Discordia

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Caminaba Vida, como de costumbre, de prado en prado, selva en selva, y ciudad en ciudad. Aunque su viaje era cíclico, es decir, comenzaba en un sitio y regresaba a mismo una y otra vez, se tomaba más tiempo del que solía, en el mundo urbano. Pues, a pesar de estar sobrepoblado de "vida" parecía que sus habitantes no recordaban poseerla.


En su contraparte, su no muy querida rival, Muerte, aguardaba silenciosa la partida de Vida, ya que de alguna manera, ella ponía fin a lo que Vida iniciaba. No tenía miramientos ni arrepentimientos. Tampoco gozaba ni entristecía de lo brutal que podía ser en ocasiones. Ambas se perseguían. Era una caza que había iniciado con el origen del universo y que prometía continuar prolongándose.


Una tarde, adornada con un espléndido y muy radiante sol, Vida se topó a Muerte; estaba recostado sobre el césped, en una a plaza inundada por el silencio. Vestía unos pantalones blancos, y llevaba además una camisa del mismo color con el cuello abotonado. Por primera vez, Vida se detuvo. Contempló el espacio unos segundos y empezó a caminar en dirección a Muerte. Como ambas no tenían relación con lo mundano del humano, entre ellas no existía la distinción entre femenina y masculino, por lo que solían tomar formas. Vida decidió que tomaría la de una mujer. Se presentó frente a Muerte con un elegante vestido azul con encajes negros.


- ¿Por qué te has detenido? ­-preguntó Vida, con voz suave, aunque no menos enérgica. Muerte, tenía concentrada su mirada en el césped, lo enredaba entre sus dedos e intentaba arrancarlo.


- Quería tomar un descanso -respondió a secas.

Vida puso cara de sorpresa.


Muerte no pasó por alto el gesto y soltó una risotada.

- ¿Te parece extraño que no ande por ahí tomando vidas? -levantó la vista. Sus miradas se entrelazaron por una fracción- ¿Has notado cómo eres traicionada por aquellos a los que tanto intentas proteger?

Vida mantuvo silencio.


- Observa como pelean entre ellos. Su instinto los llama a la guerra. Tiene tanta sed de sangre como otros depredadores.


Vida se acomodó sus largos cabellos, acomodó su vestido y se arrodilló hasta hacer contacto con el césped.


- Tienen mucho que aprender aún. Sueles interceder sin darme espacio para enseñar.


- Hay mucho espacio para ti, mi evasiva amiga. Pero no soy yo el causante, ni el resultado de este desastre, soy más bien el salvador.


- ¡Provocas dolor, quitas la visión, hieres corazones y punzas como mil agujas en la mente de las personas! -refutó, Vida.


- Te equivocas. Al igual que tú, intento calmar las calamidades, doy cura al sufrimiento; ¡el mundo me llama a gritos! -dijo, poniendo especial énfasis en sus últimas palabras-. No soy quien crea dolor ni sufrimiento -tragó saliva-. Eso lo hace una vieja amiga nuestra, y que además nunca ha logrado acuerdos.

Vida reflexionó unos segundos antes de responder.


- Discordia -puntualizó.


Muerte asintió.


- No es que los humanos te desprecien... ­-empezó a decir Muerte.


-... Ni tampoco que te amen -atajó, Vida.


- Han caído en los brazos robustos de Discordia -continuó, haciendo caso omiso a las palabras de su compañera-. Y precisamente, en estos momentos, nadie muere pero tampoco vive.


- ¿Qué quieres decir?


Muerte se levantó del césped. Extendió su mano hacia Vida.


- ¡Acompáñame!


Incrédula y desconfiada, Vida, acercó con lentitud su mano. Cuando ambas hicieron contacto, el paisaje sufrió un brutal cambo; los colores se volvieron opacos, las nubes se pintaron de gris. Una tormenta se dejó caer con furia. Vida, presionó firma la mano de Muerte, y todo el entorno nuevamente cambió. Las nubes se disiparon, y en su lugar apareció la luz del sol, radiante e imponente. La vegetación floreció exagerada. Muerte, quien no paraba de sonreír, tiñó su traje de negro, mientras que Vida de blanco. Sostuvieron sus miradas y de golpe separaron sus manos.

Un súbito choque eléctrico cambió el escenario. Ambos se sostenían sobre una densa nube.


- Observa con detenimiento bajo tus pies, Vida.

Sin oponerse, hizo caso, y bajó la mirada. Comprobó que durante su ausencia nadie había muerto, pero tampoco alguien había vivido.


- No logro comprender, Muerte -dijo, sin despegar la vista del suelo.


- Aun estando ambos ausentes, aun cuando el hombre pelea por mantenerte y detener mi avance, aun en conocimiento de lo grandes que son, Discordia, los separa de toda unión -Vida no refutó-. Y los gritos siguen. Siento como el oriente me llama, percibo la tristeza de cientos de adolescentes rogando escape.

Vida reflexionó unos instantes.


- Creo entender ahora -Muerte fijó su mirada en los ojos de ella-. Creo que puedo interpretar esto como que aun estando vivos, sus almas reposan al borde de la muerte.


- Están muertos por dentro.


De pronto, una repentina ráfaga de viento, amenazó con botarlos de la nube. Muerte y vida, centraron sus miradas justo en el medio, pues, aquella corriente de aire comenzaba a tomar forma. Era una figura alta, blanca como la nieve. Llevaba un atuendo repleto de brillantes, y tanto era lo que iluminaban, que por momentos cegaba. Poco a poco, si esbelto cuerpo se fue haciendo más claro, al igual que su rostro. Era una mujer hermosa, de expresión dura. Tenía cabellos finos que danzaban con el viento.


- Una reunión interesante -su voz estaba cargada de un tono aterrador-. Lamento que aquí deba terminar, pues, ni la Vida, ni la Muerte pueden unirse en amistad, sino más bien en rivalidad. Tú no eres reina, ni tú rey. Quien realmente gobierna estas mentes soy yo; Discordia, y a diferencia de Vida, para mí no existe el final.

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