III

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     Y ahí me encontraba, en mi habitación, con esa extraña idea. Muchas cosas raras han pasado por mi mente desde entonces, esta parecía la menos extremista de todas.

[...]

     Y ahí me volvía a encontrar, en la cima de la iglesia, en ese pequeño espacio donde colgaba la campana. Era lunes, creo. Los lunes no suele haber mucha gente por aquí. Si conoces bien la rutina, hasta te puedes colar en las zonas más privadas sin que se den cuenta. Muy pocas veces se toca esta campana, tal vez en algunas fiestas especiales, creo que es simplemente por lo difícil que es subir hasta este nivel. Son grandes escalones, muchos de ellos rotos. Yo siendo joven me costó lo suyo, no quiero imaginar a los sacerdotes y padres de aquí.

     Hacía mucho tiempo no pisaba estas losas agrietadas. Mi familia era muy creyente, tal vez lo siguen siendo, pero ya no me obligan como antes a ir todas las semanas. Irónicamente, es de las cosas que más extraño.

     Pero el punto es que ando a unos cuarenta metros como mínimo del suelo, y abajo están todos los ciudadanos gritando. Yo estaba sentado en una de las esquinas del campanario, mirando sus caras y sonriendo, obviamente todos los del pueblo saben para qué. Siento que en cualquier momento voy a caer y nunca más ver a mis padres, ni a mi hermano, ni a Julia, ni a los chicos; aunque casi ninguno me dirija la palabra.

     Todos me miraban horrorizados, los niños no están en las calles, fueron llevados a casa por si el loco de Leeds se atrevía a tirarse. No podía subir ninguno, en lo que llegaban ya estaría muerto si de verdad quisiera lanzarme. Pero ese es el problema, no quiero hacerlo. Porque no son los del pueblo los únicos gritando, también lo estoy yo. Estoy gritando con toda mi alma, llorando con todas mis fuerzas, pidiéndoles ayuda, pero ellos no entendían nada, ni yo lo hacía. ¿Por qué? Todos mis esfuerzos eran sofocados por una fuerza superior, podía estar pataleando con todas mis energías por adentro, pero por fuera seguía sonriendo.

     Está esta cosa que no me deja tomar el control, no puedo moverme. No sé de qué es capaz mi cuerpo, pero tengo mucho miedo. En esos momentos solo quería que llegara mi madre, que me abrazara y dijera que todo estaba bien, pero me conformaba con cualquiera. Alguien que demostrara que yo ocupaba un espacio en sus sentimientos,

     Pero no vino nadie.

     Desde que descubrí que en realidad sí estaba loco como decían todos, no lo acepté, me enfadé mucho. Y aquí me tienen, llorando como niño, sin saber si es porque ellos tuvieron razón o porque soy más débil de lo que pensaba.

     Pero salí, logré bajar luego de recuperar conciencia, después de tres horas sentado en ese pequeño espacio. En las puertas de la iglesia me esperaban todos, mirándome con cara de asco porque pensaban que intentaba llamar la atención, o porque quise deleitarlos con otro show.

     Desde entonces, el mayor miedo que he tenido es despertarme de nuevo en el punto más alto de la ciudad o en el más profundo del lago cercano, que esto se normalice para ellos y simplemente me vuelva más invisible que antes.

     Empezaba a tener esta pesadilla, donde estaba en casa de alguien familiar, salgo por la puerta principal y me encuentro esta hermosa playa. Me acerco a nadar, adentrarme en el mar sin pensarlo, para disfrutar un sano momento de tranquilidad, pero algo me toma del pie y empiezo a ahogarme. Me despierto con falta de aire, se siente tan real...

[...]

     Y pasan semanas, mismas imágenes, pequeños ataques de pánico sin motivo, una falta de sueño terrible, creo que habré dormido menos de veinte horas estos últimos seis días. Fui personalmente hasta el doctor del pueblo. Luego de varios intentos a regañadientes, me dijo que necesitaba otro tipo de ayuda, algo psicológico.

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