XX: Enfrentando a los Enemigos

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POV Juliana

Una de mis cosas favoritas en la vida es compartir con las personas que amo, me llena de energía y buena vibra, sobre todo si es con mi Val. Su emoción en todo lo que hacemos, por simple que sea, es otro nivel y la manera en que se achinan sus ojitos al sonreír es simplemente arte que hace saltar mi corazón y confirma que me derrito con cada unos de sus gestos, desde el más simple hasta el más complejo. Incluso ese que hace cuando está enojada y se muerde la parte interna de las mejillas, por muy loco que parezca, a ese le temo y a la vez me excita. De solo pensarlo una descarga eléctrica atraviesa todo mi ser, pero al punto que deseo llegar es que con ella todo es diferente, único, especial. Admiro su determinación ante todo y todos y su capacidad de transmitirme tranquilidad cuando toma mis manos para calmar mis nervios y dejarme saber que todo está y estará bien mientras permanezcamos unidas, como en aquel momento en que esperábamos la llegada de mi madre y pensé que moriría de nerviosismo y ansiedad.

No estaba del todo segura de aquella reunión, pero mi mujer insistió en que había llegado el momento de dejar el pasado atrás si queríamos empezar a vivir nuestra historia de cuento de hadas y tenía razón. No podríamos huir toda la vida, debíamos curar las viejas heridas para poder pensar en un futuro, si es que queremos ser felices y sentirnos completas.

Ese día, y a sugerencia de Martha, quedamos en desayunar en el salón privado de Balthazar, la mítica brasserie francesa, que es su favorito en la ciudad de New York. Val y yo llegamos con unos veinte minutos de anticipación, pero como es costumbre, mi madre se hizo esperar más allá de la hora pactada. Mientras aguardábamos por su "entrada triunfal" nosotras compartimos un café y conversamos de algunas cosas triviales, más que nada para alejar ansiedad y espantar las dudas y los miedos. Al verla entrar, el rostro de mi prometida cambió bruscamente por unos instantes, sin embargo, se recompuso rápidamente y ofreció su mejor sonrisa. Una sincera y llena de esperanza, como si con ella intentara borrar las memorias de su ingrato pasado con mi madre. Sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo no solo por mí sino por su inmenso corazón y que si le ofrecía su perdón lo haría con convicción y compromiso de establecer con ella una relación cordial y respetuosa como la tuvieron en algún punto de sus vidas.

- Si en algún momento te llegas a sentir incomoda o quieres que nos vayamos del lugar solo avísame si – le había pedido antes de salir de casa mientras ella me ayudaba a terminar de colocar mi bufanda. Asintió - ¿Lo prometes? – pregunté.

- Te lo prometo, amor – respondió dejando un suave beso en mis labios y recorrió con su dedo índice mi entrecejo y nariz para luego sonreír – Gracias por cuidarme de esta manera, pero cambia esa cara de preocupación. Todo saldrá bien, estoy segura, además nada de lo que pasé en ese desayuno hará que deje de amarte o que no quiera pasar el resto de mi vida a tu lado. Nada en este mundo cambiaria un ápice de lo que siento por ti – sonrió con dulzura, entonces tomó mi mano y salimos en dirección al coche.

Aquellas palabras me dieron la confianza suficiente para llegar al lugar sabiendo que Valentina estaba lista para cualquier cosa que pudiera pasar, incluso algún desplante o cuestionamiento ridículo por parte de mi madre. Contrario a lo que pensé, Martha estaba sonriente y con su rostro relajado, se podría decir que denotaba cierta felicidad al vernos. Vestía elegantemente y su característico perfume nos envolvió al acercarse a la mesa donde nos había ubicado el maître.

- Buenos días, hija – saludó efusivamente. Me puse de pie para abrazarla - ¿Cómo estás?

- Buenos días, mamá – respondí – Muy bien ¿y tú?

- Muy bien – respondió cortando nuestro abrazo - Buenos días, Masha – dijo mirando a mi prometida que le sonrió - ¿Cómo estás? – preguntó con voz amable.

Azul De NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora