Capítulo 27: Confianza

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Apenas despertó, Wei Ying supo que no había muerto.

Su cuerpo entero le dolía y, apenas se movió un poco, un quejido abandonó sus labios. La muerte no se sentía así, él ya la había experimentado una vez y sabía que ese tipo de dolores eran parte de la vida. Entonces de verdad esas molestias que sintió no significaban que estaba colapsando y que su alma estaba siendo rechazada por ese cuerpo. Debería estar feliz al saber esto, pero no podía alegrarse cuando se sentía tan débil.

El olor a incienso lo envolvió haciéndolo sentir adormecido y dio vueltas en su cama hasta que consiguió alzarse. Tuvo que sostener su cabeza porque le pesaba y se sintió mareado. Apenas rozó su rostro lo sintió caliente y supuso que las molestias en todo su cuerpo eran debido a la misma fiebre.

¿Este malestar en serio era por el celo? Le costaba creerlo.

Una vez más se quejó al sentir un dolor en el pecho que le recordó a esa angustiosa presión que lo estaba ahogando antes de desmayarse. Ese dolor no podía ser algo tan simple, ¿acaso estaría enfermo?

También percibió frío a pesar de haberse tocado el rostro y sentirlo hirviendo, pero el resto de su cuerpo tiritaba de frío. Volvió a recostarse sin ánimos para levantarse y buscó taparse, pero la tela que lo cubría no era una simple manta. El suave aroma a lotos le arrancó un suspiro y allí vio una túnica morada sobre su cuerpo. Esa tela que lo arropaba era la túnica de Jiang Cheng.

La respiración le pesó mientras apretaba esa túnica y la acercaba a su rostro para olerla. Por alguna razón, el dolor en su pecho se atenuó un poco en ese instante. Wei Ying se quedó quieto apretando esa tela contra él y frotándola contra su rostro.

Pensó en su shidi. Recordó de una forma muy vaga lo que había pasado la noche anterior e intentar hacerlo le provocó más dolor de cabeza. Después de la escena que montó, sospechaba que Jiang Cheng no querría verlo por un tiempo. Le dio vergüenza pensar en su estado lamentable y enfermizo, pero, en ese momento, en serio creyó que estaba en un momento muy cercano a la muerte y se negaba a creer que fuese el celo. ¿En serio los omegas se sentían de esa manera cuando llegaban esos períodos? Era horrible.

La puerta del cuarto se abrió y Wei Ying no hizo ningún ademán para moverse.

—Te ves horrible, chico —mencionó el maestro Geto acercándose a la cama—. ¿Cómo te sientes?

—Como si en cualquier momento fuese a morir —dijo sin ánimos y apartó la tela morada de su rostro para ver al gato—. ¿Estoy enfermo?

El animal lo miró sorprendido por su pregunta antes de reírse.

—Claro que no —respondió—. Sólo es el celo, ¿acaso no sabes nada de eso?

—En realidad... no.

A pesar de su cansancio, tuvo que tomarse un momento para explicarle a Geto que él antes, en su vida anterior, había sido un alfa y jamás había experimentado malestares similares. Por más que se explicó, el felino parecía no terminar de entenderlo.

—Pero... De todas formas deberías haberlo sabido —aseguró el gato—. Si eras un alfa y en algún momento te unías con un omega, tendrías que saber estas cosas. ¿Cómo pensabas cuidar de tu pareja?

Wei Ying no se levantó de la cama, sólo miró al animal y alzó los hombros reiterando que no sabía. En su juventud le habían explicado lo justo y necesario sobre cómo funcionaba su cuerpo y cómo se procreaba. ¿Por qué necesitaba saber más?

Su desconocimiento pareció alterar al gato, quien suspiró exasperado.

—Esto es culpa de los viejos conservadores de las sectas que ven todos estos temas como tabúes de los que no se deben hablar —masculló dando algunas maldiciones y luego se enfocó en Wei Ying—. Tendré que decirte qué es lo que te pasa, ya que nadie te explicó.

Mil vainas de lotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora