Capítulo 14.

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La angustia me gobierna a medida que pasamos el puente del cual una vez caí, los jardines con figuras extrañas que están frente al palacio y las escaleras que se encuentran en la entrada de la casa real.

—¿A dónde vamos? —Pregunto, pero nuevamente nadie me contesta.

El interior está atestado de personas que revolotean de un lado a otro. Hay gente de pie, llorando, angustiados y sobresaltados. Adicionalmente, veo a un montón de sirvientes y doncellas cargar charolas, papeles o simplemente asear los pasillos.

—Por favor díganme hacia donde me llevan. —suplico una vez más.

Hoy no soy capaz de admirar el lujo que rodea este lugar, pues mi corazón aprensado solamente piensa en escapar, en entender que pasa y por qué hay tantas personas ansiosas y al borde de la desesperación.

—A la sala del trono. —Me contestan al fin.

—¿Por qué? Solo déjenme ir, juro que jamás regresaré al reino. Les aseguro que no me volverán a ver. Pido perdón si he ofendido a alguien, en verdad no era mi intención.

Intento mantener la calma aun cuando el ambiente no ayuda. Muerdo mi labio inferior para no llorar y aprieto en un puño el silbato que cuelga de mi cuello, el mismo que detonó todo este teatro y que me envolvió en la zozobra absoluta.

—Señor Puntresh, díganos que el rey esta adentro todavía.

El hombre que nos ayudó a entrar aquí para que pudiese secarme, se encuentra en medio del corredor, con aquellos ojos oscuros que me hacen revivir esa tormentosa noche en mi cabeza.

—Allí se encuentra, le faltan solo dos casos para terminar.

—Señor Francis —lo llamo —¿Me recuerda? Soy quien se cayó del puente, quien usted...

—Lo siento, señorita —me interrumpe —. Por este lugar pasan muchas personas, es imposible recordarlas todas.

—Haga un esfuerzo. Mi padre y yo tuvimos que esco...

—¿Para qué la han traído? —Le pregunta a los guardias.

—Flores y sospecha de espionaje. Es imprescindible que pase ante el rey.

—Eso no es cierto. Yo no espío a nadie y respecto a las flores, nada más quería comprarlas, no entiendo que hay de errado en eso.

—Las flores están prohibidas en todo el territorio Lacrontte, señorita —explica Francis —. Tanto su cultivo en sitios públicos, comercialización, venta y compra son considerados delitos.

—Eso es ridículo. Son solo plantas.

Él levanta las cejas y es allí donde me arrepiento de haber dicho eso en voz alta.

—¿Por qué la acusan de espionaje? —Cuestiona, dejando pasar mi indiscreción.

—El silbato que porta tiene el escudo de Mishnock.

—Eso es algo demasiado ambiguo.

—Es únicamente una sospecha, señor. ¿La hacemos seguir ahora? Estoy seguro que el rey querrá imponer una pena para esto cuanto antes.

—Ella no puede pasar frente a Magnus con ese vestido. Se volvería loco.

Un jadeo aterrorizado se escapa de mis labios ante esa declaración. Tendrán que asesinarme antes de que lo permita.

—No le quitaremos la ropa si eso es lo que está pensando —explica el mayor al ver mi reacción —. Pero si debemos cubrirla con algo. Déjenla conmigo, yo me haré cargo. Ustedes vuelvan a sus puestos.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora