Extra Emily.

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Hola.
Por favor léanlo. Lo escribí con muchísimo amor. Además, es corto.

Mishnock.
Era 7 - Estado temporal 3.

Emily era solo una niña de cuatro años cuando descubrió el balé. Vio a un par de niñas tomadas de la mano de su madre con trajes fascinantes, rosas y delicados. Corrió hacia el ventanal de la recién inaugurada perfumería Malhore y las persiguió con la mirada hasta que se perdieron completamente de su vista.

De inmediato, se visualizó en uno de esos atuendos, quizás uno azul, porque hace poco había descubierto que ese era su color favorito y se volvió hacia su padre, quien le sonrió detrás del mostrador, adivinando los pensamientos de su hija.

En una tarde cálida, corriendo por las calles de Palkareth con su madre, vio nuevamente a aquellas niñas. Parece que se habían multiplicado, porque ahora muchas de ellas bailaban al interior de una habitación. Levantaban las manos sobre su cabeza, caminaban sobre sus puntillas e incluso daban saltos magistrales. Era un espectáculo que merecía ser admirado.

Emily pensó que ella también podría hacer algo como eso y en medio de la acera, lo intentó, pero cayó. Se levantó y lo intentó de nuevo, sin embargo, obtuvo el mismo resultado.

Amanda, su madre, la observaba pasos atrás, percibía el esfuerzo de su pequeña, tratando de imitar a las bailarinas. Sabía que no podían enlistarla en esas clases, no obstante, quiso dar la batalla antes de darse por vencida, así que se le contó a su esposo.

A la mañana siguiente, Erick no fue a abrir su perfumería como habitualmente lo hacía, sino que fue calle abajo, cerca al parque Atark, repitiendo en voz tenue el discurso que había preparado la noche anterior. Llegó a la academia de balé y solicitó una reunión con la directora. No tenía un triten en su bolsillo, pero tenía perfumes y valía la pena intentarlo por su Emily.

Una mujer delgada, de movimientos finos y cabello oscuro, recogido, escuchó en silencio su propuesta. Pagos a plazos largos, demasiados extensos y algunos otros con perfumes. Él era nuevo en el negocio, desconocido. No contaba con renombre y todas las posibilidades de fracasar en el mundo de la perfumería estaban de su lado.

—No puedo aceptar lo que propone, señor Malhore. —dijo la dama después de sopesar la oferta a detalle —. La academia absorbe muchos gastos y no puedo someterme a incumplirlos por esperar pagos que podrían demorar meses en llegar. Además, sus perfumes no tienen el valor suficiente como para cubrir el precio de la enseñanza. Es usted un novato. Lo siento mucho.

Erick insistió y obtuvo la misma respuesta. Salió con el ego herido, pero la cabeza en alto. Estaba seguro de que un día iba a ser un gran perfumista y tendría el dinero suficiente para inscribir a su hija en la mejor academia que existiese, incluso él tomaría clases, si es que eso era posible.

Volvió a casa con el alma desecha, mientras pensaba en una manera para explicarle la situación a su pequeña. En el fondo sabía que había alguien con el dinero suficiente para cumplir ese sueño, su suegra. Pero que no le daría ni una moneda, porque lo despreciaba. Lo odiaba desde que su única hija decidió irse de casa y perder todas sus comodidades por él. Un don nadie, un plebeyo que no tenía futuro.

Así que Erick subió hasta la habitación de su hija y la encontró imitando aquel baile que vio en la academia, misma a la que no podría asistir. Se le rompía el corazón mientras admiraba los ojos ilusionados de su niña, quien esperaba una respuesta favorable para su fantasía, aquella que la realidad le orillaría a romper.

—Amor, no puedo pagar las clases —inicio, acariciando su mejilla para hacer el golpe de la noticia más suave —. Lo he intentado, lo juro, pero es algo que ahora no podemos permitirnos.

Ella lo observo. Sus ojos cafés, grandes, brillantes y profundos comenzaron a sentir pena, desilusión y tristeza. Ya había imaginado varios escenarios en los que iba vestida con su traje azul y zapatillas. Estaba ansiosa por aprender y enseñarle a los demás todo lo que sabría, sin embargo, lo comprendió. Su corazón estaba arrugado, pero su padre era sincero. Veía la verdad en su mirada.

—Está bien. —Fue lo único que dijo esa noche.

Pasaron algunos días y Emily volvió a coincidir frente aquella academia. La música podía escucharse desde afuera, la llamaba, se burlaba. Ella volvió a acercarse, aun cuando estaba al tanto de que no podría acceder a ello. Se recostó al gran ventanal y admiro lo que tanto deseaba, lo que se le había escapado.

La brisa soplaba fuerte y levantó su vestido púrpura. Se movió asustada para acomodarlo y sostenerlo en su sitio. Desvió la vista un segundo de la clase y encontró junto a ella un pequeño sembrado de margaritas.
Habían nacido en medio del asfalto, fuertes, sin importar las capas de cemento con las que convivían. Eran resistentes, eran hermosa y se movían al compás del viento como las bailarinas de la academia.

Fue allí donde volvió a enamorarse. Sus amargos sentimientos tuvieron un poco de alivio cuando vio el color de aquellas plantas. Acerco su nariz y aspiro su olor, la yema de sus dedos acariciaron los pétalos. Eran suaves, preciosos.

Algo nuevo nació en su interior, quizás era resignación o quizás era amor verdadero. La ternura de aquellas margaritas la cautivo. Quería cuidarlas como hacían sus padres con ella.

Entonces Emily se despidió de la danza, de la inalcanzable danza y fijó su mirada en lo que tenía alrededor, las flores. Especialmente las de cerezo, porque le recordaban a las bailarinas de balé.

Nota de autor.

¡Hola! Hello! Hei!
Hoy les quise traer un poco de Emily estando pequeña. Fue algo que surgió de manera espontánea hace una hora y quería mostrárselos.

No se preocupen ni desilusionen, porque pronto viene un nuevo capítulo y será precioso.

Nada, los quiero mucho y nos vemos luego.

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