XX

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     —¿Seguro que puedo volver cuando quiera?

     —Cuando más lo necesites. —respondió Lilith y me entregó una copia de las llaves de la casa.

     —¿No crees que es un poco extremista esto? —pregunté con miedo a tomar las llaves—. Simplemente puedo tocar el timbre.

     —Odio que te pases de sentimental —interrumpió ella, recogiendo la mano que me había tendido y metiendo las llaves en el bolsillo de mi chaqueta—. Solo promete que vas a volver pronto.

     —Solo tengo que visitar a mis padres y lograr hablar con mi hermano —contesté—. Si no tuviera una familia tan complicada, no necesitaría ni salir de la casa para eso.

     —Espero que resuelvas todo de buena manera. —procedió a abrazarme, tenía un taxi esperando en el portón de la entrada.

     Incluso accedieron a pagármelo, cuando vuelva necesito retomar el trabajo, o tal vez intentar escribir por fin el libro. Con lo que me ha pasado debería tener la suficiente inspiración.

     —¿Segura de que Douglas está bien?

     Él había estado ausente desde hoy por la mañana, ni tan siquiera podré despedirme.

     —Me dijo que iba a hacer las compras. Tal vez se haya entretenido en cualquier otro asunto.

     —Ya veo. —murmuré desilusionado—... ¿Le podrías decir que se cuide y todo eso? Me siento horrible si me tengo que ir sin decirle nada.

    —¡Tranquilo! —exclamó, mientras me empujaba sutilmente hasta la salida—. Creo que estaría de más decirle eso.

     Yo sonreí, la abracé por última vez y corrí hasta el taxi. Me iba a despedir por fin de esta ciudad. El pueblo ya existía en mi mente como un recuerdo vago, tendía a pensar que no era tan bonito como me lo imaginaba, supongo que será cosa de la añoranza. El conductor me llevó por todos los lugares de la ciudad que fueron relevantes para mí, casualmente, ese era el camino a la estación.

     Pude ver la farmacia, el cementerio cercano. Pude ver por unos segundos unas hermosas flores blancas que erguían sobre las rejas oscuras del lugar. Por un momento me imaginé a una chica de pelo rojo regándolas con delicadeza y a una de cabellos oscuros, translúcida, admirando su trabajo.

     Pasamos por ese parque tan inmenso, todavía desolado. En un punto, pude ver por un segundo, desde un lugar donde las hojas de los árboles no tapaban la vista, el banco. Encima de él se encontraba un chico de pelo negro familiar, tenía la cabeza agachada y hacía movimientos con las manos para secarse la cara, estaba llorando. A sus pies, llovían plumas provenientes de su cuerpo. Unas alas dignas de presumir se desmoronaban delante de mis ojos en unos simples segundos.

     —Pobre Douglas. —susurré.

     Pasamos por la consulta de Anne, justo después del pequeño mercado. Nadie se me quedó mirando, aunque fuera por estar dentro de un coche. Por la mañana había decidido hablar con la psicóloga por llamada. Nunca esperé que fuera tan temprano la salida del tren, no me iba a dar tiempo de pasarme por ahí.

     Jamás me tomé las palabras de Lilith tan literal, ni las pastillas que encontré en la tienda. Debe tener un motivo para hacer todo eso, es amiga de Julia al fin y a cabo.

     La estación se me hacía ya hasta desconocida, solo pasé por aquí una vez y recuerdo estar totalmente cansado del viaje. Estaba también con mis padres y me estaban prestando atención después de mucho tiempo, lo que menos me importaba era mirar una parada común y corriente.

WendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora