiendo que aún dormía para no enfrentarla. Porque lo único que podía pensar era en la manera tan psicópata en la que actuaba. Sólo pensaba en lo hipócrita que estaba siendo su madre.

Rápidamente recordó las palabras de Carol, y trató de ver el lado positivo. Ella había elegido volver, esta vez si las había escogido.

Intentó ser agradecida por la madre que le había tocado, ya que pudo ser mucho peor. Y también agradecida con el hecho de que, si hubiera sucedido todo aquello, Liz jamás hubiera apreciado tanto a su padre y a su hermana como ahora lo hacía. Sin mencionar que no hubiera conocido a Carol.

Así que, en menos de cinco minutos, todos esos pensamientos negativos cargados de una cierta sensibilidad que aún, quiera aceptarlo o no, le seguían doliendo intrínsecamente, se habían convertido en una actitud de gratitud.

- Hoy mamá lloró de vuelta en mi cuarto- le dijo a su hermana, que estaba en el comedor, desayunando.

- Si, la semana pasada me lo hizo a mi- Jill rodó los ojos y siguió comiendo su tostada mientras miraba el canal de noticias. El gobierno intentaría interceptar el meteorito que se estallaría en sólo dos meses.

- ¿No te parece...?- Liz se detuvo. Pese a la buena relación que tenía con su hermana, no eran de hablar los temas importantes, los que de verdad les afectaban.

- ¿Qué es una hipócrita?- dijo mirándola por unos instantes.

- Si.

Jill se encogió de hombros y siguió desayunando, como si lo que estuvieran conversando era un tema casual.

- Si, me parece una hipócrita. Pero quizás sea una hipócrita arrepentida. Los años pasaron, Liz. Y además ella volvió.

Liz pensó que lo que Jill decía, como si lo hubiera superado, era por la buena relación que tenía con su padre. Porque si ella tendría la relación que Jill tiene con su papá, Liz pensó que probablemente ella también lo hubiera superado.

- Si, pero nos hizo daño. Tanto al irse como al volver. Y que ahora llore como una madre comprometida y afectuosa con sus hijos... No sé.

Jill se levantó para llevar su taza y el plato que usó para las tostadas en el lavadero.

- Quizás deberías hablarlo con ella.

- ¿Lo hiciste tú?- le respondió prepotente. Casi enojada.

Odiaba la idea de confrontarla. Los humanos siempre huyen a todo lo que signifique dejar su orgullo de lado. Y Liz tenía orgullo cuando se trataba de su madre.

- Si, hace años, pero lo hice.

Liz no lo sabía. Y cómo saberlo, si ellas casi no hablaban de las cosas que realmente eran necesarias hacerlo. Simplemente las asumían. O las evitaban, que era peor.

- Nunca me dijiste.

Jill se encogió de hombros otra vez.

- Tu no preguntaste.

- No creí que fuera necesario- Liz pensó que Jill ya no le respondería ya que se quedó callada por unos minutos antes de responder.

- Pues lo era.

Esa noche, dos meses antes de que acabe el mundo, Liz pensó en todas las cosas que no hizo o las preguntas que no formuló por estar pensando todo el tiempo en Lucas, en una persona que nunca la miró ni la pensó como ella a él.

Pensó en todas las veces que había afirmado situaciones en vez de preguntar, en las veces que había priorizado a sus amistades antes que a su familia.

Y en lo arrepentida que estaba por ello.

Así que la mañana siguiente, Liz se levantó convencida de que era necesaria una charla con su madre. Y no sólo eso, sino que también fue movida por la intriga que había puesto su hermana en ella.

Pero decidió no ir de frente. Cuando se trataba de Lucas ella siempre daba el primer paso, tomaba la iniciativa, pero cuando era acerca de su madre y las personas que tenía más cerca, prefería ser una espectadora y no una iniciadora.

Así que Liz esperó a que ella se acerque. Si tenía suerte, su madre iría de vuelta a llorar a su habitación en medio de la noche.

Pero los días pasaban y su madre no aparecía. Luego se enteraba que había estando acosando a Jill o durmiendo plácidamente en su cama matrimonial, y que por eso no iba a su cuarto.

Hasta que Liz finalmente la halló a los pies de su cama, sentada, observándola dormir. Las respiraciones de ambas eran pesadas, sufriendo cada una por su lado y de una forma totalmente distinta entre ellas.

Liz estaba de espaldas a Roberta, con los ojos abiertos, pero su madre no la podía ver. No sabía que Liz en realidad estaba esperándola desde hace días y tampoco sabía que ella podía esucharla tan fuerte y tan claro.

Así que se acercó a su almohada y le dio un tímido beso en la frente.

- Espero que algún día me perdones- le susurró y Liz se quebró.

Sus ojo se llenaron de lágrimas.

Lo único que pudo hacer fue mirarla a la cara. Su madre estaba sorprendida, pues pensaba que su hija dormía.

- Te perdono- fue lo único que le pudo pronunciar.

Liz quería decirle un montón de cosas, que le había dolido demasiado que la haya abandonado, que sentía que muchas veces su amor era superficial y que le había costado mucho dejar ir todo ese rencor, al que sin duda tenía derecho a aferrarse, pero que igual decidió soltarlo.

Le quería decir tantas cosas... pero esas dos palabras fueron las únicas que pudo pronunciar y las únicas que valía la pena decir.

Roberta también quebró en llanto y, algo tímida, abrazó a su hija. No podía recordar ĺa última vez que había abrazado a su hija, probablemente la noche en la que se fue, ya que Liz nunca más quiso tener un trato tan cercano con ella.

Y eso la destruía. Pero lo merecía, se decía. Aún se sentía tan culpable como la noche en la que regresó llamando a la puerta de su hogar casi un año después de haberlo dejado todo.

Liz lloraba ahora silenciosamente y su madre de manera desconsolada. Pero en ese momento, Liz recostó su cabeza sobre las piernas de su madre y se sintió pequeña y débil.

Pero a la vez, cuidada, por primera vez, por su madre.

Antes de que el mundo se acabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora