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Hacia el final del día, Beomgyu se apresuró hacia los cambiadores de la piscina, donde debía cambiarse y ducharse antes de su entrenamiento de natación. Después de su discusión con Yeonjun, no estaba particularmente entusiasmado, pero para ese punto ya era un experto ocultando sus verdaderas emociones.

Todos los alumnos en St. Geneviève estaban obligados a llevar una o dos actividades extracurriculares a la semana: orquesta, artes expresivas, vóley y básquet, natación, y otras sin importancia. Inicialmente, Beomgyu llevaba artes expresivas, pero cuando se dio cuenta de que solo podía expresarse por medio de la pintura o la escultura, se cambió a natación.

Lo que realmente quería era llevar cine. Ingenuo, creyó que artes expresivas podía incluir videografía, o, como mínimo, fotografía, pero se vio ciertamente decepcionado. No quería "pintar sus emociones con los pies" ni "elegir su color representativo", como la profesora hippie había sugerido en sus primeras y únicas clases. Quería crear videos, analizar buenas películas y recibir la guía técnica adecuada para seguir mejorando hasta convertirse en el gran director de cine que sabía que podía ser.

El motivo por el cual Beomgyu no dejaba de postularse como délégué era el de impulsar la creación de un club de cine. La prestigiosa academia de cine de París en la que quería estudiar requería, además de un portafolio personal, dos cartas de recomendación y el certificado de haber llevado al menos un curso o actividad con relación al cine por un semestre en el colegio. Podía tener todo el dinero del mundo, pero, si no contaba con esos requisitos, ni siquiera podría tener la oportunidad de ser considerado entre los postulantes.

Como St. Geneviève no contaba con ningún curso de cine, Beomgyu necesitaba crear el club, que contaba como actividad. En todas las reuniones de delegados, llevaba buenos argumentos y estaba dispuesto a hacer algunos compromisos, pero la administración, usando a los profesores como medio, siempre decía que no. Que no había presupuesto, que no habían más interesados, que ya tenían suficientes extracurriculares, que si le decían que sí a él tendrían que decirle que sí a todos los alumnos que quisieran agregar un nuevo club y sería una anarquía... Excusa tras excusa, parecían determinados a aplastar los sueños de Beomgyu.

Pero si algo había aprendido en sus 18 años de vida era que rendirse era para pobres, feos y estúpidos, y él no era ninguno de los tres.

Demasiado obstinado por su propio bien, no pensaba rendirse antes de acabar su estancia en St. Geneviève, aunque agotara a sus profesores con su insistencia.

Después de planificar todo el club por su cuenta y contraargumentar todas las excusas para no abrirlo, el último requisito que le habían pedido para poder instaurar el club de cine era que debía tener un sponsor. Es decir, un profesor de la institución con un mínimo de experiencia en cine que aceptara supervisar las reuniones del club y hacerse responsable del mismo.

Era allí donde se supone que entraba Yeonjun...

Pero, por supuesto, el angelito de Yeonjun tuvo que arruinarlo todo escuchando a su estúpida moral.

Beomgyu asumía que Yeonjun sabía que prácticamente le doblaba la edad y que no le importaba esa diferencia, pero, al parecer, la relación de profesor-alumno era la gota que colmaba el vaso. Maldita, estúpida, ridícula moral.

Antes de enterarse de que sería su profesor, suponía que su relación de beneficios tendría fecha de caducidad. No es que Yeonjun no le atrajera lo suficiente, al contrario, le gustaba acostarse con él y tenerlo como ventana a la experiencia del ordinario promedio, pero no se había proyectado un futuro a su lado ni nada por el estilo. No podía verse a sí mismo como el novio de alguien más, ni siquiera lo consideraba dentro de su minucioso plan de vida en el futuro próximo. Estaba enfocado fijamente en sus metas personales, y no pensaba dejar que ningún hombre lo distrajera.

st. geneviève ; yeongyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora