Histeria

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Cierro mis ojos, y por un momento me pregunto «dónde estás». Pero enseguida mis pensamientos cambian, dando paso a una guerra repleta de explosiones neuronales en mi cabeza. Casi puedo sentir como cada una de ellas se desconecta entre sí e invadidas por la locura se alejan de su ubicación. Sé que es así porque mi cuerpo deja de responder con la agilidad que lo hace a menudo.

Tengo una extraña sensación en mi estómago, y nada tiene que ver con lo que haya comido, pues, estas punzadas ya son cotidianas. Comienzan allí, para expandirse en forma de corriente por todo mi interior. No es algo de lo que me queje, muy por el contrario, me encanta sentir esto. Si bien en un principio es molesto, tras unos minutos adormece todo mi sistema. Cientos... ¡No! ¡Miles! de agujas clavando mi corazón, y así por cada extremo hasta llegar a mis huesos. Mi cerebro, ya lastimado con la frecuencia de tanta descarga, se relaja e inhibe todo control sobre mi cuerpo.

Son muchas las cosas que ocurren en este estado. El sudor, que suele comenzar con una simple gota, se convierte en un río torrentoso. De pronto, todo se vuelve oscuro. Mis manos tiritan, no puedo intervenir con aquel descontrol involuntario, es parte del proceso. Luego mi cuerpo se entumece. Intento abrir mis ojos y lentamente visualizo los destellos sutiles de la luz. Durante unos segundos, minutos o tal vez horas... he perdido la noción del tiempo, solo soy consciente de la parálisis bloqueando cada uno de mis sentidos. Este es el último respiro antes del siguiente escenario; el cual, sin duda, más disfruto.

Un suave soplo de viento refresca mi cuerpo, siento como éste empieza a recuperar su movilidad. La temperatura asciende con rapidez, de manera desenfrenada. Me pongo de pie de súbito, llevo una mano a mi pecho; pareciera como si mi corazón fuera a salirse en cualquier instante de su sitio. Es como si estuviera cubierto en llamas, necesito correr, ¡correr! No lo dudo ni un segundo más y corro hasta la puerta. Estúpida estructura de madera, la analizo buscando una forma de abrirla, pero mi mente no reconoce lo que enfrenta. Está muy dopada como para distinguir incluso, un inútil pomo.

Ahora es la locura que toma posesión de mí. He dejado atrás la preocupación por este distorsionado entorno. Cada vez que intento centrar la vista, solo logro contemplar un manto gigante de líneas zigzagueantes con forma de ondas desfigurando el lugar...

¡Mierda! ¡Necesito salir! El aire se acaba en el interior del departamento. Desesperado busco alrededor alguna salida, pero sin éxito alguno. De pronto, mi  pierna choca contra algo sólido; muy duro, y la histeria se desata sin control, liberando a una bestia dormida por mucho en mi interior. Levanto lo que sea que haya golpeado, con fuerza, ataco las paredes y maldigo en voz alta. Tomo lo que parece por su textura fría, ser una barra de hierro. Doy unos cuantos pasos hasta las ventanas, y entre gritos desaforados y movimientos desarmados, escucho el coro que los cristales hacen al romper.

Grito. Una, dos, ¡tres veces! «¡Odio este mundo!»

Aun sosteniendo la barra de hierro, le doy unos movimientos en el aire y lo estrello contra las paredes. Éste rebota y envía mi brazo hacia atrás, haciendo que la barra golpee de lleno contra mi frente. Caigo en el centro de la habitación, fácilmente derribado, sobre el centenar de cristales esparcidos por el suelo. Siento como mis ojos están hinchados. Y sin más, me invaden ganas de llorar. No dudo en hacerlo, a pesar de no conocer el motivo.

Una vez que siento mi cuerpo más relajado, mis ánimos dan un enorme giro y ahora rio a carcajadas, levanto mi brazo y compruebo que está perforado por los cristales. Rio aún más entusiasmado.

Silencio...

Silencio inunda el lugar con su presencia, apaga todo el fervor en el ambiente. La luz del exterior se disipa. Concentro mi vista en el techo ¡qué hermoso techo! No puedo evitar relacionarlo con el entorno; tan vacío, tan plano... tan imperceptible ¿por qué? Porque todos saben que está ahí y que siempre será así. Posiblemente, si el techo faltara nadie lo notaría hasta que intensas gotas de lluvia se filtraran, o hasta que comprobaran que la luz ingresa con mayor intensidad que la de costumbre para ser un sitio cerrado... o tal vez... Tal vez, esta droga de la rutina me ha jodido completamente. 

DisrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora