Capítulo I - Ibtida

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Ibtida - Comienzo/Origen 

Amadeus → Amor de dios

Enzo Dios de las reglas

Garren → Dios guardián 

Danu → Diosa del agua

Kirsi → Diosa del hielo

Deimos → Dios de la ira/fuego (Louis)

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—Garren, no nos acercamos a ellos, ya lo sabes. Deben resolver sus propios problemas, no podemos intervenir más de la cuenta—. Amadeus era lo más cercano que tenían a un "Dios Supremo" luego de Enzo, el era el encargado de poner orden en el lugar. 

—Ya sé, lo siento. Es que ese gatito estaba solo ¿Por qué los humanos son tan egoístas?—. Garren solía escabullirse fuera del bosque donde vivían para poder vigilar a las personas de cerca, había visto como un señor dejaba a un pequeño animal en una caja a lado de un basurero. 

—Lo sé Gar, es su naturaleza. Así como es la naturaleza de tu hermano quemar todo lo que está a su paso ¡Deimos deja ese árbol en paz!—. Su vista se dirigió hacia el pequeño dios quien al tocar un árbol lo incendió por completo. 

—¡Danu ayúdame! Este pequeño sinag me va a matar—. Así es como llamaba a los dioses menores, su palabra representaba un rayo de luz. 

Al ver como el árbol se encendía Deimos dibujó una sonrisa pícara en aquel rostro brillante. 

—Yo puedo quemar todo lo que toque, yo puedo sacar fuego de mis manos—. Cantaba aquel ser mientras daba pequeños saltos de alegría. 

La tierra de los dioses, así es como la llamaban.

Un mundo donde residían criaturas mágicas, un lugar que existía en paralelo al mundo humano. Los dioses eran creados con un propósito único, cada uno se encargaba de una especie, un ser vivo, una emoción o un sentimiento.

La vida en la tierra era controlada por los dones mágicos de los seres más no podían interactuar con sus habitantes. 

Una línea delgada existía entre el mundo mágico y el mundo nongaldur (no mágico) como lo llamaban, sus dones se veían alterados al estar cerca de algún humano, podían acercarse a plantas y animales pero la compatibilidad dios-humano era más compleja debido a que los dioses no manejaban todas las emociones y los humanos si.

—Sinag, sabemos que adoras quemar todo pero ¿Podrías controlarlo un poco por favor?—. Danu había parado el incendio a tiempo antes de que se esparciera por todo el bosque.

Ella se encargaba de enseñarle a los pequeños dioses a controlar sus dones pero con Deimos todo fue más complicado.

Luego de cien mil años de existencia pasó algo increíble, un ser celestial fue creado originalmente con el don de la ira, sería el dios de aquel sentimiento pero con el paso del tiempo el pequeño empezó a crear fuego con sus manos convirtiéndose así, en el primer y único dios con dos dones. 

Su ira crecía con el paso del tiempo y cada que se molestaba, sus ojos se tornaban de un rojo infierno que podría hacer temblar a cualquier mortal e incluso, a cualquier dios. 

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—Mamá quiero escuchar la historia del bosque galdur—. Harry estaba a punto de dormir pero no pudo hacerlo, pasaba noches enteras imaginando como sería vivir en uno de los cuentos que su madre le relataba antes de acostarse, historias que se sabía desde que tenía 3 años y que no podía superar a pesar de que hace poco, había cumplido 8 años.

—En un lugar muy muy lejano—. Comenzaba Adeline mientras acariciaba los rulos de su hijo. —Existió un dios que creó el universo, se sentía tan solo que comenzó a crear planetas y con ellos, vida. 

Harry cerraba los ojos para dar paso libre a su imaginación maquetando cada uno de los escenarios que su madre le planteaba. 

—Necesitaba ejercer un poco de control sobre todo lo creado por lo que decidió crear dioses a su imagen y semejanza, seres celestiales que vivirían en un bosque mágico dentro de nuestro mundo pero en diferente dimensión, habitarían el mismo lugar más humanos y dioses no podrían conocerse jamás. 

—¿Por qué no podemos conocernos?

—Bueno pequeño, cuenta la leyenda que por cada sentimiento y emoción existe un dios que se encarga de controlarlo y otorgárselo a los humanos, ellos no sienten igual que nosotros, no viven igual que nosotros. Se dice que si un dios llegase a salir del bosque galdur perdería su don y con ello, su existencia. 

—¿En dónde queda ese bosque?

—Son leyendas amor, no son reales—. Le dijo Adeline mientras le dedicaba una sonrisa amorosa acompañada de un rastro de tristeza que en ese momento, Harry no pudo comprender. 

Entre tantas caricias de su madre caía dormido hundiéndose en un sueño profundo que lo transportaba a imaginar el bosque que se había prometido encontrar, no importaba que dijera su madre o sus amigos, el sentía que era real, el sabía que era real. 

En su sueño se visualizó a sí mismo en un hermoso bosque con una baja iluminación provocada por los rayos de la luna que ingresaban en los espacios de las hojas de árboles gigantes y hermosos, se encontró rodeado de seres mitológicos que volaban por todo el lugar, brillos resplandecientes caían de las ramas que parecían mecerse al ritmo de una melodía proveniente de un lago violeta del que a penas y se asomaba una hermosa sirena que le sonreía y lo atraía con su canto. 

—¿Quién eres y qué haces aquí? No eres mágico ¿Cómo entraste?—. Harry se paró en seco al escuchar la voz, volteó asustado tratando de encontrar el origen de aquellas palabras sin obtener resultado. 

—No puedes verme y no lo harás. Vienes del mundo nongaldur, no puedes estar aquí—. Repitió la misteriosa voz provocando que Harry se cuestione si aún seguía soñando, todo se sentía tan real, todo parecía real. 

—Yo... lo siento, solo quería... En-encontrar el bosque—. Sentía escalofríos recorriendo todo su cuerpo, sentía el viento en sus mejillas, la fría hierva que mojaba sus calcetines. 

—Enzo, sabes si esto debe—. Deimos detuvo su caminar al notar una presencia extraña en el ambiente, sintió como algo fuera de lo normal estaba sucediendo y entonces lo vio, un chico temeroso en pijama parado en medio del bosque temblando, abrazándose a si mismo. —¡Eres humano! —. Le dijo mientras trató de acercarse.

—¡Deimos no! ¡Aléjate de el!—. Enzo había aparecido para tomar del brazo al pequeño dios que inmediatamente se encendió en llamas al sentirse amenazado. 

—Está asustado, lo asustarás más. Déjame a mi—. Le dijo acercándose al niño que ahora se encontraba escondido detrás de uno de los árboles. 

—Ven, no te haré daño—. Dijo Deimos apagando su fuego solo por primera vez en su existencia provocando que Enzo retrocediera asustado. 

Normalmente para apagar sus llamas necesitaba de Danu y Kirsi que juntas lograban disminuir el fuego y en ocasiones, era casi imposible hacerlo. Se requería de días enteros para que el ser se tranquilizara. 

—No puedes acercarte, te lastimará—. Garren había llegado al lugar después de sentir como alguien estaba siendo amenazado. 

—Mira como si puedo—. Respondió Deimos ofreciendo su mano al pequeño rizado que no dejaba de temblar. 

El chico tomó su mano y en ese instante despertó. 

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