Capítulo 21.

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Viajamos por horas. Vimos la noche irse, el sol llegar hasta volver a esconderse. La espalda me duele, tengo las muñecas marcadas después de soportar por tanto tiempo las cadenas.
El señor Nicholas no cesa de culparme y más aún cuando fuimos trasladados a un calabozo en el que ahora no éramos nosotros los vigilantes sino los reos.

En nuestra celda hay dos camarotes en cada extremo. Ambos son de hierro y sostienen delgados colchones por medio de los cuales fácilmente se sienten las tablas de madera. Las paredes están raídas, manchadas con escritos y suciedad. No hay ventanas, ni luz interior, la única iluminación viene del pasillo vestido por distintas luminarias.

—Si se llegan a enterar de que Emily es la novia de Stefan, seguro le harán cosas terribles. —Susurra Keria para que el resto de encarcelados no nos escuchen.

—¿De qué habla? —Pregunto asustada.

A mi cabeza llega aquella conversación que tuve con Stefan, en donde mencionó que debía tener mucho cuidado con mi identidad, pues si la saben podían usarme para desestabilizarme.

—Es cierto —secunda su esposo —. Pueden torturarte para presionar a mi sobrino y de ser más sanguinarios, tal como sabemos que es el rey Magnus, podrían violarte para herir el orgullo de Stefan al tomar a su novia como suya.

—¿Cómo que el orgullo de Stefan? Solamente sería yo quien sufrirá si hacen algo así, su orgullo nada tiene que ver.

—Es una cuestión de hombría, de poder, ego e incluso diversión.

—Mi cuerpo no es una pieza de diversión para alguien, no es el terreno de batallas de ningún hombre y no hay nadie en este mundo con el poder de utilizarlo para enaltecer su hombría, satisfacer a su ego ni demostrar poder.

—¿Qué no te han enseñado cuan brutales son los Lacrontters? Eres una presa fácil que no tardarían en devorar.

—Padre, la asustas. —Media su hija, teniendo la razón.

—No busco amedrentarla sino advertirle lo que le puede pasar por estar aquí.

—Entonces ayudémosla a que no le ocurra. Los Lacrontters son los malos de esta historia, los villanos, no nosotros. Hallemos alguna manera para que no se enteren, démosle otra identidad que la mantenga a salvo.

—Exacto cambiemos mi nombre. Inventemos una historia para mi vida.

—Digamos que es mi hermana. —Me apoya Camille.

—No creo que eso funcione. Ellos me han visto un par de veces.

—Pues eso es lo que haremos —interviene Nicholas —. Serás mi hija y si lo descubren, pues mala suerte.

—Lo hace porque sabe que es factible que sepan que es mentira, ¿verdad? Por favor, no sea así. Ayúdenme con algo más, eso sería muy fácil de detectar.

—Es para lo único que te ayudaremos, lo tomas o lo dejas. Si inventas otra cosa no me quedará de otra que decir la verdad y ya sabes lo que pasara.

—Padre, no se comporte así.

—Por ella estamos aquí y, sin embargo, la estamos ayudando. Es todo lo que vamos a hacer y punto.

—Entonces que así sea. Puede llamarse Allia Pantresh. ¿Eres mayor o menor que yo? Tengo veintiuno.

—Hoy en mi cumpleaños número diecinueve —digo con un nudo en la garganta al ver cómo ha terminado esto.

—Entonces menor. Es mi hermana menor y es por eso que estaba en la fiesta con nosotros. ¿Hay algo que debamos saber de ti que sea importante como para convencer al rey?

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora