Capítulo 8.

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Ayer fue uno de los días más estresantes de mi vida y hoy parece que será igual o peor.
Después de lograr salir del palacio de Lacrontte, regresamos con la comida que prometimos comprar y al amanecer nos embarcamos en el viaje de regreso a Mishnock, sin saber que al llegar, el Mercader nos estaría esperando en el umbral como un cazador tras su presa.

—Buenas noches, familia Malhore —nos saluda fríamente mientras bajamos del carruaje —. Tardaron más de los que creí.

—No esperábamos verlo esta noche —se adelanta papá, entregándole las llaves a mi madre para que abra la puerta —. Son casi las dos de la mañana.

—Necesitaba hablar urgente con ustedes sobre la manera y el plazo que tienen para devolverme el dinero.

Pasamos al interior y nos acomodamos en la sala, tal como lo hicimos noches atrás, pero esta vez no para pactar un contrato, sino para conocer las condiciones que tenemos para disolverlo.

—Percival me envió una carta informándome que la señorita Liz dejó muy claro frente al rey que no quería casarse.

—Es cierto, ya no habrá boda.

—¿No quiere recapacitar? —Le pregunta a mi hermana.

—No, señor. No deseo casarme con Gastrell y mi familia me apoya.

—Siendo así tienen un mes para saldar su deuda, de otra forma vendré a cobrarles a mi manera.

—¿Cómo pretende qué en un mes consigamos tres millones de Tritens?

—Ese no es mi problema. Si en un mes no tienen ese dinero listo, tendré que volver a saquear su perfumería.

El brío de los Malhore se enciende en este momento al escuchar tan descaradamente como revela su baja fechoría.

—¿Fue usted quien nos robó? ¿Cómo se atrevió?

—Ciertamente, no fui yo, pero aproveché el caos por el ataque para sobornar a un grupo de plebeyos que se encargaran de acabar con su negocio. Y admito que no fue fácil conseguir a personas que se atrevieran hacerlo, porque al parecer todos les tienen gran aprecio, sin embargo, no hay nada que el dinero no pueda comprar.

—¿Cuál fue la razón? ¿Por qué lo hizo? —Reclama mamá, indignada.

—Es obvio, cariño. Querían presionarnos de alguna manera para que aceptáremos su propuesta —explica mi padre —. Y lo consiguieron. Caímos en la trampa.

—Tienen un mes a partir de hoy, de otra forma tengan claro que prenderemos fuego no solo a su perfumería, sino también está casa —mira sus uñas con parsimonia —. Sin embargo, sé que nadie quiere llegar a esos extremos. Ya conocen mi dirección de correo, así que cuando lo tengan no duden en escribirme.

—Puedo denunciarlo ante la guardia civil por ser el autor intelectual del robo a la perfumería y también por esta amenaza.

—No tiene pruebas que me incriminen en el primer delito, y antes de hacer algo piense que tengo tratos con la monarquía, puede incluso preguntarle a su hija, quien me vio en el palacio en compañía del rey Silas.

—Yo también tengo tratos con él, que no se le olvide.

—Vender un par de estúpidos perfumes no es nada comparado al nivel de negocios que entre ambos hacemos.

—¿Para qué quería una perfumería? Es algo que aún no comprendo si es usted tan importante.

—¿En verdad cree que yo quiero vender fragancias de Mishnianos en Lacrontte? Lo consideré más inteligente, señor Malhore, eso es solo una fachada —sonríe altivo, burlesco —. No les quito más tiempo, que tengan buena noche y no olviden que el reloj ya avanza en su contra.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora