XV

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     Esa noche recordé el color de las ramas del árbol: marrones con unos toques negros en sus extensiones.

[...]

     ¿Era raro extrañar levantarse a gritos porque algo malo ocurrió? Tener un día fuera de la rutina de siempre, no quiero que pase algo malo, solo que siento como si estuviera retrocediendo. Había olvidado por completo el trabajo esta semana, hoy debería ir a hablar con ellos. El recuerdo de la habitación en mi casa de Leeds se volvía cada vez más distante, literalmente estaba reescribiendo mi vida poco a poco. Las paredes negras se volvían moradas como las de la casa de Douglas, la cama individual se volvía una bastante más grande, y el desorden desaparecía por completo.

     Tal vez mañana me despierte y no sepa ni el nombre de mis padres, todo sería perfecto.

     Bajé las escaleras del segundo piso buscando al resto. No estaban, nadie estaba. Salí para buscar el auto de Douglas, el cual tampoco se encontraba en el garaje.

     —¿Habrán ido a comprar algo?

     ("¿Y si te abandonaron?")

     No me abandonarían, mucho menos dejando esta casa conmigo.

     Fui a desayunar, tal vez solo debía esperar un poco. Creo que nunca he tomado comida por mi propia cuenta, me moriría de vergüenza si entraran por la puerta y me vieran siriviéndome los cereales en el plato sin ellos ofrecérmelo.

     Lamentablemente, ocurrió. Siento el sonido del coche y la puerta abrirse casi al instante. Intento mantener la calma y guardar la caja. Suena estúpido, pero yo seguía sintiéndome una molestia en ese lugar.

     Era Douglas, el cual subió corriendo a toda prisa al segundo piso. ¿Entró a mi cuarto? Me estará buscando, probablemente.

     —¿Douglas? —grité, dirigiendo la mirada hacia el piso de arriba—. Estoy en la cocina.

     Escuché el crujir de cada escalón, el pelinegro apareció al final del comedor y corrió a toda velocidad por el pasillo hasta llegar a la mesa donde yo me encontraba.

     Su cara era de horror, estaba consumido por la desesperación.

     —¿Qué pasa? —pregunté preocupado.

     Él tuvo que tomar un poco de aire antes de continuar, se le veía muy apresurado.

     —¿Sabes donde están Lilith y Adam? —jadeó, con la poca energía que había podido acumular de su descanso.

     Yo me quedé pensando, asumí que estaban los tres juntos. Caí en cuenta en lo de anoche.

     —Lilith debe estar en el cementerio. —sonreí, esperando que se calmara un poco.

     —¿Por qué en el cementerio? —dijo.

     Me levanté a traerle un vaso de agua, daba incluso pena en esas condiciones.

     —Le iba a entregar una carta a Aubrey.

     —¿Tú sabes lo de la carta a Aubrey? —dejó de beber para preguntar seriamente.

     —Anoche pasé por su cuarto para hablar sobre Adam y la estaba escribiendo —respondí—. Tampoco es un tema tan serio, no fue raro que me contara, supongo.

     —En el cementerio no está —añadió—. Conducí por ahí por si acaso y no había ninguna carta, ni ninguna chica.

     —¿A que viene tanta alteración de todas formas? ¿Y si fueron a dar un paseo?

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