Capítulo Diecinueve: La Fuerza de los Sentimientos

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Dos Días.

Dos malditos días en los que no había decidido que hacer.

No podía llamar a Jordyn o a Margaret y contarle que mamá había sido secuestrada por posibles demonios, que Avery era una criatura no humana... que yo era también como ellos.

No podía llamar a la policía tampoco, pues nadie me creería y se molestarían por el hecho de que mamá no estaba en casa.

No podía volver a la escuela como si nada estuviera pasando, como si no hubiera una mujer mitad demonio buscándome.

Escuché el timbre sonar por toda la casa, pero me negué a salir, tal cual lo había hecho en los últimos días, encerrándome en la biblioteca con comida y agua, manteniendo las cortinas corridas como si fuera una criatura de la oscuridad... aunque tal vez lo era.

Sabía perfectamente quien era, pero temía que mi sola presencia la pusiera en peligro.

–¿Irina? ¿Oliver? ¿Avery? –Aquella voz interrumpió mis pensamientos, con el acento británico presente en cada palabra.

Había pensado que se trataba de Arlene, quien estaba preocupada por mí, insistiendo en que la dejara entrar, pero yo no cedía. Claramente estaba sumiéndome tanto en mis pensamientos, que no imaginé que alguien más fuera a venir, siquiera Margaret, quien estaba comprometida con visitarnos cada cierto tiempo.

Las puertas de la biblioteca se abrieron y yo maldije internamente por el hecho de que Margaret se había tomado la libertad de conocerme a la perfección. Ella sabía que, además de la sala para tomar el té, mi lugar favorito era la biblioteca.

No había demasiados lugares donde esconderse, pues las estanterías de madera vieja con los libros estaban contra la pared, los sofás se distribuían en el centro, rodeando una mesilla; otra cantidad de adornos se acomodaban en el lugar, viéndose recargado.

–Oliver. –llamó Margaret.

Me arrinconé en el sofá, abrazando mis piernas– Vete Margaret, no quiero ponerte en peligro.

–¿De qué hablas? ¿Por qué has corrido las cortinas? Esta demasiado oscuro, niño.

–Margaret habló en serio.

La mujer puso los ojos en blanco– ¿Dime donde esta tu madre? La he llamado un montón de veces y nada que responde, incluso he llamado a Avery, pero tampoco atiende. Me he encontrado con tu amiga allá afuera y me dijo que has faltado a la escuela.

–Mamá no está aquí. –fue lo que salió de mi boca.

–Sí, ya lo he notado, pero agradecería que me dijeras donde está, si es que lo sabes, por supuesto.

No debo hablar. No debo hablar. No debo hablar.

–Oliver por el amor a Dios, habla.

–Margaret vete... por favor.

–No iré a ninguna parte, eres demasiado joven para quedarte solo, además, este lugar es una pocilga ¿Qué diablos pasó? Parece como si el demonio de Tasmania se hubiera quedado aquí– ella miró el lugar–. Al menos has mantenido limpio este lugar– sus ojos eran azules y su cabello lleno de canas parecía haber sido rubio alguna vez–. Ve a cambiarte y acompáñame al centro, compraré algunas cosas para limpiar, comida y tal vez te compre algo a ti también.

–No quiero salir de aquí y menos contigo. Intento protegerte.

Ella frunció el ceño– Sinceramente creo que estas delirando, otro motivo por el cual no te dejaré solo aquí. Vamos, tanta oscuridad y soledad empieza a nublarte el juicio.

#1 Híbrido OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora