CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO I

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Sus recuerdos eran vertiginosos y poco claros. El inmortal no sentía nada ante ello debido a la ausencia de una forma corporal. 


Todo aquello en su cabeza representaba tan solo ideas, un eco de los pensamientos con los cuales aún no podía conectarse.


Shen Jiu estaba vestido de verde y tenía entre sus manos su abanico favorito.


— ¿Por qué tienes tantas habilidades? — se quejó.


Primero escuchó su risa —seguido a eso Luo Binghe apareció a su lado—.


— Es la manera más rápida y efectiva de corroborar tus palabras, Shizun. Y, de esa forma, no podrás ser capaz de quejarte y alegar que te engañé.


No, no podía.


Y no lo haría.


Aquello era inesperadamente... benéfico.


Shen Qingqiu levantó una mano, pero —en lugar de una sonrisa— esbozó una expresión de disgusto que no fue capaz de ocultar ni estando detrás de su abanico. 


Su pánico inicial se convirtió en una amarga alegría.


Dado que el demonio quería revivir uno de sus peores recuerdos al menos se burlaría un poco de la pequeña bestia.


— ¿Qué quieres a cambio si pierdo? — preguntó mientras cruzaban las cuevas Ling Xi.


— ¿Tienes miedo, Shizun? 


— Curiosidad. ¿Qué quieres de mí que no tengas ya? ¿Qué tipo de oscuro deseo te ha llevado a apostar conmigo? 


Luo Binghe entrecerró sus ojos. Se tomó su tiempo antes de responder.


— Quiero destruirte poco a poco — murmuró —Hasta que no quede nada de ti.


Ambos se detuvieron repentinamente. Habían llegado a ese recuerdo.


Shen Qingqiu se hizo a un lado y permitió que Luo Binghe contemplara sus memorias.


Al principio el cultivador estaba enojado y triste por la muerte sin sentido del estúpido de Liu Qingge —pero comenzó a sonreír en cuanto vio como la expresión del demonio se distorsionaba—.


Te lo mereces, bestia presuntuosa pensó.


Luo Binghe miró en silencio cómo Liu Qingge caía en una desviación de qi; cómo Shen Qingqiu intentó ayudarlo y cómo falló al hacerlo.


Contempló la muerte del Dios de la Guerra. 

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