Capítulo 14: La tumba de las alimañas. Parte 3

1.2K 192 22
                                    

Cada una de las notas que salían de su flauta lograron comenzar a abstraerlo de la realidad poco a poco. Wei Ying se alejó del momento que estaba viviendo y se transportó a un lugar que aún seguía vivo en su memoria pero llevaba más de diez años muerto. Movió los dedos sobre su instrumento y de repente se encontró a sí mismo sentado en los Túmulos Funerarios, en medio de su cueva solitaria y silenciosa. Cualquier ruido se alejó de él en ese instante y dejó de existir el mundo a su alrededor. Sólo estaba él encerrado en ese lugar que construyó para sí mismo y llamó hogar. Allí nada podía tocarlo ni nadie podía entrar. No había otra persona que no fuera Wei Ying y la energía oscura que lo rodeaba con mayor intensidad a cada momento.

Pudo sentir cómo esos brazos negros con oscuros dedos fríos bailaban a su alrededor y se arrastraban por su piel hasta perforarle la carne succionando su vida. Podía controlarlo, pero su cuerpo estaba cada vez más lleno de heridas supurantes que no dejaban de sangrar y traían a más espectros maliciosos a querer beber de su dolor. Sin embargo, después de un tiempo dejó de doler. Su cuerpo se acostumbró a la agonía, a la sangre y al sonido de las alimañas arrastrándose hacia él esperando que cayera para poder devorarlo, pero en ningún momento le importó lo que podía perder. Wei Ying se había sentido tan fuerte, tan poderoso, que creía que era capaz de hacer lo que sea, pero había estado muy equivocado. Cayó, perdió, lo perdió todo y no existía otro culpable de su propio destino más que él mismo.

Ni siquiera en ese momento, cuando experimentaba sensaciones tan vívidas y familiares en su cuerpo, pudo pensar que no se merecía lo que ocurrió. Las heridas seguían sangrando en cada parte de su cuerpo y las bestias tenían todo el derecho de comérselo, de arrancar su piel y desgarrar su ser hasta que no quedara nada de su existencia.

Ese fue el castigo por sus pecados, pero... ¿Por qué ahora volvió? ¿No había sido suficiente? ¿Por qué volvía a experimentar esa sensación de dolor agobiante?

Un grito le perforó los oídos y regresó al instante a la realidad para observar el mundo que lo rodeaba. Tenía una tarea que hacer ahora, no podía perderse en sus memorias difusas y en los recuerdos rotos. Debía salir de esa tumba con los niños. Tenía que encontrarse de nuevo con Jiang Cheng y luego... Después lo pensaría.

Jin Ling hizo justo lo que le pidió. Apenas la serpiente comenzó a desprenderse la destruyó y Wei Ying sintió mucho orgullo por su sobrino. El chico era joven, pero ya se mostraba muy fuerte y con un gran potencial. Jiang Cheng había criado a un chico excelente y darse cuenta de eso le hizo sonreír. Sus padres estarían orgullosos de él, pero no era algo que pudiera decir en ese momento.

—Lo hiciste bien —felicitó al niño mientras curaba la herida de Lan Jingyi de forma improvisada, al menos podía evitar que se comience a sangrar. La fiebre seguía persistente, deberían buscar ayuda apenas salieran de allí—. Hay que hacerlo por los demás.

Jin Ling parecía nervioso, pero alerta. No se quejó y sólo asintió acatando sus órdenes. ¿Quién diría que ese niño irreverente podía llegar a ser tan cooperativo? Jiang Cheng quizá se sorprendería si le llegaba a contar esto, aunque quizás Jin Ling era así y no lo había notado hasta ahora. Wei Ying apenas lo estaba conociendo y cada rasgo nuevo que descubría del niño le parecía algo fascinante. Podía reconocer a Jiang Cheng en ese chico, también a Jin Zixuan y a Jiang Yanli en él, pero ahora comenzaba a conocer la propia personalidad de Jin Ling y eso le emocionaba en cierta forma. Wei Ying no había podido conocer a ese niño cuando nació y, en cierta forma, sabía que no tenía derecho a tener algún vínculo con él ahora. Sin embargo, estaba viviendo una oportunidad que creyó que nunca tendría.

Ojalá Jin Ling jamás se enterara de quién era en verdad. Prefería que le siguiese diciendo Mo Xuanyu y fingir que era otra persona. También esperaba que Jiang Cheng siguiera ocupado, al menos lo suficiente para no exponerlo frente al niño, y que lo dejara seguir pasando un poco de tiempo más con él de esa forma. No sabía cuánto podría durar esto, pero mientras tanto pretendía seguir con esa farsa que le venía bien.

Mil vainas de lotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora