Capítulo 5

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# Finn
Finn y Leonard volvían de la charla con Robert, completamente en silencio. La charla no había sido buena. Y Finn temía que si la cosa seguía así de tensa, habría más enfrentamientos y tiros que nunca.

-Tendré que tomar otras medidas con respecto a Montoya -habló Leonard al fin.
-Tranquilo, señor -lo calmó -Todo va a estar bien. Solo tenemos que aprender a manejar un poco más la situación.
-No puedes prohibirle a Sam ver a Brittany...
-No tenía pensado hacer eso. Ellos dos son libres de hacer lo que quieran. Y si necesitan apoyo... no estarán solos. Pero me preocupa lo que
Montoya pueda llegar a hacer.
-Robert lo va a entender tarde o temprano, hijo.
-Eso espero -susurró el castaño.

Cabalgaron hasta detenerse frente a la casa grande. Leo se bajó con cuidado y se giró a verlo.

-Quiero que hoy cenes con nosotros -le dijo. Finn frunció el ceño. Seguro que se estaba refiriendo a él y a la pareja.
-¿Le parece, señor? -inquirió.
-Si... quizás te lleves una gran sorpresa.
-Está bien -asintió.

Leo entró a la casa. Finn soltó un lento suspiro y miró hacia el cielo. La noche estaba completamente despejada. Aquel manto de estrellas era un espectáculo. ¿Cuántas veces se había tirado a intentar contarlas? Miles... ¿Lo había conseguido? Nunca. Infinito el universo sobre su cabeza, lo llenaba de una cierta alegría. A veces él mismo se sentía infinito. Jamás llegaba a conocerse del todo. Siempre le aparecía una faceta nueva, un sentimiento nuevo, un miedo nuevo, una pasión, una necesidad.
No puedo evitar pensar en la nota que había encontrado casualmente en el pequeño valle. Sonrió levemente y cerró los ojos para recordarla. Jamás había conocido otra niña con una sonrisa tan bonita como la de ella. Jamás le había gustado, siendo un niño, tomar de la mano tanto a una niña como a ella.

Y de repente aquel día en el que ella se marchó entró a su cabeza. Aquel sentimiento que lo había invadido jamás volvió a sentirlo. Se había sentido totalmente desolado, angustiado, perdido. Era como si ese día le hubiesen arrancado un pedazo de corazón, así sin más. Y recordó sus lágrimas, recordó el dolor en su linda mirada... ella no quería irse. Entonces, ¿Por qué no volvió? Un año después de su partida él la había estado esperando... pero jamás llegó. Tampoco le escribió como lo había prometido, tampoco lo llamó. Quizás ella si se olvidó de él. Sonrió con amargura, era completamente ilógico que él todavía pensara en ella... lo más ilógico era que todo el día había estado así. Jamás se le había ocurrido preguntarle a Leonard que había sido de la vida de Rachel Berry. Lo poco que sabía era gracias a su madre, y tampoco era demasiado. En los últimos años ella ni se le había asomado por la cabeza, pero al parecer hoy estaba completamente incrustada en su mente.
Se bajó del caballo y se quitó el sombrero. Se secó el sudor de la frente y se observó a si mismo. Estaba hecho un desastre. Tendría que ir a arreglarse si se jefe quería que cenara con él esta noche. Y tendría que fijarse que ropa adecuada para una cena iba a ponerse. Lo único que él solía utilizar eran camisas que terminan sucias, pantalones desgastados buenos para cabalgar y sus, siempre, cómodas botas. Tal vez iba ir así vestido a cenar... no iba a hacerse mucho problema.
Entró a la cocina sobresaltando un poco a su madre. Está se giró a verlo rápidamente con la mano sobre el pecho.

-Me asustaste -le dijo exaltada.
-Lo siento -sonrió él -No fue mi intención.
Ella respiró con más tranquilidad y se acercó a él.
-¿Cómo les fue con Montoya? -quiso saber.
Finn dejó el sombrero sobre la mesa y se sentó en una de las sillas.
-No muy bien -se lamentó -Está demasiado furioso con Sam. Y Brittany no ayuda mucho escapándose a cada rato.
-Pobre niña, Finn -dijo ella -Hay que entenderla. A nadie le gustaría estar presa en su propia casa. Creo que Montoya necesita unas buenas clases de actualidad.
-Yo también lo creo, ma -dijo divertido -¿Cómo está Cameron?
-Bien -sonrió ella -Gracias a dios solo fue un simple raspón... ahora está durmiendo.
-Ese chiquillo un día va a darnos un gran susto -aseguró y se rascó la nuca.

Pero entonces percibió algo... la cadenita no estaba allí. Apresurado se puso de pie y se alejó la camisa de botones del pecho para cerciorarse. Y si, no estaba. Maldijo por lo bajo.

-¿Qué pasó? -preguntó Maggi.
-Tengo... tengo que ir a guardar a los caballos -dijo lo primero que se le vino a la mente. No podía decirle a su madre que había perdido de nuevo la cadenita.
-¿No vas a cenar? -inquirió. Él caminó hacia la puerta y la miró.
-El señor Leonard me invitó a cenar con él... así que voy a guardar los caballos, vengo a ducharme y ceno con él -le dijo. Finn abrió la puerta.
-Hijo, espera... -él, de nuevo, pareció no escucharla -¡La hija del señor Berry está aquí, en el campo! -gritó para ver si él regresaba. Pero no, no volvió.
Había algo que no quería que Finn se enterara de que ella estaba de nuevo allí.
Era la segunda vez que quiso decírselo, pero siempre pasaba algo... Se encogió de hombros y volvió a prestarle atención a la cena. Tal vez era mejor que se encontraran ellos mismos.

Finn caminaba a paso rápido sin saber bien a donde. No sabía bien en dónde comenzar a buscar su cadenita. Hoy había estado en todos lados. ¿Y si se le había caído en el pequeño valle? ¿Y si se le había caído en la casa de los Montoya? Mierda, si la encontraba iba a pegársela al cuello para que no se le cayera nunca más. Entonces se dirigió hacia las caballerizas... tal vez tenía suerte y la encontraba allí. Dios quiera que si.

Rachel entró con cuidado. Aquel suave olor a alfalfa y animal le entró rápidamente por la nariz. Escuchó los sonidos de los caballos y miró a los que estaban allí guardados. Sonrió abiertamente... hacía tanto que no se subía a uno. Comenzó a caminar. Se maldijo a si misma por haber salido con zapatos de tacón, y maldijo a Kurt por casi obligarla a hacerlo. Según él, una mujer tenía que estar hermosa y con zapatos hasta para ir al baño. Suspiró y siguió caminando. Bajo sus pies la textura del suelo cambió, y miró por qué. Comenzaba a caminar sobre paja. Sonrió y volvió a mirar a su alrededor. ¿Cuántas cosas había vivido ella en ese lugar? Miles.
Pero principalmente... su primer beso. Se mordió el labio inferior y siguió mirando. ¿Dónde estaría él?

¿Seguiría por aquellos campos? Se había olvidado completamente de preguntarle a Maggi sobre su hijo. Él había sido muy importante para ella cuando era una niña. Su primer amor. Su primer dolor...
Tropezó con algo y cayó al suelo. Gracias a dios su caída no fue brusca, ya que la paja la amortiguó. Se sentó y se quitó los molestos zapatos. Y entonces escuchó que alguien entraba. Se quedó quieta y con sumo cuidado comenzó a arrastrarse hacia un rincón. No quería encontrarse con alguien desconocido estando sola. Quizás podrían pensar que ella era un ladrón o algo por el estilo. Llegó a un buen escondite y se quedó allí.

-¿Y ahora por donde rayos voy a empezar a buscar? -escuchó que una voz masculina decía.
Apretó los labios y se propuso salir de allí antes de que la viera.

Se inclinó y comenzó a moverse como si de un perro se tratara, mirando bien a su alrededor, fijándose si alguien la descubría.
Sintió una rara emoción, adrenalina. Ella no podía estar ocultándose como si fuera una extraña en sus propias tierras.
Pero a decir verdad si lo era. Después de 10 años era una completa extraña para aquel lugar.
Fijó la mirada al frente y divisó algo que brillaba en medio de la paja. Puso la cabeza de costado y frunció el ceño. Sin poder evitarlo comenzó a acercarse hacia aquella cosa. Su mirada estaba fija en ello, sin prestar ni la más mínima atención a nada de lo que estaba a su alrededor.

Entonces llegó al fin y lo observó bien. Era una pequeña cadenita que llevaba de colgante un caballo en su estado salvaje. Frunció más el ceño. Ella conocía esa cadenita, ella... ella la había comprado y se la había regalado a él.
Comenzó a estirar la mano para levantarla, pero entonces una mano más grande apareció frente a sus ojos y la tomó.

Al instante levantó la mirada y el aire se le quedó atrapado en los pulmones. Aquella mirada miel también enfrentó la suya. Él estaba agachado, en la misma posición que ella. El corazón de Rachel comenzó a latir con fuerza. No estaba muy segura pero lo reconocía. Si... era él. Su amor de pequeña. Finn Hudson. Allí estaba mirándola como si ella fuera una especie de fantasma. Se había puesto algo pálido y al parecer ni respiraba.
Ella comenzó a incorporarse, él también lo hizo. Ambos se quedaron parados como estatuas, mirándose fijamente a los ojos.

-¿Finn? -inquirió al fin la bella chica. El castaño parpadeó atónito.
-Rachel -murmuró sin poder creerlo.

salvaje (Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora