Capítulo 32.

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Han pasado días. Días en los que volví a despedirme de alguien a quien aprecio. Vi a Willy marcharse a la frontera con su nuevo traje militar de la guardia azul. Me sonrió antes de subirse al transporte con sus ojos miel brillantes mientras me decía adiós con un movimiento de manos. No me acerque a su madre y hermanas, porque me sentía culpable, ya que indirectamente yo había provocado esto.

El día que volví de ver a Stefan intenté no llorar, me negué a hacerlo, pero no pude contener el dolor y me desahogue por algunas horas hasta que sentí que fue suficiente, pues él no merece que me torture lamentando lo que me ha hecho, sin embargo, aquella frase continua guarda en mi memoria. Yo nunca fui una opción para él y duele muchísimo aceptarlo.

Rose vino a visitarme por última vez, pues mañana es mi viaje a casa de mi abuela Grace. Ya todo está preparado, desde mi equipaje hasta el carruaje que me llevará al pueblo. Mi amiga ya se ha recuperado casi por completo, pero sé que en su corazón aún queda rencor por cómo sucedieron las cosas, por la manera en cómo vimos morir a una mujer tan aguerrida como Shelly y por supuesto, por tener que callar como si estuviésemos conforme con ello.

—No puedo creer que el señor Field haya enviado toda una carta felicitándome por tu proyecto sobre Lacrontte —dice sorprendida mientras lee el papel que valida el final de mis tutorías —. ¿Qué fue lo que escribiste para sorprenderlo tanto?

—Cosas rutinarias. —Esbozo una sonrisa melancólica al recordar mi tiempo en ese reino con Luena y los guardias.

—Yo imaginé que vendrías casada con un Lacrontter —se queja Mia, haciendo una de sus últimas tareas antes de acabar el curso de este año.

—No me interesan los Lacrontters y ningún hombre en realidad —revelo con el corazón pequeño.

Un llamado en la puerta de enfrente nos sobresalta a las tres. Corro hacia la entrada, en donde reposa la señora Lopoders. Mi vecina.

—Niñas es importante que salgan ahora y por favor llama a tu madre —dice apresuradamente.

Voy escaleras arriba en busca de mamá con la preocupación a flor de piel. ¿Para qué la necesita con tanta urgencia?

Al momento de encontrarla, no me tomo el tiempo de mediar palabra, simplemente la llevo hacia afuera con rapidez para encontrarnos con la sorpresa de que un montón de personas están aglomeradas en nuestra calle.

Guardias del palacio están por doquier e incluso uno de ellos resalta sobre un escenario improvisado con un papel en la mano.

—Pueblo de Mishnock —comienza el hombre —. Por órdenes de su alteza, el príncipe Stefan Denavritz Pantresh, quien ahora ejerce como rey regente, se ha expedido el decreto real número 343.

Veo a un grupo de guardias en la calle de abajo y en la del lado. En todas partes. Parece que han enviado a diferentes grupos de guardias reales a dar el mismo comunicado.

—El cual ordena —continúa con la atención de todos sobre él —que una joven de cada familia de entre dieciocho y veinticinco años que no pertenezca a la clase noble deberá desplazarse al palacio a servir por el lapso de un año, por lo tanto, tomará como su nuevo lugar de vivienda, la casa real.

Los jadeos de sorpresa invaden los rostros de padres e hijos. Rose se gira abruptamente a mirarme a sabiendas de que ella también será enviada al palacio. Stefan nos está obligando a vivir con él solo por capricho.

Mi madre me toma con fuerza de los hombros, apretándome mientras me acerca a ella y ya sé lo que piensa. Esto es por mí.

—La joven elegida —añade el guardia, levantando en alto un papel —deberá registrarse en un formato, llenar toda la información requerida y mañana a primera hora pasará a recogerla un carruaje para llevarla hasta su nuevo sitio de trabajo. Es preciso avisarles que la labor prestada será remunerada.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora