Han pasado algunos días y la ciudad se ha recuperado del ataque, como siempre lo hemos hecho. Ya es parte de nuestra rutina, así que sabemos qué hacer y que esperar. En ese tiempo visité todos los días a mi padre en el pabellón de médicos. Fue herido de un disparo cerca a la costilla izquierda y leí en el reporte que fue dado de frente. Aún no me explico cómo ocurrió y él tampoco me explicó mucho, parecía que no quería hablar aquí y cómo los guardias no nos dejaron ni un minuto a solas, tampoco se atrevió a hacerlo. Lloré por casi media hora al verlo, y aun en medio de la situación, eso fue lo único bueno: verlo. O más bien, verlos.
Mi corazón parecía hinchado de felicidad, por fin los veía de nuevo, los escuchaba y tocaba. Era casi como una fantasía, un sueño del que temí despertar. Mamá y Mia tenían una habitación en el palacio cerca a la mía y pasaba allí metida con el temor de que desaparecieran en cualquier momento.
Nuestra rutina por una semana fue la misma: vernos desde muy temprano en la mañana, ir a visitar a papá al salón médico y pasar todo el día allí hasta cuando, entrada la noche, las dejaba de vuelta en su habitación y yo me iba a la mía. Ellas no paraban de hablar, es como si se hubiesen estado reservando historias por un año y al fin había llegado la hora de contarlas. Y papá, bueno, él no decía mucho, pero sus ojos me expresaban que algo no andaba bien y no tenía nada que ver con su salud.
Sin embargo, los días pasan, papá se recuperó y tuvimos que despedirnos. Le rogué a Stefan que los dejara visitarme constantemente y su respuesta me amargó el corazón: Solo si te comportas bien. Así de sencillo, así de humillante, como si fuese una mascota a la que se le premia su obediencia.
He cumplido su regla por una semana más, pero hoy estoy dispuesta a romperla y decidida a asumir las consecuencias. Nos hemos visto obligados a recurrir nuevamente a nuestra única opción, intentar razonar con Magnus Lacrontte y es por esa razón que hoy visitará el palacio.
Stefan no me permite estar en la reunión, pues teme que me reconozca por mi estadía en su reino y trate de atentar contra mí, pero voy a entrar a la sala y lo lograré así sea a sus espaldas.
—Señorita, tengo lo que me pidió. —Christine susurra mientras se adentra a la habitación para que los guardias no nos escuchen. Saca de su delantal la tarjeta sellada que le pedí robara de la oficina de Stefan y me la extiende—. Los custodios en la puerta me han visto entrar, así que puede que sospechen algo, por lo que tendrá que apresurarse, además, ya el rey Lacrontte está aquí y la reunión ha iniciado.
No puedo creer que se me ha hecho tan tarde. Stefan ni siquiera quiso decirme la hora de llegada del rey Magnus.
—¿Hace cuanto? —pregunto desesperada, tomando los zapatos que Leslie trae para mí.
—No lo sé, pero le he escuchado a los guardias decir que ya entraron todos a la sala de reuniones.
Le señalo mi tocador para que me pase la pluma que deje sobre este. Tengo una de las cartas que Stefan me envió una vez y se la paso a Leslie para que haga lo suyo: copiar la caligrafía.
Los custodios que hay afuera de la sala de reuniones no me dejaran pasar si solo pido entrar, por lo que debo inventarme un permiso firmado y sellado por el rey para que al menos duden sobre que hacer y así yo pueda convencerlos de permitirme entrar.
****
Una vez tengo todo resuelto, bajo a la primera planta con la nota del permiso falsa en la mano y me disculpo con los guardias por llegar tan tarde a la reunión. Como esperaba, ellos miran con sospecha aquel papel, pero hay una cosa que está a mi favor y es aquella orden que sí es real y que Stefan sí dijo: darme todo lo que yo quisiese. Excepto salir del palacio, claro está, y esto no incumple esa norma.
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El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS
General FictionEmily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencilla, pero el destino le tenia otros planes al cruzar en su camino al príncipe Stefan, quien queda maravillado con ella. Un conjunto de evento...