El Dictador

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El despertador sonó a las cinco con treinta de la madrugada con su característico y molesto pitar. Era la señal de que otra noche había llegado a su fin; la advertencia del regreso a la rutina ¡esa fastidiosa repetición! Tan monótona y vacía, como cuando las nubes cubren el cielo, ocultan el sol haciendo surgir una tímida e ínfima sombra gris que nos lleva a olvidar esa gran estrella de fuego. Sabemos que está pero al mismo tiempo no la vemos. Ese tipo de vacío es con cual la relaciono.

Es difícil empezar otro día, más aún enfrentar las noticias que parecen multiplicarse en un par de horas, ausentes. Entre tanta filosofía, me levanto de la cama y en unos cuantos minutos me alisto. Soy un maniático el orden y un obsesionado si se trata del uniforme con el que trabajo. Me gusta recibir halagos por parte de otros. Considérame un egocéntrico, porque es lo que soy.

Una vez vestido, voy por mis botas negras; calzan perfectas junto a mi tenida de camuflaje. Si me vieras, notarías lo duro de mi expresión, lo seco de mi tono y con algo de suerte tal vez, hasta te estremecerían mis palabras, pues, me llaman tirano, aunque yo más bien prefiero, líder. Deberías estar presente para apreciar cómo las miradas se dirigen a mí; dicen que mis pasos hacen temblar la tierra, y no lo dudo, estas botas que traigo fueron diseñadas para ello.

He asesinado decenas de personas sin siquiera portar un arma. He desgarrado sus almas y corazones con meras palabras. He causado más daño de lo que cualquiera pudiese imaginar. A pesar de aquello, mis manos permanecen limpias, al igual que mis ojos, aunque mi mente no se salva. Es ella quien guía este cuerpo; este mero contenedor cuya única función es concretar.

Cada día comienza de este mismo modo. Bajo la compañía del eco que produce la voz del inconsciente. Asimismo salgo de la casa, camino recto y erguido hasta el "Grosser". Junto a la puerta me espera, de gris impecable el soldat. Me irrita su cordialidad exagerada, en lugar de mostrar respeto, puedo oler el miedo. Verás, esas cinco letras se asemejan a un perfume intenso; se huele a la distancia cuando llevas más de la cuenta.

Me tomo una fracción de segundos antes de señalar mi destino. Suelo repasar el entorno, y se da la curiosidad que las nubes, hoy, están más negras de lo que acostumbran. Las relaciono, por un momento, con un grupo de niños desamparados a punto de llorar. No me agrada la sensación. Dirijo mi mirada hacia las botas que traigo puestas; veo como el rojo se ha ido infiltrando cada vez con mayor profundidad en el negro que solían envolverlas. Las cambiaría, de ser un tipo aún más vanidoso, pero este rojo no es de suciedad; representa el noble costo del sacrificio antes de una mejora. Sé que mañana otros también las usarán, y quizás con los años, se ahoguen en el tinte, pues el sabor del poder es delicioso, a pesar de lo amargo que al mismo tiempo trae, con el tiempo encuentras su éxtasis; el elixir rebosante de muerte, que al tocar tus labios los humedece. Se entibia a lo largo de la garganta hasta desaparecer muy sutil, de tu percepción.

Sin embargo, hoy todo parece indicar que serán otros quienes disfruten de un brebaje aún más fuerte, pues, tratándose de mi sangre, no será placer lo que en ella encuentren. Sentirán el sabor del desamor, la caída de naciones, el desamparo y desolación hasta perder el último vestigio de su cordura. Estoy seguro que hoy, los revolucionarios no festejarán, si bien ganarán la libertad ante la rutina macabra a la que los sometía, habrán teñido también, sus botas de rojo.


DisrupciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora