Capítulo 30.

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Los días han pasado y en todos ellos he llorado mil lágrimas más que el anterior, ya sea por Shelly, Rose o Stefan y la manera en la que me despreció. Pasé noches en vela, con el corazón ardiendo en mi pecho ante el cúmulo de tristezas que me invaden y todo el desastre que aún crepita a mi alrededor.

Fue horrible ver el alma desecha de la madre de Shelly cuando le contamos lo que sucedió. Una delgada anciana que se derrumbó en la plaza de mercado en un llanto estremecedor. Ahí quedó un pedazo de mi corazón y ahí también se reforzaron mis ansias de cumplir la venganza que la Madama había propuesto, y más aún cuando después de ir y venir de casa de los Alfort para saber si mi amiga había sido liberada o le habían dado a la muerte, descubrí que fue llevada a su hogar por la guardia civil, sí, la civil. El cobarde de Silas Denavritz acabó con la vida que ella llevaba dentro, la despojo de ello, tomo una decisión que no le correspondía y luego de abusar su cuerpo hizo creer que había sido encontrada en esas condiciones en la calle, que fue violentada por alguien al azar y rescatada por los valerosos hombres que custodian Mishnock. Nada más alejado de la realidad.

La ira ha sido mi compañera desde entonces y yo he sido la de Rose. He estado a su lado cada minuto, velando su recuperación y ayudándola en cada cosa que necesite. Ella no habla de la perdida y yo tampoco he querido tocar el tema y lastimarla.

—Tengo un dinero escondido con el que sé que podré terminar la casa de mis padres —dice, levantándose la cama.

—¿Estás pensando en eso?

—¿Y en qué debería? ¿En qué Shelly está muerta? ¿En qué ya no estoy en embarazo? Me han arruinado, pero tengo que sacarle algún provecho a esto. Buscaré un nuevo empleo, pues todo mi dinero se irá en la construcción, volveré a ahorrar y luego me iré a Lacrontte. Mi plan de huir sigue en pie, Emily, y lo voy a cumplir.

—Puedo pedirle a papá que te emplee en la perfumería. Liz dejó una vacante después de casarse.

—Sí, puede ser.

No comenta nada más.

Callada termina de arreglarse y aunque ella no lo diga todavía puedo ver la impresión en su mirada por lo que pasó esa noche. Se tocó miles de veces la cicatriz que quedó en su vientre y rabio con ella madrugadas enteras cuando pensaba que yo estaba dormida en el sillón. Sé que siente la perdida, es su dolor personal, aunque nunca lo admita.

—Puedes irte —se para frente a mí, devolviéndome a la realidad —. Tengo cosas que hacer.

—¿Segura? Puedo ayudarte con lo que sea que necesites hacer.

—Si te lo pido es porque estoy segura.

 —De acuerdo. Nos vemos luego, Rose. —Paso por alto su hostilidad, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado —. Cuídate mucho.

—No tengo por qué. Silas ya abandonó la ciudad, además, si no me asesinó cuando me tuvo de rehén, no lo hará ahora.

Y tiene razón, pero no lo comento. Silas se ha ido, dejando el reino en menos de su hijo, el hombre que creí que era ideal para mí y no era más que un espejismo. Confieso que lo he estado evitando, no voy a los anuncios en la plaza y tampoco leo el periódico o al menos eso había hecho hasta hoy.

—¿Vas a llevarte el periódico? —pregunta cuanto me dispongo a salir, abriendo mi herida.

—No, ya fue suficiente castigo el leerlo. Adiós.

****

—Hola, cariño —saluda mamá cuando paso la puerta tras una corta caminata desde casa de mi amiga —¿Alguna novedad? ¿Cómo sigue Rose?

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora