Años después.
¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña cadena en forma de caballo por ningún lado. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz… Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual.
Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla dejado? Ya la había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande.
Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en la casa de Quinn. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y se sentó con cuidado en una de las sillas de la cocina.
—¿Buscabas esto? —preguntó ella.
Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano levantada y mostrándole lo que había estado buscando desde hacía tantas horas.
—¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la quitaba de la mano.
—La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de que lo arreglaste.
—No la dejé tirada. Seguramente se me cayó…
Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos recuerdos ahora estaban de nuevo con él.
Finn Hudson era un hombre de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no se consideraba una persona mala, y estaba muy orgulloso de lo que había logrado en todos esos año en los campos Berry .Con solo apenas 15 años, su jefe lo había nombrado encargado del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad. Y desde entonces Finn había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Berry iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. Finn siempre se preguntaba como era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él también había nacido y criado en aquel campo. Pero lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio. Y Finn lo admirada… lo admiraba y lo quería como a un padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo.
—Es como la decimaquinta vez que pierdes ese colgante, Finn—lo regañó ella pero no del todo. Le besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer.
—No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le gusta estar en mi cuello.
Maggi sonrió y lo miró de manera tierna.
—¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Berry.
—Si, todo está listo.
—Más te vale, Finn…
—Mamá… bien sabes que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.
—Si, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés completamente seguro. No quiero que nada salga mal. Leonard… —sacudió la cabeza —Digo, el señor
Berry se merece lo mejor.
Finn puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los trabajadores huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, histérica y sobre todo intratable. Finn creía saber la razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre. Y cuando volvía al campo, ella parecía perder los estribos. Los únicos que podían con ella en días así eran Sam y él.
Sam Hudson era más que un primo para Finn. Era como su hermano menor. El rubio se había mudado a vivir con ellos cuando su padre, había muerto en un accidente de campo. Finn y Maggi eran la única familia que le quedaba.
Sam entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. Finn le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver la cara de preocupación y frustración que tenía su primo.
—¿Qué sucedió? —le preguntó al instante.
—White —murmuró el rubio simplemente.
Finn resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba a ser el día en que el corcel blanco no le diera dolores de cabeza?
—¿Qué hizo ahora? —quiso saber.
—Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, saltó la cerca y se metió por el bosque.
Finn cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser así?, Nadie.
El castaño se había encargado de criarlo… y jamás le había puesto verdaderamente los límites. Además de que se parecían demasiado. Podría decirse que hasta White estaba mimetizado con Finn.
Por ejemplo: cuando él estaba enfermo, White también parecía estarlo. Cuando se sentía enojado, el caballo también. Cuando estaba contento, también él. Cuando se sentía atrapado, frustrado por el trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en manos de alguien más… White hacía destrozos y huía al medio del bosque.
Al parecer hoy el caballo también se había mimetizado con él… aquello que White había hecho era lo mismo que Finn quería hacer. Huir. Y no sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces cuando su jefe venía al campo, él estaba contento. Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le decíaque pronto se sentiría más extraño aun.
Giró para mirar a Maggi y le entregó una sonrisa galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila cuando él le sonreía así.
—¿Te dije que llamó, Quinn? —le preguntó. Taylor frunció el ceño.
—No, no me lo habías dicho —resopló —¿Qué te dijo?
—Que está enojada contigo porque no le devuelves las llamadas y ya no la vas a ver…
—¿Le dijiste que estoy muy ocupado? —inquirió mientras se acercaba a donde estaba parado
Sam y le hacía una seña de que comenzara a caminar.
—Si, se lo dije… pero dice que como ella es tu novia tendría que ser tu prioridad.
Finn soltó un lento suspiro. A veces Quinn era demasiado ‘inmadura’. Y él sentía quenecesitaba un respiro.
—En la noche iré a verla… si vuelve a llamar dile eso.
Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa.
—Tú no estás realmente enamorado de Quinn —habló sam mientras ambos caminaban hacia la caballeriza. Finn iría a buscar a White.
—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado.
—Porque si la amaras realmente… le harías un espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo que eso no es amor.
—¿Y tú que sabes del amor? —inquirió divertido el castaño.
—Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito cobarde y no me animo a decírselo.
—¿Y por qué no te animas, tonto?
—Finn, es la hija de un acensado. ¿Acaso no has visto como terminan ese tipo de romances? Si ella llegara a tener algo con un simple trabajador como yo, su familia sería capaz de darle la espalda y dejarla en la calle… en este caso en medio del campo.
Finn esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un poco el cabello del rubio. Sam apenas tenía 19 años y ya sufría de aquella manera tan pasional.
—Brittany no es de esas que menosprecian a los chicos. Es más,… tú también le gustas.
Sam dejó de caminar. Finn lo miró realmente divertido.
—¿Cómo sabes que le gusto? —preguntó atónito.
—Me lo dijo un pajarito —se hizo el misterioso.
Le encantaba poner nervioso a Sam. Principalmente cuando se trataba de la pequeña Brittany. Con apenas 17 años, aquella niña rompía más de un corazón por aquellos lados. Y Sam no era la excepción.
Sam casi corrió detrás de finn y lo llenó de preguntas, intentando sacar alguna información que le dijera como sabía que Brittany también sentía algo por él.
Pero Finn no soltó nada. Aunque a decir verdad no sabía mucho. Pero no hacía falta saberlo. A Britt se le notaba de lejos el amor por Sam y viceversa. Solo tenían miedo. Miedo de las reacciones de los demás. Miedo de la desaprobación, siendo que amar a alguien no es nada malo. El castaño soltó un suspiro. A veces él mismo se preguntaba como era amar realmente a alguien. Quinn era su novia desde los 17 y jamás sintió las tontas cosquillas en la panza, la tonta sensación de no querer dejar de verla nunca. ¿Sería eso normal? Él no lo sabía.
Distinto había sido cuando era un niño y había sentido algo por una niña que le rompió el corazón el día en que se fue y no volvió jamás… todavía le dolía. Frunció el ceño. ¿Cómo podía dolerle algo tan… tonto? Era un niño. ¡Los niños no saben nada de amor!
Llegaron al establo. La mayoría de los trabajadores estaban allí arreglando los líos que había hecho el caballo blanco y discutiendo de las nuevas medidas que tendrían que tomar para controlarlo. Pero al instante en que vieron a Taylor guardaron silencio. Para ser uno de los trabajadores más joven, después de Sam, a Finn le tenían mucho respeto. No solo por ser el encargado de todo, sino que se lo había ganado con el correr de los años.
Habiendo nacido y criado en aquellos campos, nadie conocía ese lugar tanto como él. Tal vez otro que todavía tenía más antigüedad que el castaño en esos lados era el viejo Peter. Pero Peter era más una especie de abuelo para todos que una autoridad.
—Voy a ir a buscar a White —habló a Finn —Prepárenme a Helios, ¿si?
Al instante se pusieron en marcha. Finn se acercó al anciano de cabellos blancos.
—Que gran susto me dio el potrillo —dijo Peter. Finn apoyó una de sus manos sobre su hombro.
—No estás herido, ¿verdad? —quiso saber.
—No, no, no, no me ha hecho nada. Solo hizo una de sus típicas pataletas. Al parecer hoy no está de humor.
—Tampoco yo —aseguró el castaño. Terminaron de preparar a Helios. Era uno de los pocos caballos pura sangre que quedaban en el campo. Por ende, era uno de
los mejores. Claro que no superaba ni por asomo a White. Y Finn se sentía orgulloso de eso.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Sam mientras él se subía al caballo. Finn se acomodó y luego miró a su primo.
—No, gracias. Necesito que te quedes a supervisar como van con el marcado de las vacas. He escuchado que andan robando las vacas que no tienen marca. No quiero más perdidas.
—Está bien —murmuró Sam —Ve con cuidado por favor. Deberías llevar tu arma por si acaso. Dijeron que hay varios pumas por la zona.
—Tranquilo, Sam —dijo divertido Finn —Estaré bien.
—Yo no estoy preocupado por ti, pelmazo —aseguró —Solo me preocupa que te suceda algo y luego sea yo el que tenga que soportar a la tía Maggi.
Finn soltó una estrepitosa carcajada y salió rápidamente del establo. A veces Sam tenía cada ocurrencia y lo hacía sentirse un poco mejor. El buen sentido de su primo lo sacaba de su apestoso mal humor. Helios comenzó a adentrarse en el bosque. Finn estaba siguiendo el camino que los demás trabajadores le habían indicado. Pero en realidad no tenía ni la menor idea de en dónde podía ser que White estaba. Comenzó a aminorar la marcha cuando el sonido de una cascada llegó a sus oídos. Y entonces recordó que por allí estaba el pequeño arroyo… hacía tanto que no iba a ese lugar.
Detuvo a Helios y se bajó con cuidado. Sin hacer ruido caminó hasta asomarse y observar la pequeña porción de paraíso que allí había. La cascada caía con fuerza, llenando el lugar del ruido más bonito del mundo. Y entonces lo vio. Allí estaba el gran caballo blanco tomando agua. Decidió hacerse ver… White casi nunca huía de él.
—Eeey, compañero —lo llamó. El caballo se volteó a verlo y resopló —¿Qué significa eso? Más respeto con tu cuidador… —volvió a rechinar y meneó la cabeza. Finn sonrió y se acercó con cuidado —¿Qué te pasa hoy? ¿Por qué hiciste todos esos líos? ¿Acaso era necesario? —White dio unos pasos hacia atrás —Oye, oye… no te alejes de mí. Solo quiero que vayamos para la estancia. Tengo tantas cosas que hacer, White.
Y de repente Finn vio aquella pequeña casita detrás del caballo. Se quedó quieto y sin poder evitarlo corrió hacia allí ¡Por dios! ¿Cómo pudo él haberse olvidado de que aquel lugar existía?. Se detuvo frente a la puerta. El lugar se veía viejo, abandonado… y su cabeza se llenó de recuerdos de su niñez. Realmente todo era más fácil cuando era niño. Intentó abrir la puerta pero al parecer estaba trabada. Y miró a White. El caballo lo miraba fijamente, como si quisiera decirle algo. Finn frunció el ceño y bajó la mirada hacia el final de la puerta. Se agachó y limpió un poco el polvo.
Salvaje, esto no es correcto. Yo no debería tallar puertas, pero creo que solo por hoy es necesario. Mañana me voy y quiero que cuando te sientas triste y no tengas con quien hablar vengas aquí… a nuestro lugar secreto y pienses en mí… yo siempre pensaré en ti. Jamás, jamás, jamás, jamás voy a olvidarme de ti y de tus ojos. Eres el príncipe de toda princesa, suerte tengo de tenerte. Me gustaría escribirte más pero se me está cansando la mano y tú me estás haciendo tontas preguntas y no me dejas terminar tranquila… Te amo, Finn, Por siempre y para siempre, Rachel Berry.
Así terminaba aquella extraña nota que él jamás había leído, hasta ahora.
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salvaje (Adaptada)
Romanceuna historia que comenzó con una amistad y termino con algo mas