Manía

116 5 4
                                    

Desde hace muchos años que temo estar solo. No a la soledad física propiamente tal, sino a olvidarme a mí mismo. El miedo a desaparecer de pronto, y que ese otro ser que permanece en mi interior se desate en cólera contra el mundo, como ya lo ha hecho en otras tormentosas ocasiones.

Desde que 'eso' me arrebató al amor de mi vida, he trabajado duro por contener aquel enorme león que vive en mi interior, con sed de sangre e insaciable hambre. Queriendo desgarrar y despedazar. No es que él odie al mundo, es el mundo el que obliga a mi instinto a sobrevivir.

Al día siguiente que mi "amigo" -pensando de manera irónica- aniquilase mi única fuente verdadera de felicidad, me decidí por mudar a la casa de mis padres nuevamente esperando la inevitable hora ante un posible escenario de un juicio en mi contra. Más tarde noté que mi contraparte no era mala haciendo su trabajo, pues, descubrí que en el reporte policial revelado no se hallaban mis huellas ni nada que en sospechoso me convirtiese.

Intenté encerrarle cientos de veces dentro de una celda mental en el sitio más recóndito de mi cerebro, no obstante, hace unos pocos días, y sin previo aviso, supe que había aprendido a desatarse por cuenta propia. Esperaba que cayera la noche para arañar suavemente mi pecho con sus pezuñas. Por las noches, sentía una leve molestia entre sueños, pero no le daba importancia. Comprendí pronto que con sigilo colosal derrumbaba las paredes más sólidas de mi cerebro, hasta tomar completo control sobre mi cuerpo. Llevándome a un profundo estado de inconsciencia. No es que me justifique. Tampoco lo haría, a pesar de todo, su olfato se había vuelto bastante perceptivo y me llevaba con víctimas precisas, utilizando mi lado más amable como señuelo para atraerlas, y así luego gozaba de un envidiable festín.

Habían pasado días desde que no percibía su presencia. Solía ocultarse por un tiempo una vez que saciaba su hambre. Sin embargo, esta noche, con la misma cautela de siempre, empezaba a dominar mi mente; atraparla. Hace un momento, de hecho, me levantó de mi letargo sobre la cama. Casi como si fuera un títere controlado por él desde mi interior, ahora me conducía directamente a bajar las escaleras hasta el pasillo de mi casa. Mi madre, vivía conmigo, después de todo era su hogar. Nunca estaba despierta por las noches, por lo que jamás se había percatado de mis salidas nocturnas y posteriores crímenes. No obstante, hoy todo luciría diferente. Y no había considerado la posibilidad de que mi madre se presentase en ese momento en el camino a la salida. Es así como a lo lejos, antes de bajar por completo, noté una figura entre las tenues luces de la oscuridad, más precisamente, de una mujer en la cocina y un vaso de agua en sus manos: mi madre. Sus ojos rebosaban curiosidad al verme de puntas cruzando cerca de la puerta.

El TIC TAC del reloj, anunciando la media noche, rompía el silencio de la escena. El hombre, dirigió su mirada inmediatamente a la figura que tenía frente a él. Sus ojos se aguzaron, tal como cuando un león salvaje se percata de una amenaza. Tras unos segundos, se desplazó con cautela hasta la cocina, y fingiendo cordura, habló.

-Buenas noches, mamá - saludó con voz profunda. La mujer movió sus ojos en un rápido examen de pies a cabeza.

-¿Vas a salir? -preguntó con voz queda. Se llevó el vaso de agua a su boca.

Intentando no escudriñar su vista frente a ella, empezó a caminar alrededor de la cocina, se llevó una mano a la cabeza.

-¿Te ocurre algo, hijo? Si quieres, podría cocinar algo -ofreció con un cálido tono en su voz, mientras abrió la despensa, revolviendo las cosas a luz de luna.

El hombre soltó una risa, de esas que parecen transmitir felicidad casi musicalmente, pero sentía que dentro de él algo se estaba desatando y su corazón se sumaba al TIC TAC del reloj, como si fuera una bomba marcando los últimos segundos antes de un final súbito.

DisrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora