Capítulo 13: La tumba de las alimañas. Parte 2

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Cuando abrió los ojos y pudo respirar de nuevo se encontró en la oscuridad con un aroma familiar. Una sensación cálida se arremolinó en su pecho y deseó acurrucarse allí hasta quedarse dormido. Era un olor tan conocido que le hizo cosquillas en la piel y le recordó cómo era sentirse a gusto en su hogar. Lo transportó a los momentos más dulces de su vida, donde no tenía preocupaciones ni tampoco tenía miedo de morir al quedarse dormido. Wei Ying recordaba muy bien esa sensación, pero ¿cuándo fue que dejó de experimentarla? No podía recordar en qué momento de su vida esa tranquilidad armoniosa lo abandonó y tampoco podía explicarse por qué ahora había regresado. Sólo se aferró con desesperación a esa calma que tanto había anhelado sin saberlo y se quejó cuando sintió que estaba siendo arrancado de esa comodidad a la que se aferró con una felina insistencia.

—Wei Wuxian.

Cuando oyó su nombre pronunciado de esa manera sintió como que una fuerza monstruosa lo arrancaba de su fantasía y lo devolvía a la realidad. En ese instante intentó recordar dónde estaba, pero su cabeza estaba demasiado mareada para prestar atención. Reconoció la voz de Jiang Cheng, pero no sonó molesta, sólo exigente, y no terminó de entender por qué.

Parpadeó en la oscuridad y, por más que no alcanzaba a ver nada, pudo distinguir que estaba tendido en el suelo. ¿Cuándo se había caído?

Oh, claro. Las piedras en mal estado del techo se habían derrumbado sobre sus cabezas, apenas movió un pie pudo sentir los escombros cercanos, pero no sintió ningún tipo de dolor intenso así que suponía que el golpe no fue grave. Aun así, esa caída lo hizo sentirse mareado.

Intentó levantarse y ahí sintió que sus manos estaban fuertemente apretadas a la tela de la túnica de su shidi. En ese instante fue consciente de lo cerca que estaban y que ese aroma seguía pululando a su alrededor. Sintió escalofríos al darse cuenta que aquel era el olor de Jiang Cheng y eso explicaba por qué se le hizo conocido, pero no terminó de entender por qué se sintió tan cómodo, aunque el olor de su shidi le provocaba más cosas de las que era capaz de procesar.

No era momento de hacerse preguntas al respecto.

—Jiang Cheng, ¿te hiciste daño? —dijo alzándose del suelo y buscó encender una nueva luz.

—Estoy bien —respondió—. Sé más cuidadoso. Siempre caminas sin ver dónde pisas.

Casi se rió cuando oyó ese reproche, eso indicaba que estaba muy bien, cosa que le dio alivio. No le gustaría que su shidi se lastimara por protegerlo, aunque no estaba seguro de por qué lo hizo. Tal vez sólo se trató de un acto involuntario o eso prefirió pensar. ¿Qué más podía ser? Jiang Cheng lo odiaba, pero ya lo había ayudado más de una vez en muy poco tiempo. Wei Ying no tenía el valor de hacer esa pregunta en voz alta aún, pero de todas formas siguió revoloteando aquella idea en su cabeza hasta que recordó qué hacían allí.

Volvió a sentirse intrigado por ese féretro manchado con sangre que ahora era adornado por varios escombros que habían caído del techo.

—Alguien quiso mantener esto sellado —comentó mientras quitaba los pedazos de roca y observaba las marcas—, pero no lo hizo muy bien.

Tragó saliva mientras sus manos comenzaban a empujar la tapa del ataúd y su corazón retumbó con nerviosismo ante lo que estaba a punto de descubrir. La piel le hormigueó de una forma familiar y casi sintió la energía oscura arremolinarse en sus dedos y encender luces de familiaridad en sus ojos. La respiración se le cortó en cada instante que arrastró la cubierta del féretro hasta que logró quitarla y se quedó helado al ver hacia dentro. Dio un paso hacia atrás por la impresión y su espalda chocó contra el pecho de Jiang Cheng, pero ninguno de los dos se movió en ese instante.

Mil vainas de lotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora